Son las 6 h a.m. Llevo una hora despierto en un hotel de Granada y el cansancio hizo que me costara conciliar el sueño; cuando estamos agotados todo se desordena: las emociones son un caos entrópico que te llevan del cielo al infierno, el hambre aparece y desaparece agazapada en el cerebro, la alegría y la tristeza danzan juntas y el miedo se envalentona contra valentía y danzan juntos haciendo una extraña pareja.
El viernes comenzamos las correcciones de selectividad, 170 exámenes anónimos desfilarán por nuestras pupilas en una sala silenciosa en la que el ruido tiene vetado la entrada. “Extra omnes”. Nos convertimos en cardenales valorando los ejercicios de los futuros alumnos universitarios.
He estado aquí en 20 convocatorias aunque nada sucede dos veces: dos gotas de agua, volver a enamorarse, el cabello mojado de la lluvia. Dejamos migas de pan en el camino para no perdernos en este laberinto del tiempo, pero el tiempo se convierte en pájaros que alimentan de los puntos de referencia. Volver a encontrarnos es un trabajo del destino imprevisible.
En esta convocatoria retrocedí 21 años y allí estaba Laura, una de las primeras alumnas que tuve al llegar a Ceuta. Laura también estaba en otro tribunal como profesora de Historia.
La recordaba perfectamente en aquellas clases de Filosofía del Siete Colinas: estudiosa, inteligente, firme en sus opiniones, decidida inconformista, luchadora. Laura tenía 17 años, 17 abriles, 17 rosas. De ella me llamaba la atención su valentía, su claridad de ideas para defender sus argumentos y la capacidad de persuadir al interlocutor.
Los profesores sembramos semillas, las regamos con el alma, las protegemos de las inclemencias vitales, las preparamos y protegemos contra epidemias, sequías, granizo y lluvias torrenciales. Los alumnos se convierten en un eslabón que buscan la cadena del futuro.
Dejamos de saber de ellos, por las aulas pasan cientos de adolescentes; algunos nos dejaron, otros nos recordarán como una parte de su vida, de su memoria. Recordarán anécdotas, días tristes y alegres, la caverna de Platón o algún comentario que hicimos sobre ellos.
Saber de Laura, volver a verla, reconocerla como una crisálida que se ha convertido en mariposa supone una de las mayores satisfacciones profesionales, algo que compartes contigo mismo porque solo lo entenderás tú en ese lenguaje de la introspección.
Al instituto vuelven profesores, oigo en la calle voces que me llaman, que me abrazan, que estrechan sus manos con mi mano.
Nunca se deja de ser profesor para un alumno, aunque el profesor te vea como un colega, como un compañero, como un médico, como un abogado o como el rol que ocupas. Para ellos siempre eres el profe de Filosofía que nos animó a seguir y que nos decía que todo dura un segundo. Hago mías las palabras del maestro en la película ‘La lengua de las mariposas’.
Son para tí, Laura...debes seguir adelante aunque no volvamos a encontrarnos.
“Queridos alumnos:
En la primavera, el ánade salvaje vuelve a su tierra para las nupcias. Nada ni nadie podrá detenerlo: Si le cortan las alas, irá a nado; si le cortan las patas, se impulsará con el pico, como un remo en la corriente. Ese viaje es su razón de ser. En el otoño de mi vida, yo debería ser un escéptico y en cierto modo, lo soy… El lobo nunca dormirá en la misma cama con el cordero. ¡Pero de algo estoy seguro! ¡Si conseguimos que una generación, una sola generación, crezca libre en España, ya nadie les podrá arrancar nunca la libertad! ¡Nadie les podrá robar ese tesoro!”
Para todas las Lauras que comenzaron a volar.