Vivimos una época en la que ir físicamente al cine tiende a dar pereza generalizada, salvo excepciones en forma de megaestreno mundial; así, el encanto de una sala comercial, rodeado de extraños y compartiendo una pantalla más o menos gigante donde, de vez en cuando, asistes por primera vez a una de las historias que podrían marcar tu vida, se va convirtiendo inexorablemente en algo para el catálogo de la nostalgia. Y ya no hablo de los denominados “cines con solera”, antiguos, que nos llevan a otra época, de butacas estrechas y tapizadas, en muchos casos de una sola sala… esos que fueron sustituidos por los multicines de tecnología digital y de comodidades superiores, que al final le acaban ganando la partida al corazón y se imponen cuando el grupo de amigos o familia debe elegir dónde ver y oír disparos o explosiones. De lo que hablo es de estas salas de cine que ya ganaron la partida, que podrían encontrarse en no demasiado tiempo si no se pone remedio, en serio peligro de extinción.
Pero nada puede igualar a un cine para ver ese estreno que revisionarás una y otra vez, que te sabrás de memoria, y momento al que volverás cada vez que repongan la película en televisión (o similar, con las plataformas todo va cambiando también). Lo que un servidor llama “su lista de clásicos”. Porque, ¿qué es un clásico? Hay principalmente dos maneras de utilizar el término refiriéndose al cine. Por un lado, se denomina “clásica” a una manera de rodar que se ciñe al modo tradicional, académico, sin utilizar elementos innovadores y antagonista de lo que se cataloga como “independiente”. También solemos definir, como es obvio y más utilizado entre los comunes mortales que no se andan complicando la vida demasiado, a una película que ya va teniendo una edad considerable. Lo que un adolescente llama “viejo” con irreverencia …
Dentro del argot cinéfilo, se suele utilizar la susodicha palabra como calificativo positivo, como elogio hacia una obra que te parece que va a trascender a su tiempo. Es por eso que a veces se ensalzas una cinta que acabas de ver llamándola cosas como “clásico contemporáneo” y tecnicismos parecidos que no vienen a decir otra cosa que “película que me ha encantado y que me apunto para siempre”.
Y, ¿dónde está el límite de edad para catalogar como “clásico” a una película? Pues como para gustos, los colores, y aunque haya que marcar unas mínimas reglas del juego, respetando que cada uno tenga una lista de clásicos que como el culo, que diría el gran Clint Eastwood, sea solamente suya, yo le pondría un mínimo de 20 o 25 años desde su estreno, que es más o menos lo que le hace falta a un coche oficiosamente para que se le denomine “clásico”. Así, si se trata de un estreno al que asististe en persona puedes oficialmente inquietarte por tu edad sin llegar al dramatismo.
A mí me gusta introducir en mi lista no solamente a producciones de renombre y que evidencian una calidad artística innegable, sino que también la completo con algunas, pues eso mismo, que me gustan mucho, y que por uno u otro motivo me han marcado de alguna forma. Animo también al lector a dedicar unos minutos a hacer la suya, aunque sea sólo mental. Con el deseo de activar la memoria cinematográfica del respetable en un sano ejercicio de nostalgia positiva, esta humilde columna pondrá su atención aproximadamente una vez al mes y haciendo honor a su nombre en una recomendación de la lista personal de “clásicos” de quien suscribe, sin mayor pretensión que compartir gustos, mantener vivo el cine de nuestras vidas y, por qué no, conocernos un poco más…
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