La pérdida de esas personas que han sido un referente en tu vida supone un golpe difícil de superar. Creo que nunca podremos acostumbrarnos a la muerte, a saber que ese ser querido ya no estará más a nuestro lado, no vivirá el paso de los días de acuerdo con la idea que nos habíamos hecho. Hay quien dice que el estado de la muerte es la auténtica vida, es la plenitud de un tránsito, de un paso terrenal que nada tiene que ver con lo que habrá después. Decirle esto a quien ha recibido el mazazo de su vida no es que sea complicado, es que se antoja un insulto a sus sentimientos.
Pasan los años y de forma cobarde nos vamos aferrando a unas u otras creencias. Digo de forma cobarde porque nos dejamos caer en el terreno de lo posible por mero complejo, quizá buscando, como niños chicos, no dudar de lo que nos cuentan que habrá por si acaso, al hacerlo, somos castigados. Es una forma esquizofrénica de asimilar esa espiritualidad y esa fe con la que solo unos pocos han sido beneficiados, porque solo unos pocos creen verdaderamente, los demás lo hacen movidos por el miedo.
La muerte supone dolor. Y aunque pasen los años nadie puede entender el dolor de cada uno, nadie puede sufrir la ausencia del otro ni empatizar con la tristeza que, de la noche a la mañana, te convierte en un invisible, en un alma en pena, en un estar pero no estar.
Tengo una amiga, o mejor dicho una hermana no de sangre, que lo está pasando mal. Muy mal. Su dolor es su dolor, ella solo sabe entenderlo y sufrirlo, como otros tantos lo intentamos entender y lo seguimos sufriendo por muchos años que hayan pasado de la pérdida de un ser querido, de lo más grande, de lo más amado. La muerte no solo se llevó a quien más queríamos sino que nos asestó un zarpazo despojándonos de parte de nuestra vida, de nuestra felicidad, de nuestro amor. Y eso no hay tiempo que lo cure, ni palabras que lo arreglen, ni consuelos, ni nada. Hay que ir aprendiendo a vivir dejando trozos de nuestra esencia vital en el camino, buscando la superación del dolor a sabiendas de que es inalcanzable. La vida es una loca sinvergüenza que poco a poco nos mata en un sendero que, para algunos, tiene al final una esperanza. Para otros sencillamente tiene la nada.
Aprender a vivir con la falta es la asignatura obligada, impuesta y marcada a base de dolor. Solo el amor de los demás puede causar alivio pero somos tan egoístas que nos convertimos en incapaces de ese regalo. Nunca es tarde para aprender. Solo es cuestión de ser más atentos con lo que pasa a nuestro lado. Te quiero hermana.