Es sorprendente cómo algunos hablan de cambio de ciclo, pero sin hacer apenas autocrítica. Lo reclamaba Pablo Casado cuando decidió cambiar la sede del Partido Popular, creyendo él que así se olvidaría el pasado corrupto de su partido y la financiación irregular de la reforma de esta. Y lo reclama ahora Nuñez Feijó, presidente de Galicia, cuando observa la peligrosa deriva que está tomando su partido, presa de un grupo radicalizado de “neotrumpistas” madrileños, aupados al poder mediante la mentira y la irresponsabilidad, y a punto de conceder la presidencia del parlamento regional a la extrema derecha franquista y xenófoba de Vox.
Algo parecido le ocurre a la izquierda con la retirada de la escena política de Pablo Iglesias, o con el proceso de primarias iniciado por Pedro Sánchez en Andalucía. Lo más novedoso se cuece en el autodenominado “centro político” de Ciudadanos, que negocia su desembarco masivo en el Partido Popular. Parece que Albert Rivera volvería a coger protagonismo en la construcción, ahora sí, del centro derecha de la política española. Una especie de Adolfo Suarez, pero proveniente de las entrañas del multipartidismo, para encauzar de nuevo la situación al cómodo bipartidismo.
Justamente en estos días se conmemora el décimo aniversario del denominado Movimiento 15-M, o movimiento de los indignados, formado a raíz de la manifestación del 15 de mayo de 2011 y de las masivas acampadas en plazas de toda España. Mientras que en la Puerta del Sol madrileña se producía este importante fenómeno hace 10 años, días atrás se concentraban miles de jóvenes, sin mascarillas y sin apenas medidas de seguridad sanitaria, para hacer una especie de bacanal por el ficticio regreso a la normalidad y la recuperación de la “libertad” de Ayuso para tomar “cervecitas”.
Todo parece indicar que no hemos aprendido nada. El cambio de ciclo que ahora se reclama, lo es en sentido contrario al iniciado hace 10 años. Los bloques pretenden, nuevamente, recuperar el espacio perdido por las protestas de los indignados. Las coaliciones y la diversidad podrían estar cediendo su espacio al nuevo bipartidismo, formado a partir de las cenizas de los que, en su día, representaron la innovación y el cambio. Quizás sea un espejismo, pero movimientos a ambos lados del espectro político se están produciendo a diario. Es algo así como volver al viejo aforismo de “que todo cambie para que todo siga igual”.
Días atrás asistía a un acto de campaña de las primarias de los socialistas andaluces en el que, en un ambiente de camaradería y sincero debate, se lanzaba un potente mensaje reivindicando el municipalismo como la mejor forma de hacer política. Ideológicamente, el municipalismo tiene como objetivo una mayor autonomía de los municipios, al ser las ciudades el núcleo vital de las personas. Sería esta la razón principal para reclamar una mayor descentralización. Una idea mucho más avanzada de este concepto lo encontramos en el denominado “comunalismo”, de Murray Bookchin, un destacado socialista libertario que hablaba de la federación de comunidades independientes. Y muchos ven en este concepto el embrión de la utópica República federal o confederación de municipios libres.
“Los bloques pretenden de nuevo recuperar el espacio perdido por las protestas de los indignados. La diversidad podría estar cediendo su espacio...”
En un magnífico trabajo denominado “Planificación y Gestión Inteligente: Un instrumento para las políticas sociales” de los sociólogos Antonio Díaz y Eloy Cuellar, publicado en 2009 en la revista Documentación social, se nos hablaba de que la crisis en las nuevas regiones metropolitanas ponía en cuestión las ideas inherentes al concepto de ciudad, definida como el espacio en el que se habían desarrollado los procesos de creación cultural, innovación tecnológica y democratización. Esta visión negativa, expresada como un nuevo “Malestar Urbano”, delimitaba, entonces, el conflicto en torno a tres ejes, a saber, ecología urbana, integración social y gobernabilidad, cuya evolución parecía circunscrita al conflicto entre dos límites bien definidos y plenamente relacionados: global vs local e individuo vs comunidad. Por esta razón, los autores encontraban imprescindible replantearse el diseño de la ciudad y adaptar los mecanismos de intervención social y urbana para dar lugar a una gestión inteligente de las ciudades, en cuyo empeño, la planificación se revalorizaba como una respuesta certera, nos decían.
Los requisitos para una gestión inteligente pasaban, según estos autores, por la capacidad de la propia ciudad par diseñar un proyecto sobre sí misma, para diseñarse a sí misma, en primer lugar. Por realizar una buena identificación de los grupos de interés, como segunda cuestión importante. Y por desarrollar una importante capacidad de aprender e incorporar su aprendizaje. En definitiva, “las ciudades que realizan diagnósticos estratégicos y no los guardan en un cajón, sino que comparten esa información con el conjunto de sus dirigentes, están diseminando cultura estratégica en la ciudad, y potenciando las posibilidades de sus actores”, nos decían.
Pero ¿qué ha ocurrido en estos años? El exconcejal de Ahora Madrid, Guillermo Zapata, nos lo explica en un artículo que aparece en el monográfico que ha dedicado Público a analizar los 10 años del 11-M. Así, el denominado por el autor primer asalto institucional de las candidaturas municipalistas, que se saldó con victorias electorales en las principales capitales, ha perdido en 2019, salvo en Cádiz y Barcelona. La experiencia inédita del Gobierno progresista de coalición PSOE y Unidas Podemos; la vuelta del PSOE como elemento central de la política española; y la crisis política de las fuerzas de la derecha, con la descomposición de Ciudadanos, la regionalización del PP en Madrid y Galicia y la irrupción de la extrema derecha, como elementos más importantes, vuelve a llevar al municipalismo el centro de la nueva politización ligada al territorio.
Hay elementos que, según Zapata, impulsan la cuestión municipalista. La España vaciada, que está obligando a repensar el modelo territorial del Estado. Es lógico que con el paso del tiempo, las capitales de provincia de estos territorios sean la vanguardia en políticas locales, de redistribución de recursos y de cuidado de la tierra. Los municipios climáticos, pues es evidente que la crisis climática también va a modificar los territorios desde los territorios. Preparar los municipios para el impacto del cambio climático, es también luchar contra dicho impacto mediante zonas verdes, reducción de emisiones, toma de espacios por los peatones, ampliación del transporte colectivo, reciclaje, gestión de residuos. Los municipios feministas, antifascistas y antirracistas; o los municipios habitados.
Las anteriores reflexiones nos llevarían a ver que hay futuro en el municipalismo. Lo que se necesita son “proyectos de ciudad capaces de integrar diferentes visiones…, integrar e incorporar al máximo los diferentes talentos existentes en la ciudad. En definitiva, una gestión y planificación inteligente tiene que ser capaz de incidir en el entorno (grupos de interés) y en el interno de la organización, añadiendo valor al equipo político que la lidera, a los profesionales de la organización y al conjunto de la sociedad”, como ya nos decían Antonio y Eloy en 2009.
Saber integrar todas estas ideas, viejas, pero no por ello de menor actualidad, considero que va a ser el camino para que la ciudadanía recupere el espacio político de la mano de políticos inteligentes y honrados, que piensen de verdad en el bien común y que consideran que la descentralización no es una cuestión exclusiva de determinadas élites de poder económico y financiero. Evidentemente, en esta nueva política, los denominados “independentistas” no pueden tener cabida, entre otras cosas, porque el municipalismo devuelve el debate territorial a la ciudadanía.