El pasado jueves, 22 de mayo, fue el Día Internacional de la Biodiversidad. Para conmemorarlo, la organización ecologista y pacifista Greenpeace, publicaba un pequeño informe, que nos hacía llegar a todos los socios, que está disponible en su web, en el que destacaba las 4 claves para proteger la vida en el planeta. Lo he leído con atención y quiero resaltar lo más importante.
Comprender la importancia real de la biodiversidad sería lo primero. Sobre todo, porque no se trata solo de algo bonito o bello, sino que es pura supervivencia. Dependemos de la biodiversidad en términos de salud, economía, calidad de vida y prevención de desastres. Cada especie cumple un papel en la naturaleza. Por ello es muy grave que 1 millón de las 8 millones de especies de fauna y flora en el mundo estén en peligro de extinción, según los informes científicos disponibles.
Como nos explican desde Greenpeace, abordar la pérdida de biodiversidad es fundamental en la lucha contra el cambio climático. Ambas cuestiones están vinculadas. La adecuada protección y restauración de los ecosistemas ricos en carbono resulta esencial. También la conservación de las áreas protegidas, como las de la Red Natura, pues son vitales para adaptarse al cambio climático y también para amortiguar sus impactos, como las inundaciones, los incendios forestales, las tormentas, las seguías, o el elevamiento del nivel del mar.
En este contexto, hace unos años, en plena sequía, hubo un debate interesante en nuestros municipios respecto a la necesidad de respetar el caudal ecológico de nuestro río. Técnicamente, caudal ecológico, referido a un río o a cualquier cauce de agua corriente, es el caudal mínimo que debe mantenerse en un curso de agua para preservar los valores ecológicos en el mismo, tales como los hábitats naturales que cobijan una riqueza de flora y fauna, las funciones ambientales como dilución de contaminantes, la amortiguación de los extremos climatológicos e hidrológicos y la preservación del paisaje.
Su principal objetivo es la protección de las aguas y del dominio público hidráulico, para prevenir el deterioro, proteger los ecosistemas acuáticos, así como los terrestres y humedales; promover un uso sostenible del agua; proteger el medio acuático reduciendo los vertidos, garantizar la contaminación de las aguas; paliar los efectos de las inundaciones y sequías; evitar acumulación de compuestos tóxicos y garantizar la asignación de las aguas de mejor calidad de las existentes en un área o región al abastecimiento de las poblaciones.
Combatir los discursos contra la protección y restauración de la naturaleza es la segunda pieza clave. El desconocimiento y el continuo cuestionamiento de las políticas ambientales y el Pacto Verde configura un discurso manipulado de la ultraderecha que enfrenta a parte del sector primario y de la población con las políticas de conservación y restauración de los ecosistemas en favor del mal entendido progreso, producción y medios de vida.
Es lo que ocurrió en nuestros municipios cuando a consecuencia de la prolongada sequía se redujo y limitó el reparto de agua para riego. En aquel momento faltó un análisis del caudal ecológico de una forma holística, que atendiera también las necesidades de los agricultores. Pero además, debería haberse tenido en cuenta que el agua que atraviesa las acequias también contribuye al mantenimiento de la vegetación, que a su vez contribuye a la fijación de los taludes y los desprendimientos, al discurrir por espacios muy sensibles. La falta de agua en estas acequias contribuye a la afección de varias especies protegidas y hábitats, teniendo consecuencias muy graves, que afectan no sólo a la vegetación y al paisaje, sino también a la propia infraestructura hidráulica. Estos errores, que alimentan el negacionismo interesado, no deberían volverse a producir.
Exigir el cumplimiento de la normativa y detectar vacíos legales que amenazan la biodiversidad, sería el tercer requisito a tener en cuenta. La reciente ola de megaproyectos de placas solares, declarando de utilidad pública terrenos de indudable valor agrícola y paisajístico serían un ejemplo de esto.
Y por último, unirse al movimiento de biodiversidad sería esencial para evitar que haya una desconexión entre lo que se entiende por Biodiversidad, que a veces se queda en un simple decorado estático donde pasear los domingos. Como nos dicen desde Greenpeace, las Administraciones tienen la obligación de proteger la biodiversidad y, por tanto, a las personas y fauna y flora que viven en ella. No deben permitir proyectos privados y/o públicos que atentan contra su supervivencia. Esto debe ser así.
Sin embargo, sin una ciudadanía responsable que participe en las movilizaciones y actividades tendentes a esta protección, poco podremos conseguir.