Al hilo del texto que antecede a esta disertación, la polarización entre Washington y Beijing origina escenarios de mayor fragmentación internacional y espolea la diplomacia de bloques para contrapesar las pugnas geopolíticas. Y es que esta visión parece beneficiar a la República Popular de China por el influjo en el Este y Sur Global, aunque Estados Unidos todavía mantiene la delantera en el poder duro y las alianzas usuales. Llámense, entre algunos, los elementos de seguridad colectiva, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) o AUKUS (alianza estratégica militar Australia-Reino Unido-Estados Unidos). Claro, que la rivalidad entre las superpotencias ha dejado de ser una disensión entre dos países para erigirse en el latido apresurado por el devenir del orden integral.
Adelantándome a lo que pretendo fundamentar en este galimatías de poder, entre las incertidumbres que reproduce este paisaje, se formula a criterio del lector, si prevalecerá una aldea encabezada por sistemas democráticos liberales o si se impondrá una perspectiva totalitaria conducente en avances económicos. Obviamente, la contestación queda en el tintero, pero lo más presumible es que estos entornos determinarán la sociedad del siglo presente. De este modo, los principales conflictos bélicos abiertos reconfiguran el balanceo de poder. Y a estas alturas del lugar, Estados Unidos no puede perpetuarse en el tiempo defendiendo su supremacía y aflora un nuevo orden multipolar, donde la Federación de Rusia y China, y tal vez, otros actores como la República Federativa de Brasil, la República de Turquía, la República de la India y la República Islámica de Irán, quieren compartir esta labor.
A día de hoy, el contrafuerte incuestionable de Occidente al Estado de Israel y su servidumbre en razón de la seguridad de Estados Unidos por medio de la OTAN, han definido el encargo internacional y las alternativas en cuanto a la seguridad de las naciones europeas, fundamentalmente, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y la República Federal de Alemania.
Años más tarde, desde la invasión de Ucrania por parte de Rusia (24/II/2022), la humanidad está inmersa en el desorden. Un mundo en desconcierto que lidia por un nuevo orden, justamente para proporcionar harmonía a este incómodo laberinto. A decir verdad, se litiga sobre el hecho de que el período en la que Estados Unidos señoreaba el mundo como la potencia más musculosa, ha llegado a su punto y final y nos adentramos en una travesía de multipolaridad.
"Este eje de la agitación, sin ser un acuerdo explícito y documentado, funciona de facto como un aparato geopolítico que abate el orden liberal desde diversos planos"
Dicho esto, la nación donde más se opina sobre la multipolaridad es Rusia, y ésta la contempla como un orden en el que al menos tres potencias llevan la voz cantante. En tanto, China tantea entre dos dilemas. Cuando Xi Jinping (1953-72 años) se traslada a Moscú, coincide con Vladímir Putin (1953-72 años) en que el orden mundial ha de redefinirse en términos de multipolaridad. No obstante, cuando coincide con el expresidente estadounidense Joe Biden (1942-82 años), hace hincapié en que el mundo únicamente puede restaurar su orden y solidez mediante la cooperación entre China y Estados Unidos y seguramente en su instinto cavile un orden bipolar.
Otra variante del concepto de multipolaridad es la que sugieren aquellos que aguardan ocupar un puesto en el tablero de la multipolaridad, además de otros pretendientes como parte de la reorganización global (Turquía, India, Irán y Brasil). Los estados europeos y Japón que se daban por restados como extremos de un orden multipolar, ya no están entre las naciones más potentes. Lo anterior se encuentra en sintonía con su ausencia de fuerza militar, dificultades económicas y estrecho concurso con Estados Unidos, que algunos articulistas han desacreditado y denominado ‘vasallaje’.
Siquiera, no queda visible si los desvelos europeos por adjudicarse la carga principal de apoyar a Ucrania ante una hipotética variación en el liderazgo político de Estados Unidos, afectarán en el enfoque del Viejo Continente en un futuro orden multipolar y si este continente rescataría un puesto representativo en los temas mundiales.
El antagonismo entre los tres actores nucleares (Estados Unidos, China y Rusia) gravita en precisar cuál del triángulo estratégico puede hacer caer la balanza en los movimientos de los otros contendientes. Conjuntamente, se desenvuelve en las esferas económica, tecnológica-científica y militar, porque se procura eludir una guerra entre las potencias nucleares y, con ello, una guerra de calado nuclear.
Pese a ello, si se piensa que no se puede pasar por alto los medios militares, la derivación es un conflicto en un territorio como en Ucrania. En esta conflagración, Rusia como una de las tres grandes potencias nucleares, sin más, se haya involucrada como acometedor, mientras que Estados Unidos interviene explícitamente en un segundo plano y China practica una proyección sin ambages, como un potencial moderador.
En Asia del Este existen dos departamentos servibles para una guerra de poder de este molde. Aquí, una acometida militar de China contra la Isla de Taiwán compondría un contexto similar al de Ucrania. Amén, que Estados Unido tiene el deber de facilitar ayuda a Taiwán y por ende, confluye el peligro de una colisión entre dos de las tres potencias nucleares. De ahí, que en el encuentro celebrado entre ambos en 2023, conviniesen no debatir en absoluto el statu quo de Taiwán.
El segundo plano, pero no sin perder protagonismo alguno, lo irrumpe la República Popular Democrática de Corea, comúnmente conocida Corea del Norte. El hecho de que su Carta Magna se haya retocado para que no conste bajo ninguna calificación la palabra ‘reunificación’, allana el sendero para un creíble embate contra Corea del Sur. Estados Unidos ha de juzgarlo como una agresión a su propio país, si éste atañe a sectores donde se localizan soldados norteamericanos asentados.
Luego, Kim Jong-un (1984-41 años), ostenta la mecha susceptible para que arda la pólvora y desate un conflicto bélico en Asia del Este que inexcusablemente demandaría el enredo directo de Estados Unidos. Malogrando así las valoraciones de cálculo de Estados Unidos y China para dirigir los focos de conflicto, de modo que estas dos superpotencias dispongan sobre la guerra o la paz, en esta parte concreta del continente asiático.
Otro matiz desenmascara la singularidad del armamento apremiado por Corea del Norte con la asistencia de Rusia, haciendo accesible un acometimiento nuclear contra las tropas norteamericanas situadas en Corea del Sur. Un combate de esta categoría podría concebirse si la ofensiva en Europa se ampliara al espacio de la Alianza Atlántica.
Tanto Estados Unidos como China se sentirían forzados a intervenir, ya que Rusia adquiriría una ocasión suplementaria de infligir ante Estados Unidos una guerra abierta de dos frentes. Sin embargo, somos testigos de más conflictos bélicos como el que se desarrolla en Medio Oriente y que acapara su fase más aciaga (el Ejército de Israel alcanza el momento crítico de su ofensiva terrestre sobre la ciudad de Gaza).
No hay que soslayar, que ésta emerge porque Estados Unidos contrayendo su estatus de dominio, soporta un esfuerzo excesivo y no se encuentra en condiciones de entrometerse como policía mundial adondequiera que detonase una guerra. Además, los conflictos armados en las proximidades de Rusia confirman que no sólo Estados Unidos se ve dañado por esta contrariedad. Fijémonos en China, en la actualidad es contrapunteada por insurgentes en sus límites fronterizos con la República de la Unión de Myanmar. En efecto, la multipolaridad ya bulle, pero todavía se atina en una etapa de desenvolvimiento.
Aún no se sabe si predominará la multipolaridad triangular u otra fórmula. Y ésta con más de tres actores encierra inconvenientes porque da luz verde a varias alianzas, al igual que desembala numerosos resquicios.
En base a lo desgranado habría que remontarse a los comienzos del año 2024, cuando se produjo un ataque masivo ruso con misiles sobre las localidades ucranianas de Járkov y Kiev. Aquello imprimiría un punto de inflexión en la batalla, porque lo más llamativo no fue la dimensión de la arremetida en sí, ni tampoco la réplica a posteriori de Ucrania, sino la procedencia de las armas usadas: componentes electrónicos de naturaleza china, drones de fabricación iraní y misiles norcoreanos.
Al mismo tiempo, aquello no podría catalogarse una operación aislada, sino un síntoma clarividente de que una coalición con visos de informal, pero pujante, se fortalece en la clandestinidad. Una punta de lanza de potencias opresoras, extremadamente contrapuestas al status quo global, como a la significación occidental de derechos humanos y la propagación, cada vez más cuidadosa del diseño internacional alumbrada con el final de la Segunda Guerra Mundial (1-IX-1939/2-IX-1945) y robustecida tras la Guerra Fría (12-III-1947/26-XII-1991).
Esta manifestación bautizada por ilustres expertos y analistas como el ‘eje de la agitación’, planea una amenaza estratégica de primer orden que Occidente y específicamente, Europa, aún no han puesto sus precedentes degradados. Los tres encarnaron a las mil maravillas su parangón, cuando advertimos por los diversos medios de difusión a sus líderes caminar juntos para enviar un recado escueto. Se trata de una afinidad entre el trípode Rusia-China-Corea del Norte, con alcances que extreman el marco ucraniano y que perturba considerablemente al equilibrio europeo, al igual que en Asia y a la hoja de ruta de actores periféricos, pero notables, como la República Bolivariana de Venezuela con Nicolás Maduro Moros (1962-62 años) a la cabeza.

En contraste al bloque soviético de la Guerra Fría, recostado en un sistema fractal por el que los estados satélites replicaban el andamiaje político de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y arrastraban una fuerte sujeción de esta, este eje no se modula en torno a un pensamiento compartido.
Como de igual modo no es un lazo formal, ni abriga una composición de mando centralizada. Ante todo es una malla cimbreante, pero firme, de participación táctica y estratégica entre estados decididos que declaran una visual del mundo superpuesta: multipolar, menos ajustada en valores universales y más proclive a mostrarse conforme con órbitas de influjo regional.
Cada uno de los integrantes de este eje posee incitaciones particulares para desdeñar el orden reinante. Primero, Rusia, en su ambición inmoderada y muy individualizado por la figura de su presidente, trata de devolver el aguijón de su atribución postsoviética y dar la cara ante la extensión de la OTAN. Segundo, China, ansiosa por reconfigurar el sistema internacional en terminales más compatibles con su rigor económico y militar, así como desalojar a Estados Unidos del Indo-Pacífico, posición neurálgica convertida en el centro de gravedad del celo estratégico estadounidense. Y por último, Corea del Norte, que para sobrevivir se supedita a sus capacidades militares y la disuasión nuclear. Aunque en este puzle habría que incluir a Irán, decidida en todo momento a cerrarse en banda a las sanciones y consolidar su trama de aliados y organizaciones en Oriente Próximo.
Sobraría mencionar que la autocracia iraní es de línea dura y antagónica a cualquier régimen comunista laico y con una economía rudimentaria y gobernanza fallida.
Con lo cual, esta armadura se edifica sobre un raciocinio de interdependencia pragmática: Rusia, precisa municiones y tecnología para alejarse del aprieto en el que se ha empotrado con la guerra de Ucrania; China, requiere petróleo abaratado y un socio estratégico para aminorar a Occidente; Corea del Norte, necesita legitimidad y apoyo económico y una vez más, englobo a Irán, reclamando amparo diplomático y cauces para exportar su proyección.
En paralelo, la colaboración entre los miembros del eje se expresa en múltiples niveles y seguidamente se desmenuzan en el ámbito militar, el plano económico, el terreno diplomático y en la dimensión tecnológica.
Sucintamente, al referirme al terreno militar, Rusia ha obtenido munición, misiles y guerrilleros coreanos que han perdido la vida en una guerra que probablemente ni entiendan su causa. Igualmente, se ha hecho con drones venidos de Irán y tierras raras, litio, cobalto, galio y germanio provenientes de China. A cambio, para jactar a sus aliados de provecho, ha cedido tecnología avanzada, incluyéndose desde reactores nucleares hasta sistemas de defensa aérea y conocimientos operativos. Y si se abarca la vertiente económica, la compraventa en monedas nacionales ha ganado relevancia. Rusia-Irán se mueven cada vez más como pez en el agua de la unidad monetaria de los riales y rublos y China-Rusia, en la divisa del curso legal de los yuanes. El propósito es patente: menguar el sometimiento del dólar norteamericano y evadir los artificios de sanción occidental.
Otra temática incumbe a la esfera diplomática, donde estos estados se alientan en espacios de diálogo, cooperación y establecimiento de prácticas, estándares y políticas a ras global. China esquiva reprobar la invasión rusa de Ucrania y Rusia escuda a Irán en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Todos, encajan en tildar a Israel con lo acaecido en la Franja de Gaza y en denotar a Estados Unidos como desestabilizador. Y por último, el calibre tecnológico, China envía a Rusia componentes electrónicos, semiconductores y tecnología de doble manejo, manteniendo su industria militar, aún con las sanciones. Además, se investigan acciones conjuntas en armamento hipersónico e inteligencia artificial.
"Esta estructura caprichosa no necesita institucionalizarse para ser eficaz y firme en sus ínfulas, su juego de palabras le concede contemporización"
Esta estructura caprichosa no necesita institucionalizarse para ser eficaz y firme en sus ínfulas. Sin ir más lejos, su juego de palabras le concede contemporización. Los engarces son bilaterales, pero se nutren recíprocamente. El eje, sin ser un acuerdo explícito y documentado, funciona de facto como un aparato geopolítico que abate el orden liberal desde diversos planos. Y Europa es junto con Asia, la periferia más hipotecada a esta reorganización del poder por inducciones territoriales, estratégicas y políticas. Saltando a la palestra el telón ucraniano, como el frente principal del enfrentamiento entre este eje y el elenco de democracias occidentales.
Hoy por hoy, la tenacidad de Ucrania estriba mayoritariamente por el sostén europeo y norteamericano. Pero si acaso este desistiese y Rusia se asegurara territorial y políticamente la seguridad de Europa Oriental, terminaría poco más o menos, contra las cuerdas. Y cómo no, porque el Viejo Continente no se encuentra listo para soportar una guerra dilatada en el tiempo y sin el favor expreso americano.
Es sabido que las capacidades industriales de defensa son reducidas, la autonomía energética continúa siendo inconsistente y el vínculo social es dificultoso de salvaguardar ante el aumento de fuerzas euroescépticas, populistas y prorrusas en estados como la República Eslovaca, Hungría o incluso la República Francesa.
A ello hay que añadir, que el eje se vale de ingenios híbridos para desmoronar a Europa, como cruzadas de desinformación, sabotaje de instalaciones o ciberataques.
La guerra no se origina únicamente en los campos de batalla, sino igualmente en las urnas, las redes sociales, los costes de la energía, etc. Asimismo, la brecha política interna es un blanco directo para Moscú y sus aliados. Al sembrar alegatos de prejuicio hacia la OTAN, la Unión Europea y las élites liberales, se atenúa la capacidad para proceder con sentido estratégico.
Recuérdese que en los preludios de su nuevo mandato, Donald Trump (1946-79 años) tuvo acercamientos hacia Putin. Es posible que intentase sugestionarlo al margen del influjo de China, como su competidor directo en la carrera estratégica. Indiscutiblemente, no es para nada positivo que tres actores nucleares de este fuste se asistan y desafíen al sistema liberal. Al igual que Irán se incorpore a este círculo y se sirva de este grupo turbulento. Y de este cóctel avispado faltaría por mostrar un fragmento periférico que no puede quedar incógnito. Me refiero a Venezuela, acarreando la pega de su destierro territorial con el resto de estados aludidos. Su renta per cápita ha descendido hasta convertirse en la mitad de la de la República de Guinea Ecuatorial y hallarse entre los países más indigentes de Latinoamérica.
Aun así, Venezuela es una parte valiosa del engranaje de contribución autoritaria. Bajo la dirección absorbente de Maduro, la nación ha multiplicado sus nexos de manera incesante con China, Irán y Rusia.
En otras palabras: Rusia ha servido respaldo militar, político y de inteligencia al régimen chavista; mientras que China, durante largos períodos ha sido y es el principal puntal financiero de Venezuela, entregando anticipos a cambio de petróleo e interviniendo en programas de infraestructura; Irán, además de facilitarle alimentos y combustible, ha trabajado en la fabricación de drones y echado mano como plataforma de representación en América.
Allende de las ventajas materiales, Venezuela aglutina un alcance alegórico, porque es la certeza de que es factible enseñar los dientes durante años a la presión internacional, perdurar en el poder a pesar del retraimiento y la estafa electiva confirmada, e incluso obtener peso regional. Por lo demás, goza de habilidad para la desestabilización: su disyuntiva con Guyana por el Esequibo, o los tratos con partidas irregulares colombianas, el contrapeso en Cuba y Nicaragua, su destreza para determinar oleadas migratorias hacia el Sur de Estados Unidos y como no, su potencial colaboración en el narcotráfico direccionado al Norte, le hacen un actor apto para el eje.
Otra de las variables intervinientes y uno de los instrumentos más activos no son ni sus economías, ni sus urnas, sino la descriptiva en su narrativa. La arenga de que el orden liberal occidental es farsante, arbitrario y alicaído, halla su resonancia en capitales del Sur. La no crítica a Rusia de estados hispanoamericanos, asiáticos y africanos no quedó como una objeción por similitud ideológica, sino como un indicativo de suspicacias hacia Occidente. En el Sur se observa la diligencia en Irak, la inanición en la crisis humanitaria en Palestina, la inercia selectiva de sanciones y la idea de que las reglas sólo se imponen a los más frágiles. Ello ha socavado la brújula interna y silenciosa del sistema comandado por Estados Unidos y al que Europa persiste adherida.
De cara a esta realidad el eje despliega una versión intercalada: soberanía nacional sin obstrucciones, cooperación sin cortapisas políticas y multipolaridad en vez de dominio. Es una oratoria con luces y tenebrosidades más que irrebatibles, pero que conquista terreno en una sociedad más aprensiva con el liberalismo occidental por bandera.
El sistema liberal no es algo novedoso que se haya amortizado como en ocasiones anteriores. Ocurrió con los imperios y se calcó con el fogonazo en los métodos totalitarios de disección puramente comunista o fascista. Si bien, ha justificado ser sutilmente resiliente, permaneciendo a lo que sobrevenía y a ensayos políticos y económicos que como emergieron, con el transcurrir de los tiempos terminaron desvaneciéndose.
El argumento de Occidente no puede residir en la añoranza del mundo unipolar, ni en la explotación estricta de agudezas militares. Fríamente es imperativo una disposición más racional y sofisticada. O lo que es igual: aceptando el cartel multipolar, porque no se trata de Rusia por un lado, China por otro y Corea del Norte, como si la viésemos venir. Lo que se desprende es una modalidad de alianza informal, pero efectiva que ejerce de manera armonizada.
Tampoco perdamos de vista el semblante de Trump, que suma y sigue apurando la senda de los antiguos soberanos o emperadores y que en pleno declive, procuraron alentar sus economías, realizar alardes de fuerza y fingir ser lo que otros fueron.
Finalmente, el ‘eje de la agitación’ como los investigadores lo han designado, es algo más que una distinción precintada. Es el énfasis de una metamorfosis geopolítica en tránsito, en la que el poder se disemina, las normas se arguyen y los equilibrios se fracturan. No es la vuelta de tuerca instintiva a la Guerra Fría, pero sí una liza estratégica diluida entre paradigmas discordantes. Europa ha de contraer su cumplimiento histórico y no estribar estrictamente de Estados Unidos, ni moverse con inconsciencia, porque Rusia, China y Corea del Norte trazan el reajuste del tablero geopolítico zarandeándolo, suscitando desbarajustes, diplomacia de bloques y forcejeos sobre patrones.






