Si el reconocimiento de nuestra ignorancia es el punto de partida para la búsqueda de la sabiduría, si el examen de nuestros errores es el primer paso para conocer la verdad y si las pérdidas son los estímulos para nuestro crecimiento, el drama de la pandemia del coronavirus debería constituir una oportunidad para que reflexionemos sobre la salud, la dependencia, la inclusión y sobre los demás problemas sociosanitarios.
La escalada y la desescalada deberían proporcionarnos una ocasión para que, evitando apasionadas controversias y sueños de paraísos imposibles, generemos un proceso de debate sobre la definición de nuevas metas y de originales pautas para reconvertir las tareas tradicionales que hoy son inservibles. Conscientes de nuestras limitaciones espaciales y de nuestras barreras geográficas, deberíamos recobrar la confianza en nosotros mismos y convencernos de que, reunidos y unidos, somos más capaces de mejorar, al menos, el cuidado de los más necesitados de ayudas como, por ejemplo, las personas mayores, los enfermos, los dependientes y los marginados.