Le miré a los ojos, y mantuvo la mirada. Le pregunté por la vida, y me respondió con el alma. Son varios días ya que observo al hombrecillo que vive en la montaña, y cómo cada mañana baja a la playa de Calamocarro. Rebusca entre las sobras un botellín de vidrio, y, como si de una ceremonia se tratara, introduce una hoja de papel y lo lanza al mar, a merced de la corriente y del viento que se levanta.
Así ocurrió, hasta que la curiosidad se apropió de mis entrañas. Entonces, me acerqué para saldar la duda que se acompaña:
“Perdone, buen hombre, ¿quién es usted? ¿qué es lo que hace? ¿qué dice en el papel? ¿es tanta su importancia?”
El hombrecillo contestó: “Yo soy testigo de mis días, y testigo de mis silencios; hijo de la experiencia, y padre de mis obras. Cada día amanezco con la misma palabra. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Hay vida otra? Es así que escribo estas preguntas y las lanzo al mar, en espera de que alguien las reciba y me envíe de vuelta otra botella con la respuesta adivinada.”
Habiendo escuchado esto, hice lo que pude por comprender, pero no pude contener la sorpresa: “En verdad que sería una suerte inusitada, que la botella llegara a su destino, que alguien leyera el mensaje, y volviera a estas orillas con la respuesta que buscabas. Sin embargo, tengo que decirte que eso es prácticamente imposible”.
El hombrecillo comprendió su sorpresa, y no tuvo más remedio que completar el círculo de la enseñanza: “Está escrito que debemos orientar nuestros pasos, y que las gotas de humedad son las mismas que empañan nuestras almas. Es cierta la amenaza de lo imposible, pero hacer este pequeño gesto cada mañana es la diferencia entre vivir sin vida y vivir con esperanza”.
Es así que quedé satisfecho con sus palabras, y con su mano en mi hombro me dedicó el consejo que faltaba: “No descuides la razón, ejercita tu paciencia, y deja atrás los miedos, como hacen los guerreros cada amanecer. Total, llegará el día en que hemos de firmar nuestra obra, y con la piel gastada conoceremos el sentido auténtico de la luz, y de los secretos que se esconden tras los colores del alba.”
La fábula es un estilo literario dificultoso, donde la expresión está al servicio de una enseñanza para el buen vivir: solo atravesará el horizonte quien no cese en sus pasos.
Un saludo a todos los componentes del taller de narrativa de Acefep, que ahora cumple diecisiete años. Al principio parecía imposible, al final lo hemos logrado.