No busquen en los diccionarios el significado de la palabra que da título a esta colaboración, pues no la encontrarán.
Es sin embargo un vocablo con el que me familiaricé cuando niño, pues lo utilizaba mucho mi abuela cuando encontraba en su camino algún obstáculo, grande e imprevisto, generalmente puesto intempestivamente para utilizarlo en alguno de nuestros juegos, en el menguado espacio disponible en nuestra humilde casa de la calle Mendoza. ¡Que tiempos aquellos en que una silla puesta longitudinalmente podía convertirse en un barco pirata, y un banquillo de la cocina en la cofa de la Santamaría, que sirvió a Rodrigo de Triana para gritar su famoso “Tierra a la vista”.
La palabreja me vino a la memoria cuando ayer, al pasar por lo que antes llamábamos “la curva del plátano”, descubrí la torreta que pueden ustedes contemplar en la fotografía que ilustra el comentario.
Se trata de un estarabanco conformado por perfiles prefabricados, parecidos a los que se utilizan para montar estanterías metálicas. Su respetable altura (¿6 o 7 metros?), su disposición, y el saber que la Ciudad tiene decidido colocarnos un ascensor para que subamos y bajemos cómodamente a la Playa de la Ribera; me hizo pensar que se trata, o bien de la estructura básica para la colocación del susodicho elevador, o bien de algún artilugio que pueda servir para su colocación. La ubicación del estarabanco ha supuesto modificar las escaleras de bajada desde las naves de la pescadería al Agujero, y establecer un pasillo, a base de placas de hormigón, que –imagino- llevará a los usuarios desde el elevador a la playa, o viceversa. Cabe la posibilidad de que mis suposiciones sean erróneas y que el estarabanco esté destinado a prestar otros servicios; en cuyo caso pido perdón anticipadamente por el atrevimiento, y “me la envaino”, como suele decirse vulgarmente.
Desde que conocí la generosa idea de quienes quieren poner la playa de la Ribera a la altura de la Concha donostiarra, me pareció problemática la instalación de un ascensor de libre disposición para quienes frecuenten nuestra fabulosa playa; pues a menos que sea un ascensorista quien controle y manipule el aparato, éste, el aparato, puede convertirse en un juguete para los chavales o en fantástico blanco para quienes disfrutan apedreando a cuanto se le pone por delante, sean lámparas, conductores de autobuses o fuerzas de seguridad. ¿Ascensor blindado? ¿Ascensor al que sólo puedan acceder quienes dispongan de una tarjeta facilitada por los servicios playeros?... Sea como fuere, el lugar en el que, a pesar de la limpieza, reina un fuerte olor a pescado no parece el más apropiado, máxime cuando se cuenta con todo el paramento de la muralla de la Brecha, a la que podría ir acoplado el elevador.
Es probable que quienes se ocupan de la realización del Proyecto tengan perfectamente resueltos todos los inconvenientes que se me han ocurrido “a bote pronto”. Otro tanto se suponía en lo que se refiere al flamante paseo que han construido desde la Ribera a Fuentecaballos, y ya he leído que el Ingeniero Director ha señalado que con tiempo de Levante se prohibirá la entrada al Paseo, para evitar daños a los transeúntes. Ingeniosa medida que resuelve el problema. ¿Se hará otro tanto cuando las aguas fecales se derramen por el paseo?...
Disponer el camino que conduce desde el acceso al Mercado por Teniente José Olmo hasta el Agujero, podría resultar una medida alternativa para facilitar el acceso a minusválidos a la Playa. Bastaría adecentar y limitar mediante unas verjas visitables, los accesos al Mercado desde el antiguo zoco. Pero esos son otros López.
Mientras tanto espero, intrigado, a que se desvele el misterio del estarabanco del Agujero, compañero.