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Equilibrio y establecimiento de límites

En una ocasión anterior hemos tratado, en esta misma sección, la necesidad del equilibrio en todos los órdenes de la vida y la sociedad. Entonces hacíamos una reflexión más teórica de la paulatina pérdida de este sentido del equilibrio que fue una característica de la cultura clásica y se mantuvo, con algunos periodos de gigantismo, hasta el surgimiento del capitalismo, cuyos últimos estertores estamos viviendo en estos últimos años de crisis económica. Al final del artículo al que nos referimos, titulado “la necesidad de equilibrio”, incluimos una breve reflexión sobre la particular situación de Ceuta. Una ciudad en la que se aprecia con suma nitidez la inviabilidad de un modelo de crecimiento ilimitado en un territorio de escasa superficie y disponibilidad de recursos básicos para la supervivencia humana. Si hasta ahora se ha podido “ir tirando” ha sido gracias a un flujo continuo de recursos procedentes de otros lugares de nuestro entorno. El otro elemento clave que explica el mantenimiento de una población en rápido crecimiento ha sido la disponibilidad de combustibles fósiles, a unos precios razonables, así como la instalación de infraestructuras tecnológicas para la producción del agua. Todo nuestro ecosistema humano se mantiene de manera artificial por la pléyade de bienes tecnológicos que se nutren de una fuente energética, como el petróleo, que la propia Agencia Internacional de la Energía reconoce que ha alcanzado su cenit. El tiempo de petróleo barato ha tocado fin y la sostenibilidad de sistemas urbanos como el de Ceuta empiezan a peligrar. Para completar un panorama realmente preocupante, estamos asistiendo a una crisis económica sistémica que dificulta el mantenimiento del entramado benefactor, igualmente insostenible, que se ha financiado con fondos públicos. Una afluencia de dinero que ha procurado compensar la imposibilidad de que Ceuta pueda ser autónoma desde el punto de vista económico.
En Ceuta hemos intentado compensar los graves desequilibrios que padecemos con un  auténtico río de dinero. Ahora que éste mengua en su caudal emerge la verdadera faz de la insostenibilidad del modelo en el que hemos basado la aparente prosperidad de nuestra ciudad. Al mismo tiempo aflora a la superficie la Caja de Pandora, -hasta ahora lastrada por un bolsa repleta de monedas-, que trae aromas que huelen a conflictividad social. El aroma del resentimiento entre clases sociales se palpa en el ambiente y algunos se encargan de manera irresponsable de difuminar por toda la ciudad. Todas las esencias que contenía la caja de Pandora se machacan en el “crisol de la incultura e ignorancia”, exhalando un pestilente tufo que en algunos huele a victimismo, en otros a prejuicios sociales y en la mayoría a indiferencia, apatía y resignación. Aquellos que por su posición dominan la escena desde el altozano, donde los humores que desprende la ciudad no llegan con tanta intensidad, miran el panorama con suma despreocupación. Físicamente están en el monte Olimpo, pero mentalmente se encuentran en los más profundos círculos del infierno descrito por Dante. No es de extrañar que el genial escritor florentino, al comienzo de su viaje que llevaría  a recorrer el reino de Hades, citara a Ceuta. Algo tuvo que presentir sobre el futuro de nuestra ciudad.
Son múltiples y complejos los planos en los que el desequilibrio se hace notar en Ceuta. Aunque algunos se empeñen en buscar la causa y la solución de todos los problemas que sufrimos los ceutíes en el ámbito local, lo cierto es que vivimos cada día en un mundo más globalizado, cuyos máximos mandatarios vienen dado muestras desde hace tiempo de haber perdido el control. En el ámbito internacional los desequilibrios son notables entre los países pobres y países ricos, los llamados del sur y del norte. Del mismo modo, en  el plano nacional las divergencias en el nivel y calidad de vida son notables entre una minoría, cada día más enriquecida, y una abultada proporción de ciudadanos que viven por debajo del umbral de la pobreza. Este panorama de desigualdades socioeconómicas se traslada a la esfera local, donde también se puede apreciar  con nitidez que no todos gozan por igual de las mejoras efectivas que se han dado en el acceso a la educación, la salud, el confort doméstico o el disfrute del ocio. Según vamos descendiendo en la dimensión de estas esferas de la realidad, de lo global a lo local, las posibilidades de corregir los desequilibrios se reduce. No obstante, y aunque resulte un tanto paradójico, la salida a la crisis económica, social, cultural y ambiental que padecemos se encuentra en el ámbito de lo local. Es por esto que autores como Edgar Morin, ideólogo del pensamiento complejo, abogan por completar el principio de pensar globalmente, actuar localmente, con el pensar localmente y actuar globalmente.
Una idea parece estar clara. La única manera de conseguir un mundo más justo y sostenible es desmontar paulatinamente el complejo de poder que se ha ido reconstruyendo desde el siglo XV, cuando surge el capitalismo, devolviendo el control de los acontecimientos, en la medida en que esto es posible, al hombre. Para alcanzar este ambicioso objetivo, según dejó escrito Lewis Mumford en “la conducta de la vida”, “cada uno de nosotros debe encontrar y elaborar por sí mismo la forma en la cual debe modificar su vida, a fin de lograr el equilibrio y la auto-dirección, aprovechar al máximo sus potencialidades, y así contribuir a la renovación general de la vida”. Queda claro, por tanto, que la transformación que requiere nuestro mundo debe comenzar por nosotros mismos. A partir de aquí tenemos que reconstruir nuestra vida familiar, la de nuestro vecindario y nuestra comunidad local, dedicando una buena parte de nuestro tiempo libre a las tareas de la ciudadanía.
Para alcanzar esta transformación del hombre es indispensable un entorno propicio. Montesquieu tenía clara esta idea cuando afirmó que “primero las personas construyen los edificios, pero luego los edificios cambian a las personas”. A partir de esta interesante observación la psicología ambiental ha aportado datos muy reveladores en torno a la incidencia de nuestro entorno urbano en la salud psíquica e incluso física de las personas. Así la Prof. Hidalgo Villodres, en un trabajo titulado “paisajes urbanos: ciudades habitables”, contenido en la obra colectiva “Psicología de la ciudad. Debate sobre el espacio urbano” (2008), alude a ciertas investigaciones que han venido a demostrar los efectos beneficiosos de los ambientes naturales para la recuperación del estrés. Según estos estudios se produce una reducción de la presión arterial durante un paseo por un entorno natural frente a un paseo equivalente en un ambiente urbano. También dentro de los ambientes urbanos se aprecia una mayor preferencia y capacidad restauradora del estado psíquico en los lugares históricos, por encima incluso de algunos sitios naturales. Vemos, por  tanto, que el equilibrio que se tiene que dar en cualquier ciudad entre lo artificial y lo natural; entre espacio público y espacio privado; entre tamaño y población; entre campo o ciudad; entre superficie construida y espacios libres; entre demanda de infraestructuras y equipamiento y oferta disponible; son claves para el desarrollo de la persona, para su salud física y psíquica, así como para una relación simbiótica y no parasitaria con la naturaleza.
Equilibrio y determinación de límites tienen que ir de la mano. Esta idea la tienen cada día más clara los técnicos y responsables de la política ambiental comunitaria. Prueba de ello es que en el informe final del Grupo de Expertos sobre el Medio Ambiente Urbano de la Comisión Europa, titulado “Ciudades Europeas Sostenibles” se incluye la siguiente reflexión:  “…la planificación no debe buscar siempre un "equilibrio" entre los beneficios del crecimiento y los costes para el medio ambiente; los planificadores deben determinar las capacidades ambientales e impedir que se superen sus límites. Esto puede conducir a descartar ciertos tipos de proyectos, cualesquiera que sean sus beneficios actuales. La planificación debe estar "limitada por la oferta” y no "dirigida por la demanda". La sostenibilidad impone el paso a sistemas de ordenación que reconozcan la capacidad de carga del medio ambiente a nivel local, regional y mundial como principios de referencia dentro de los cuales se pueden discutir otras consideraciones”.
Teniendo que en Ceuta hace ya mucho tiempo que en nuestra ciudad se aprecian síntomas de haberse superado su capacidad de carga, resulta ilógico, contraproducente e irresponsable seguir manifestando la intención política de atender ciertas demandas (vivienda, empleo o acceso a servicios educativos, sanitarios o culturales), cuando éstas tendrían que estar limitadas por la oferta que nuestro escaso territorio puede ofrecer a una población en vertiginoso crecimiento.  

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