El ayuno es algo consustancial con el ser humano, ya sea como ritual religioso, cultural o terapéutico. De la prehistoria y de las antiguas civilizaciones, Asiria, Babilonia, Egipto, Mesopotamia, China, Grecia, India, Palestina, Persia o Roma, se tiene constancia del ejercicio del ayuno. A los espartanos les aportaba endurecimiento, los persas solían hacer una única comida diaria, los atletas griegos se preparaban ayunando. Hipócrates, Platón, Sócrates, Aristóteles, Galeno, o Pitágoras valoraban y practicaban el ayuno e incluso alguno de ellos lo exigía a sus alumnos. Los soldados del imperio romano, los guerreros normandos, los aztecas y los incas también recurrían al ayuno.
Tiene presencia en pasajes de textos sagrados: Biblia y Evangelios, Corán, Talmud, Mahabharata, Upanishad y en otros muchos. Los primeros cristianos conservaron la práctica del ayuno del judaísmo. En el siglo II la Iglesia adoptó la celebración del pascual. Hasta el siglo IV– en el que se consolidan los cuarenta días de la cuaresma– la duración era habitualmente de un par de días, viernes y sábado santos, con oración y ayuno. En la época medieval la Iglesia instituyó los alimentos permitidos, las dispensaciones y las indulgencias.
La Iglesia Católica distingue entre el ayuno y la abstinencia. El primero permite, tradicionalmente, hacer una sola comida fuerte al día e incluso ligeras colaciones. La abstinencia prohíbe ingerir carne. Las exigencias eran bastante estrictas – en los siglos XVI y XVII estaba prohibida la carne, grasa, leche o huevos en más de ciento cincuenta días al año – y fueron suavizadas por Pablo VI en 1966. El Canon 1251, del Código de 1983, obliga a que todos los viernes del año– excepto los de celebración solemne– se guarde la abstinencia de carne y el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, ayuno y abstinencia. Están obligados a ello: de 14 a 18 años la abstinencia de los viernes y de los 18 a los 59 lo prescrito. Mayores de 59, solo abstinencia y eximidos del ayuno. Las Conferencias Episcopales pueden ajustar o modificar estas obligaciones.
Antecedente histórico de exención de obligaciones penitenciales fue la Bula de la Santa Cruzada. Inicialmente, la concedía el papado a los cruzados. En 1509, Julio II, a los Reyes Católicos. La principal ventaja era la reducción, para los fieles, en el ayuno y la abstinencia. Vigente durante mucho tiempo, fue abolida en 1966 por Pablo VI. Se había convertido era una fuente de ingresos de la Iglesia. Su adquisición–recuerdo, en mi infancia, acompañar a mi madre a comprar la bula a la sacristía de la Parroquia– levantaba la prohibición de consumir carne, obligando solamente a guardar ayuno y abstinencia el Viernes Santo, ayuno el Miércoles de Ceniza y vigilia todos los viernes de Cuaresma. Era permitido en cualquier día, incluso en los de ayuno, consumir huevos, lácteos y pescado. Es preceptivo en la iglesia romana el ayuno eucarístico–previo a la toma de la Sagrada Forma– que se establece en una hora sin ingerir alimentos, solo agua y medicinas.
Los musulmanes están obligados al ayuno por mandato divino, para alcanzar la piedad y dirigido exclusivamente a Dios, que les recompensará. El más notorio es el Ramadán, de un mes de duración. Conmemora la revelación del Corán, efectuada durante el noveno mes del calendario lunar musulmán. Los creyentes evitarán la comida, la bebida e incluso las relaciones sexuales matrimoniales, desde la aparición del alba hasta la llegada del ocaso. Completarán el ayuno con la oración, la lectura del Corán, la práctica de la caridad y la ayuda al necesitado.
En el judaísmo, se manifiesta en el sagrado día de la expiación o del perdón, denominado Yom Kipur. Corresponde al décimo día del mes lunar de Tishrei y su obligatoriedad proviene del Levítico 23:26-28. Son veinticinco horas que ocupan un sábado completo y durante el mismo se abstienen de comida y bebida, así como de cualquier clase de trabajo, relaciones sexuales y actividades de diversión.
En el hinduismo, es una antigua tradición sin reglas concretas y gran flexibilidad. El más extendido es el Upasava que se ejerce durante un periodo continuo de veinticuatro horas. El ayuno tiene connotación de agradecimiento a sus dioses y motivo de autocontrol y purificación.
El budismo sigue las enseñanzas de Buda para alcanzar el Nirvana. La moderación, no el ascetismo extremo, es la directriz y por tanto no se prescribe la obligatoriedad del ayuno. La celebración del nacimiento, iluminación y muerte de Buda, llamada Vesak y coincidente con el primer día de luna llena, se hace a base de ayuno, procesiones y descanso. Los practicantes eliminan ese día la carne, el alcohol y las relaciones sexuales.
El organismo humano necesita energía y comienza a quemar calorías de la glucosa de la sangre y del glucógeno del hígado. Cuando no se ha recibido alimento, esa necesidad energética se extrae de la grasa corporal. El ayuno proporciona descanso al organismo, mejorando el metabolismo. Incrementa, en las células madre, la producción de glóbulos blancos que ejercen una favorable acción sobre las infecciones, mejorando el sistema inmunológico. Las enzimas que se liberan del estómago pasan a la sangre ejerciendo un efecto depurador eliminando toxinas, desechos, células muertas, o microbios dañinos.
Hipócrates preconizaba el ayuno y Plutarco recomendaba ayunar antes que tomar medicamentos. En la antigua Grecia se practicaba el ayuno para conseguir la salud, la vitalidad y la longevidad. El médico y filósofo persa Avicena, recetaba ayunos de tres a seis semanas para combatir enfermedades. Durante los siglos XIX y XX ha tenido mucha difusión el estudio y la aplicación del ayuno terapéutico, sobre todo en Norteamérica y Alemania. Abundan las investigaciones sobre los efectos del ayuno. Aparecen resultados positivos en casi todas ellas, pero los expertos avisan que los mismos se han obtenido experimentando con animales, especialmente con ratones, por lo que es arriesgado generalizar las conclusiones a los humanos. Un reciente estudio, de enero del año pasado, realizado a casi 1.500 personas, obtuvo buenos resultados sobre reducción del peso, circunferencia abdominal, presión arterial, triglicéridos, colesterol total, colesterol HDL y colesterol LDL, glucosa y HbA1c–hemoglobina glucosilada, diagnosticadora de la diabetes–, aumento del bienestar físico y emocional y un menor riesgo de sufrir enfermedades cardiovasculares. No se detectaron complicaciones graves y solo algunos leves efectos secundarios.
En la actualidad, tal vez el uso más generalizado de la utilización del ayuno son las dietas de adelgazamiento. Proliferan las dietas milagro con diferentes idoneidades, consecuencias y resultados. Opiniones de expertos valoran como las más efectivas y saludables: Clínica Mayo, mediterránea, DASH, flexitaria, Power y TLC. Es cierto que, últimamente, el término dieta ha quedado eclipsado por un fenómeno que se ha puesto de moda en la actualidad, es el denominado Ayuno Intermitente. No se trata, por tanto, de una dieta sino de un comportamiento nutricional estratégico basado en alternancia– durante las horas del día– entre el ayuno y la alimentación. No establece qué alimentos deben ingerirse y solamente especifica las horas en que hay que abstenerse de ellos.
Gran parte de la población practica, inconscientemente, el ayuno intermitente por las horas dedicadas al sueño. Asimismo, el Ramadán musulmán, por mandato religioso, es sin duda, una forma de intermitencia. La práctica del ayuno intermitente contempla una amplia diversidad de opciones, a voluntad de los practicantes. La más simple y cercana al comportamiento de la mayoría de las personas sería la 12/12. Se aplica cenando temprano y retrasando el desayuno.
La más aconsejada podría ser la 16/8 – también denominada protocolo Lean Gains– consistente en ayunar durante dieciséis horas y alimentarse durante las ocho restantes. Modelos más estrictos son la 18/6 o la 20/4, realizando una sola comida o repartiéndola en las seis u ocho horas restantes. La opción 5:2 se aplica consumiendo, durante dos días seguidos a la semana, alimentos poco calóricos– entre 300 y 600 calorías– y alimentación normal los otros cinco. El ayuno 24 horas consiste en practicarlo una o dos veces a la semana. El ayuno en días alternos se practica un día sí y otro no. El modelo intermitente, también contempla el ayuno a voluntad o ayuno flexible.
La práctica del ayuno afecta al funcionamiento del organismo y, en líneas generales, consistirá en un crecimiento hormonal, mejor almacenamiento de grasa, aumento del músculo e incremento del ritmo metabólico, disminución de los niveles de insulina, reparación celular y aumento del sistema inmunitario. La popularidad del método de ayuno intermitente reside, mayoritariamente, en conseguir el adelgazamiento. En principio, es evidente que la ingesta de menos calorías es una buena razón para conseguirlo. Sin embargo, desde varios años los científicos están trabajando sobre este tipo de ayuno y proliferan los estudios. Casi todos coinciden en que no hay conclusiones definitivas e incluso, con frecuencia, llegan a manifestaciones contradictorias. Alguno de ellos justifica el origen de sus beneficios en lo que llaman cambio metabólico, es decir el intercambio frecuente de estado metabólico. Muchos estudios coinciden en que se genera una reducción de grasa corporal, regulación de la tensión arterial y la frecuencia cardiaca, mejora de sensibilidad a la insulina, reducción de sustancias que producen inflamación, incluso reducción de factores de riesgo de enfermedades. En sentido contrario, he encontrado, curiosamente, un estudio de la Universidad Pompeu Fabra, concluyendo que la utilización del ayuno intermitente– con evidencias evaluadas– no se justifica científicamente.
Hay coincidencias en que el ayuno intermitente no es apto para ser seguido por todo el mundo. Diversas pruebas han detectado que puede empeorar el control del azúcar en sangre en las mujeres y producir problemas en el ciclo menstrual. Se aconseja no practicarlo a las embarazadas, así como a aquellas personas de salud débil o con problemas de trastornos alimenticios.
Sin duda alguna, parece evidente que el ayuno intermitente, al igual que el ayuno en general, proporciona– de forma ordenada– una serie de beneficios, tales como hemos referenciando anteriormente. Paralelamente, resulta muy cómodo de seguir por su flexibilidad y no se necesita estar contando calorías para la planificación y preparación de las comidas, exigido en una dieta calórica. Es cierto también, tal como puntualizan algunos expertos e instituciones, que el método puede producir efectos secundarios perjudiciales. Quizá el efecto más ostensible es la sensación de hambre y puede afectar ocasionando debilidad e incluso alteraciones del funcionamiento cerebral. También puede dar lugar– sobre todo en personas de edad– a fracturas, al debilitarse la estructura ósea. Una composición no correcta de la alimentación en las horas permisivas, puede originar falta de nutrientes. Los dolores de cabeza, trastornos de sueño, sensación de mareo, irritabilidad, estreñimiento, dificultad de poder de concentración suelen ser efectos temporales, que cesan cuando se abandona el ayuno.
Hay que concluir que, en la mayoría de sus versiones moderadas, el ayuno tiene efectos positivos pero no debemos olvidar que el cuerpo humano es una máquina que necesita combustible para funcionar. Proporcionar esa dotación energética razonable–tanto durante los ayunos de ritual religioso, como en los terapéuticos– cuantitativa y cualitativamente, es una componente esencial para conservar la salud.
Investigación exhaustiva y muy interesante. Una vez más, gracias Daniel.
Interesante como siempre. Ayunar para adelgazar no me aplica. Todos tenemos organismos diferentes y lo mas importante es conocer el de uno. Para mi funciona la mesura, en cuanto a ingerir alimentos.Mas el ejercicio adecuado a mi edad para mantener el ritmo y la salud. Gracias, Daniel.
Como siempre, un análisis muy completo e interesante.
Gracias, amigo Daniel.