Uno de los efectos positivos de la pandemia del COVID-19 ha sido la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), como el CO2. Parece una obviedad, teniendo en cuenta que la actividad económica se ha paralizado en la mayoría de los sectores económicos y países.
En la literatura medioambiental, para estudiar el impacto de la actividad económica en el medio ambiente se utiliza el denominado índice de John Holdren y Paul Ehrlich, que en los años 70 formularon su famosa identidad IPAT (I=PxAxT). Lo que hacía esta identidad era descomponer el impacto ambiental (emisiones CO2) en tres componentes. La población (P); la actividad económica (A), medida por la renta per cápita y la intensidad de emisiones de dicha actividad (T), que es el total de emisiones por unidad de consumo. Posteriormente esta identidad fue adaptada al problema del cambio climático por Yoichi Kaya cambiando este último factor por otros dos índices, el de intensidad energética y el de intensidad de carbonización.
En la gráfica anterior se ve la evolución de estos componentes desde los años 60 hasta 2016 en el mundo, aunque la tendencia en los últimos tres años ha sido similar. Lo primero que se puede observar es que la evolución del total de emisiones respecto a nuestra renta sigue una tendencia descendente, afortunadamente. Sin embargo, la evolución de la población, por un lado, y de la renta per cápita, por otro, muestran una tendencia creciente, cruzándose en la década de los 80. Como se ve, la renta per cápita ha sido el principal componente del total de emisiones de CO2 a nivel global. Y de esta actividad, el transporte causa, aproximadamente el 30% de emisiones.
La primera conclusión de lo anterior es que si la actividad económica en general, y el transporte en particular, están prácticamente paralizados, no nos debe sorprender que los niveles de caída de emisiones de gases de efecto invernadero previstos para 2020, hayan caído entre el 5 y el 8%. Y este efecto será mucho más importante en países como España, fuertemente dependientes del turismo y del sector del transporte. Pero, como nos explicaba el profesor Pedro Linares, catedrático del departamento de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería en un artículo de hace poco más de un mes (https://economicsforenergy), “En el caso de la contaminación local, los efectos de la reducción de emisiones son casi inmediatos, como ya estamos comprobando. En cambio, en el caso del CO2, los efectos los observaremos de forma mucho más mitigada (o casi imperceptible). Y es que, en el caso de este contaminante, lo importante no es la emisión puntual, sino su acumulación en la atmósfera. Y, como la molécula de CO2 tarda 200 años en degradarse, todos los cambios en la concentración son muy lentos y sujetos a mucha inercia.”.
Lo que se ha de dilucidar es si cuando pasen los efectos de la pandemia en la economía, seremos capaces de modificar la relación entre nuestra actividad y el impacto ambiental. A juicio del profesor Xabier Labandeira, en el mismo blog anterior, en su artículo “Lecciones cruzadas entre políticas climáticas y gestión del Covid-19”, lo que hay que tener en cuenta para intentarlo son varias cuestiones. Por un lado, el importante papel de la ciencia en este nuevo escenario. Si antes, la ciencia fue importante, ahora lo va a ser más. Y esto significa que hay que financiarla para que dé sus frutos.
Por otro lado, debemos ser conscientes de que las incertidumbres van a ser muy significativas. No hay una situación como la actual de la que se tengan datos fidedignos. Por esta razón, predecir lo que se va a producir es algo bastante complejo. También es importante comprender que se trata de problemas netamente globales. No es posible extinguir la pandemia en solitario, como tampoco lo es luchar contra el cambio climático y a favor de una transición justa y sostenible. La importancia de la intervención pública es otro de los aspectos que han quedado evidenciados en esta pandemia. Aunque, sin un comportamiento individual responsable, será más difícil abordar el problema.
Quizás, ayudar a implementar la agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible sea una tímida, aunque eficiente alternativa, si todos nos ponemos a ello.