Ya habia dicho en un artículo anterior que Puigdemont aspiraba a ser martir. Fundamentalmente, porque tenía muy mala salida, bajo la premisa de dialogar sólo si se aceptaba la independencia de quien nunca lo fue. Le quedaba ser un traidor para los suyos, si frenaba la locura, o un mártir, si seguía hacia adelante y caía sobre él el peso de la ley. Finalmente ha optado por la segunda, pero con trampa. Previamente intentó su impunidad a cambio de convocar elecciones.
Para poder entender este galimatías hay que remontarse años atrás, cuando gobiernos de uno y otro signo les hacían a los catalanes más y más concesiones, a cambio de “estabilidad”. Evidentemente, si contamos el número de votantes que necesita un candidato de Cataluña para ser parlamentario y los comparamos con otras formaciones nacionales, sobre todo pequeñas, vemos que hay mucha diferencia. Así, un diputado de Convergencia Democrática de Cataluiña necesitó poco más de 60.000 votos para serlo, mientras que uno de Unidos Podemos necesitó 71.123. Y cuando Izquierda Unida se presentaba en solitario, la difererncia era aún mayor. En estas circunstancias, los numerosos parlamentarios de las formaciones catalanas o vascas, han sido esenciales para mantener cómodas mayorías parlamantarias. Quizás esta sea una de las claves.
Otra más ha sido la limpieza cultural y lingüística llevada a cabo en las escuelas catalanas, bajo el pretexto de los inexistentes años de dominación de los “españoles”. En estas circunstancias, conseguir masas de jóvenes adictos a la independencia y con el odio en sus corazones, era cuestión de tiempo. Si a esto le añadimos la especial situación parlamentaria actual en Cataluña, con una mayoría compuesta de jóvenes antisistema de “diseño”, junto a herederos de la corrupta Convergencia, y una mezcolanza de gentes de izquierda bienintencionadas, pero con un cacao mental de campeonato, el caos estaba servido. Evidentemente, como se dice en alguna prensa nacional, Puigdemont fue elegido a dedo para una misión suicida, pero, “sin alguien que se lo creyera como él no hubiéramos llegado hasta aquí”, nos cuentan.
¿Y ahora qué?, se preguntan algunos. Sobre el papel todo es fácil. El artículo 155 de la Constitución permite al Gobierno central coger las riendas de la Comunidad Autónoma rebelde, nombrar gestores de transición y convocar elecciones. Es lo que se ha hecho. Mientras tanto, la fiscalía y los tribunales trabajan a toda marcha para tramitar la querella contra la cúpula independentista por rebelión, que es un delito penado con hasta 30 años de carcel. Pero el problema es el pueblo sencillo de Cataluña. ¿Quién los atiende a ellos?. ¿Cómo les convecemos de que nadie les ha estado oprimiendo, sino todo lo contrario?. ¿Cómo hacemos que vuelva la paz a las calles, entre familiares, o entre amigos?. Porque, incluso lo de las empresas que se han ido puede ser algo temporal. Pero, ¿lograremos borrar el odio entre nosotros?. Familiares y vecinos aún lo conservan en muchos lugares de España desde la Guerra Civil, que sucedió hace más de 80 años.
Pero de todos los actores de la película, los que me están dejando perplejo son mis amigos de Podemos. He apoyado a esta formación desde sus inicios. He discutido con amigos y compañeros por defender parte de sus tesis. He criticado con dureza las campañas de acoso dirigidos desde muchos medios de comunicación. Y sigo apoyando muchas de sus propuestas. Sin embargo, en esto del independentismo discrepo radicalmente de ellos. Ya sé que han dicho que ellos no quieren la independencia, sino un referendum pactado. ¿Acaso no es esto apoyar la independencia?. Puesto que la independencia de Cataluña del resto de España puede perjudicar a todos los demás, ¿estarían mis amigos dispuestos a apoyar un referendum en el que partidipáramos todos los españoles?. Sí, todos los españoles, porque a todos nos afecta lo que ocurra con Cataluña.
Evidentemente, de esta crisis hemos de sacar enseñanzas. La primera es que el marco constitucional que nos ha permitido a los españoles vivir en paz durante los últimos 40 años, ha de cambiarse. Se ha de reestructurar, de forma consensuada la territorialización de nuestro país. Quizás el federalismo no sea mala opción. Incluso llegando al máximo nivel de descentralización, como es el municipio. También urge ponerse de acuerdo en solucionar la crisis de la Seguridad Social, de la Sanidad y de la Enseñanza. Todos estos asuntos son la columna vertebral de un Estado de Bienestar. Por último, se ha de resolver el asunto de los salarios y el empleo precario de los españoles. No es bueno para las personas, ni para la economía, que de la crisis se esté saliendo, exclusivamente, precarizando el mundo del trabajo.
Aún nos queda un asuntillo, que no es menor. ¿Qué pasará el 21 de diciembre en Cataluña?. La peor noticia sería que Oriol Junqueras sacara los votos suficientes para ser investido President. Esto haría que siguieramos sin resolver los grandes asuntos que afectan de verdad a todos los españoles, incluídos los catalanes, durante algún tiempo más. La parálisis que hay en la actualidad para resolver estos grandes temas, es lo que hemos de “agradecer” a los irresponsables líderes del independentismo catalán.