Es una noticia recurrente en las últimas semanas. Comenzó en Austria, donde algún informe alertaba de la posibilidad de que esto ocurriera. El “blackout”, como le llaman, sería un apagón eléctrico generalizado originado por una nueva pandemia, un ataque cibernético, un ataque terrorista o una sobrecarga del sistema de abastecimiento. El hecho está, según se informa en alguna prensa conservadora, en que el asunto de la posibilidad de un gran apagón eléctrico viene siendo un tema importante en los informes de seguridad del ejército de este país desde 2019. Pero, la noticia no ha quedado ahí. Si la relacionamos con los problemas del suministro de gas a Europa, ocasionado por la amenaza del dictador de Bielorrusia Lukashenko de cortar el viaducto que proviene de Rusia, y a España, por el cierre del gaseoducto proveniente de Argelia, que pasa por Marruecos, a causa de los enfrentamientos entre ambos países, la alarma está servida.
Como nos explica Bill Gates en su libro “Cómo evitar un desastre climático”, el mundo necesita para su funcionamiento aproximadamente 5.000 gigavatios de electricidad. Una ciudad mediana necesita un gigavatio.
Un país como los Estados Unidos, 1.000 gigavatios. En España se tiene una capacidad de generación de electricidad de 107 Gigavatios al día. Lo máximo que se ha consumido en un día en momentos de especial necesidad, han sido de 57 gigavatios. Es decir, tenemos capacidad de generación, estamos suficientemente diversificados y contamos con reservas estratégicas de gas, que es una de las 10 fuentes de energía que sirven para generar electricidad. Por tanto, como ha explicado la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, y corroboran los expertos, es improbable que suceda un apagón en nuestro país. Pero algunos medios siguen con el bulo. Entonces, ¿quién tiene interés en alarmar a la población ante la llegada del invierno?
Un precedente en el tiempo de una alarma parecida se puede encontrar en lo que se denominó “efecto 2000”. Técnicamente se trataba de un error de software causado por la costumbre de los programadores de omitir la centuria en el año para el almacenamiento de fechas, asumiendo que los sistemas solo funcionarían durante los años cuyos números comenzaran por 19. Hubo una alarma mundial y se efectuaron grandes inversiones para prevenir este problema, ante el posible efecto cascada que pudiera provocar algún sistema primario, que ocasionara fallos en el suministro de energía o de transporte si no reconocía el año 2000. Recuerdo que en ese tiempo yo trabajaba como auditor en la Seguridad Social. Se diseñaron programas especiales de auditoría informática para detectar y corregir el temido “efecto 2000”. Finalmente, no ocurrió nada de lo que se esperaba. No se sabe si porque el problema no era tal, o debido a los más de 200.000 millones de euros que se estima que se invirtieron a nivel internacional para prevenirnos del posible “desastre”.
Pero, también ha habido otras alarmas. Por ejemplo, respecto al fin del mundo. La última nos amenaza con que llegará el 21 de diciembre de 2021. Nostradamus lo preveía para algo antes. También hay una alarma recurrente sobre el posible colapso de los sistemas de pensiones de los países que disponen de modelos públicos de Seguridad Social. Los riesgos los ven los que lanzan las alarmas en los sistemas de reparto (cuando con las cotizaciones de los trabajadores actuales se pagan las pensiones de los jubilados). Nunca ven riesgo alguno cuando los planes de pensiones son privados y se basan en la capitalización de los ahorros de los contribuyentes.
Aunque hayamos salido de una de las mayores crisis financieras de los últimos tiempos, en la que quebraron bancos gigantes como el Lehman Brothers. Y también, pese a que en Chile, país en el que se llevó a cabo una reforma salvaje del sistema público de pensiones por parte del régimen del dictador Pinochet, en la actualidad estén estudiando la forma de volver a la modalidad de reparto anterior, cuando han comprobado que los Fondos privados de Pensiones no son capaces de garantizar ni un mínimo de subsistencia a los que depositaron en ellos todos sus ahorros.
Es una evidencia contrastada que el miedo provoca sumisión. Y la sumisión es fruto de la desinformación. También está contrastado que “una mentira repetida muchas veces, se convierte en verdad”. Lo decía Göbbels, el eficiente ministro de propaganda nazi en el régimen de Hitler. Y es lo que han estado practicando los dictadorzuelos modernos, como Donald Trump y Bolsonaro.
De cualquier forma, la cruzada que parece estar en marcha para causar miedo en la población debe ser tratada como lo que es, a saber, una tóxica campaña de desinformación, a la que ayudan empresarios de sectores estratégicos, como el transporte o la electricidad, además de políticos ávidos de deseos de conquistar el poder utilizando mecanismos poco claros. Frente a ello, tranquilidad y buena información.