Desde hace algún tiempo suelo pasar los veranos dedicado a una de mis aficiones favoritas, como es la elaboración de pan. Aprovecho estos meses de calor y de descanso de parte del personal de nuestra pequeña panadería familiar, para cubrir huecos y, de paso, perfeccionar las técnicas de panificación. Esto lo mezclo con la lectura de libros atrasados, artículos de opinión, paseos por la naturaleza, baños en las aguas de nuestra costa tropical, o en las heladas aguas de uno de los ríos que siguen manteniendo un caudal limpio e importante, el río de Dílar, que se nutre, fundamentalmente, de la nieve de Sierra Nevada y del que beben y riegan sus campos una importante población de pueblos cercanos, incluido el que le da su nombre.
Lo anterior quiere decir que suelo madrugar. Primero, porque siempre se me ha dado mejor la lectura y el estudio a primeras horas de la mañana, antes del amanecer. Segundo, porque hacer pan requiere, en general, que se comience muy temprano, para así tener los productos listos al principio de la jornada para la mayoría de la población. Lógicamente, para madrugar es necesario acostarse a una hora prudente. Sin embargo, en esta semana hemos hecho una excepción. No podíamos perdernos el concierto de nuestro amigo David Defries. Pese a que es casi nuestro vecino desde hace muchos años, no habíamos tenido la ocasión de escuchar su música en directo. Ya lo hemos hecho. Y no puedo dejar de contar las agradables sensaciones que nos produjo.
David Defries es un trompetista de jazz británico, además de flugelhornista, percusionista, compositor y arreglista. Según se cuenta en la Wikipedia, fue miembro de la Hermandad del Aliento de Chris McGregor, y miembro de Penguin Café Orchestra, Loose Tubes y Breakfast Band. Una calificación menos formal, pero más cercana de su estilo, es la que hizo el músico estadounidense de jazz Archie Shepp. “Un trompetista con un estilo muy individual y sofisticado”, dijo. O la que le dedicaron los organizadores de los conciertos de Granada: “un fino trompetista y fliscornista, además de arreglista, compositor y peculiar director musical que llama la atención por la expresividad con que suele dirigir sus proyectos”.
El concierto se llevó a cabo en los jardines de uno de los mejores y más agradables restaurantes de la zona, Cortijo los Dílares. Absolutamente todas las mesas estaban ocupadas desde unas horas antes del comienzo. Estuvo acompañado por dos magníficos músicos, un guitarrista brasileño y un percusionista. Desde el comienzo de la actuación, su entrega y expresividad iluminaron la velada. Lo que más me atrajo, a la vez que me impresionó, fueron los sonidos extremos y los quiebros que salían de los dos instrumentos que alternaba y soplaba con maestría, el fliscornio y la trompeta. Te trasladaba a través del ritmo y la melodía a una situación tan extraordinaria, que casi llegabas a imaginar o intuir la siguiente nota. Y, aunque a veces parecía que iba a perder el compás o el tono, no ocurría ni lo uno ni lo otro. No eran más que las señales y las claves para la entrada en escena de los otros dos instrumentos, en el momento y la tonalidad adecuadas. Cuando eso ocurría, te tranquilizabas, al comprobar que todo transcurría en perfecta armonía y con una precisión cuasi milimétrica.
Al finalizar la actuación, bastante pasadas ya las 12 de la noche, me acerqué a David para darle la enhorabuena por su actuación y para manifestarle mi grata sorpresa, al haber corroborado que todo lo bueno que había escuchado de él, había quedado sobradamente superado esa noche. Fue cuando me contó, de forma muy humilde, sus orígenes autodidactas, su relación con los maestros del jazz sudafricanos y americanos y su permanente lucha por mantenerse libre y sin ataduras. Me dijo que sus orígenes estaban en una familia relativamente acomodada, aunque, permanentemente había estado luchando por “quitarse la corbata que le pusieron al nacer”. Me llamó la atención esta expresiva forma de definir su rebeldía, pero me hizo comprender muchas de las actitudes y comportamientos que había observado en él, a través de nuestras relaciones personales, fundamentalmente, cuando viene a comprar nuestros panes ecológicos. Por ejemplo, que viaje en bicicleta eléctrica desde la localidad en la que vive, distante a la nuestra en casi 5 kilómetros, con un pequeño carrito para depositar en él las compras, denota una filosofía y un estilo de vida muy sostenible y acorde con nuestra actual misión común de lucha contra el cambio climático.
Cuando al día siguiente me levanté casi a la misma hora de todos los días, pero comprobé que no estaba en absoluto cansado, sino todo lo contrario, me di cuenta de que su música había producido en mi un efecto terapéutico y relajante. También me había facilitado disfrutar de una agradable cena, en compañía de Rosa, mi esposa y compañera, compartiendo también espacio con amigos a los que no veíamos desde hacía tiempo.
Claro, cuando he buscado en la red antecedentes de David y he comprobado que se ha codeado con los mejores músicos de jazz del mundo, pero que sigue viviendo de forma tranquila y humilde entre nosotros, es cuando he entendido que la música, la auténtica música, es la que se vive con la pasión y la entrega de artistas como él. De esta forma, sí podemos hablar de un lenguaje universal que puede servir para unir y hermanar a todos los habitantes de nuestro planeta.