La intensa ocupación humana de la pequeña península ceutí explica su riqueza arqueológica y, en general, patrimonial. Ha habido muchas Ceuta antes de la actual. Los arqueólogos intentamos reconstruir la imagen de las Ceuta pretéritas a partir de la información que nos proporciona los restos arqueológicos conservados. No es fácil dar con una secuencia estratigráfica completa que nos permita reconstruir toda la evolución urbana de Ceuta. Incluso en las raras ocasiones en las que se tiene la fortuna de obtener una lectura estratigráfica más o menos completa, siempre son trazos sueltos de una trama urbana compleja. Han sido pocas las oportunidades de excavar en extensión para tener una perspectiva amplia de lo que se está excavando. Este tipo de visiones son indispensables si se quieren plantear hipótesis razonables sobre la funcionalidad de los espacios documentados.
"Los vestigios del pasado que se han conseguido recuperar se han ido integrando, poco a poco, en la estructura urbana actual"
Los vestigios del pasado que se han conseguido recuperar se han ido integrando, poco a poco, en la estructura urbana actual. Hoy en día podemos visitar yacimientos como el asentamiento protohistórico colindante a la catedral, aunque lleva tiempo en estado de semi-abandono; la basílica tardorromana, la puerta califal, las murallas mariníes, el yacimiento medieval de Huerta Rufino, el abrigo y cueva de Benzú o los baños árabes. A los mencionados puntos de interés arqueológico se sumarán, en unos años, el yacimiento del Brull o los restos hallados en el transcurso de las intervenciones arqueológicas en el baluarte de la Bandera. Estamos ante un conjunto arqueológico muy relevante y de enorme valor patrimonial. No obstante, como comentamos con anterioridad, estos vestigios arqueológicos son una mínima muestra de lo que fueron los asentamientos y ciudades de los que formaron parte.
"Estos restos del pasado siempre han llamado la atención de aquellas personas con más curiosidad intelectual"
La imagen original de las Ceutas del pasado las borró el tiempo o la propia acción humana, ya sea para obtener materiales para cubrir sus propias necesidades edilicias o por acciones bélicas. Estos restos del pasado siempre han llamado la atención de aquellas personas con más curiosidad intelectual. Puede que los primeros romanos que pusieron los pies en lo que llamaron Septem Fratres ignorasen que este mismo lugar fue ocupado por poblaciones indigenas que mantuvieron contactos comerciales con navegantes fenicios. Cabe también la posibilidad de que fueran visibles restos de este asentamiento. Lo que es seguro es que al excavar los cimientos de sus edificaciones afloraron los restos del poblado protohistórico, que muchos siglos después fue documentado en el entorno de la catedral.
Los romanos, por lo que sabemos, se tomaron muy en serio la ocupación de la península ceutí. Para acotar el espacio urbano y defenderlo de las dunas del istmo, así como de posibles atacantes, erigieron una sólida muralla cuyos lienzos han aparecido, de manera fragmentaria, en distintos puntos del istmo y en el interior del conjunto monumental de las Murallas Reales. Esta muralla fue reconstruida y reforzada por orden del emperador Justiniano a mediados del siglo VI d.C, tal y como se recoge en la crónica de Procopio y se ha podido verificar arqueológicamente en la excavación arqueológica en el baluarte de la Bandera. De su solidez y antigüedad dan testimonio las fuentes árabes, en especial al-Bakri (siglo XI) en su descripción de Madinat Sebta. Este autor no solo se refirió a las murallas heredadas de los bizantinos y posteriormente reaprovechadas en parte por los omeyas en la construcción de su imponente fortificación petrea, sino que también aludió a una antigua iglesia sobre la que se construyó la mezquita Aljama, además de mencionar el acueducto de Arcos Quebrados y unas termas.
Durante el periodo medieval islámico Ceuta alcanzó su cenit económico, científico, cultural, artístico y arquitectónico. Así lo atestiguan las fuentes escritas y arqueológicas. Del esplendor de Madinat Sebta habló en extensión y con detalle al-Ansari a principios del siglo XV tras la toma portuguesa de la ciudad. La Almina, como ya sabemos, fue primero expoliada, luego abandonada y algunas casas remodeladas y reocupadas. Las mezquitas fueron expurgadas y transformadas en iglesias, ermitas o conventos, como el de los Trinitarios, cuyo origen arquitectónico fue la Madrasa al-Yadida. Del resto de edificios de la Ceuta medieval pocos sobrevivieron al abandono o la destrucción intencionada. La Almina cayó en una especie de letargo mágico del que salió, de forma abrupta, con el estruendo de los cañonazos disparados por las tropas de Muley Ismail.
Esta parte de la ciudad fue reocupada a partir de principios del siglo XVII, dibujando un caserío que el geógrafo Manuel Gordillo comparó con los pueblos blancos de Cádiz. Este centro histórico sobrevivió mucho tiempo sin apenas alteraciones. Todo cambió, otra vez de manera repentina, a principios del pasado siglo XX.
Ahora que se ha puesto de moda hablar de masificación de las ciudades, cabe recordar que Ceuta sufrió un fenómeno similar, con las lógicas diferencias contextuales, a partir de la primera década del siglo XX. Se dieron entonces una sincronía de hechos históricos que cambiaron el destino de Ceuta. Coincidió en aquellos años varias decisiones políticas de calado, como la entrada de España en el juego de intereses coloniales en el norte de África, la abolición del penal y la construcción del puerto ceutí. De un día para otro la ciudad se convirtió en un foco de atracción para muchos pobladores andaluces y de otras partes de nuestro país, que encontraron en Ceuta una oportunidad de progreso económico y social. Toda esta afluencia masiva de inmigrantes desbordó la capacidad de acogida de la ciudad y, como consecuencia, surgieron muchos puntos de chabolas y otros tipos de infraviviendas. Al mismo tiempo se inició una apresurada reforma del centro histórico para dar cabida a edificios de mayor altura, mayor capacidad habitacional y más locales comerciales.
"La remodelación del centro histórico supuso la rápida destrucción del caserío ceutí que ofrecía una imagen atractiva y acorde a la peculiar morfología de la ciudad"
La remodelación del centro histórico supuso la rápida destrucción del caserío ceutí que ofrecía una imagen atractiva y acorde a la peculiar morfología de la ciudad. Las estrechas calles se mantuvieron, pero los edificios de una o dos plantas se sustituyeron por inmuebles de cinco o seis plantas, incluso de algunas más. Como consecuencia de este cambio en el modelo arquitectónico las calles se oscurecieron y se volvieron más inhóspitas. A muy pocos les interesaba lo que las remociones del terreno para construir los nuevos edificios sacaban a la luz de las Ceuta del pasado. Una de estas escasas personas preocupados por el patrimonio arqueológico fue el cronista oficial de Ceuta Antonio Ramos y Espinosa de los Monteros (1872-1919). Su obra “Ceuta 1900” está plagada de referencias a hallazgos arqueológicos fortuitos.
Tenemos que esperar a mediados de los años cincuenta para marcar el inicio de la investigación arqueológica en Ceuta. Por fortuna, en aquellos años llegó hasta nuestra ciudad uno de los pioneros de la arqueología española, el Profesor Carlos Posac Mon. Su labor fue extraordinaria, a pesar de la escasez de medios con los que contaba y de la falta de conciencia sobre el valor del patrimonio arqueológico e histórico. Tampoco disponía del respaldo de las autoridades y de una legislación efectiva y eficaz que protegiera nuestros bienes culturales. Por fortuna, los tiempos han cambiado a este respecto y se ha podido avanzar mucho en estos últimos treinta años en nuestro conocimiento sobre la historia de Ceuta merced a la generalización de las intervenciones arqueológicas en el territorio ceutí.
Solemos hablar de la Ceuta del pasado como un espacio construido, pero anónimo respecto a sus ocupantes. Ni siquiera sabemos cómo era el nombre con el que se referían a Ceuta los pobladores del asentamiento protohistórico que ocupó parte del istmo. Los únicos de los que conocemos sus nombres son los ciudadanos romanos que vivieron en Ceuta y que aparecen mencionados en las inscripciones funerarias recuperadas durante las excavaciones arqueológicas en la basílica tardorromana. Del periodo tardoantiguo, el personaje más relevante es el controvertido conde don Julián. Con la entrada en el periodo medieval islámico el listado de nombres que salieron del anonimato fue ampliándose, sobre todo el de aquellos relevantes sabios y santos que vivieron y fueron enterrados en nuestra ciudad. Tanto las vidas conocidas como las ignoradas percibieron la belleza de este lugar, acumularon experiencias buenas y malas, amaron y sufrieron, soñaron y trabajaron por el bien de esta ciudad y por el sustento de sus familias. Cada uno aportó lo que pudo para el desarrollo económico de Ceuta y por el provenir de sus gentes. Muchos perdieron la vida defendiéndola frente a los que querían arrebatarles esta posesión tan querida. Todos nuestros antepasados merecen que los tengamos presente y que reconozcamos su dignidad. El espíritu de nuestros antepasados impregna cada centímetro cuadrado de esta tierra mítica, sagrada y mágica.
Es mucho lo que nos pueden enseñar las Ceutas del pasado y el espíritu de sus habitantes. Nuestra esperanza de vida se ha extendido mucho en el plano horizontal, pero se ha reducido en la dimensión vertical. Vivimos en la superficie de nuestro ser sin explorar el mundo interior donde se encuentra la fuente del agua de la vida. Tal y como dijo Marie Louise Von Franz uno de los grandes misterios al que todavía no hemos sido capaces de dar respuesta es el hecho de que proyectamos nuestra alma en el paisaje. En el mundo hay una completa geografía del alma y en determinados lugares, como Ceuta y el Estrecho Gibraltar, la coincidencia entre la geografía del alma y el paisaje es absoluta, por lo que aquí, si abrimos nuestro corazón, nos sentimos cómodos y plenos.