Si aceptamos que, en cierta manera, el lenguaje es una apropiación simbólica de la realidad para lograr el entendimiento, la definición sería el estado del lenguaje más cercano a su fin.
Al mismo tiempo, una definición puede ser pura, como ocurre en el campo de la física o de la matemática; o puede ser aproximada, como ocurrirá si nos aventuramos en el campo de la salud mental.
Forma parte del conocimiento colectivo la definición de energía del profesor de física, Albert Einstein, quien demostró que la energía es igual a la materia por la velocidad de la luz al cuadrado. Como vemos la identificación de los términos es perfecta.
Pero, ¿qué es la salud mental? En este caso la definición responde a una gradación o escala, y hoy en día presenta unos ángulos muertos que dan pie a la subjetividad.
Al cuestionarnos despertamos la conciencia, y lo que estamos haciendo es crear un territorio de significación, estamos delimitando un espacio, que en un primer momento se encuentra vacío, está indefinido.
La indefinición es el estado primigenio de la conciencia, de la idea, del concepto, y es a través de las palabras reflexivas cuando vamos señalizando ese territorio, vamos articulando un lenguaje. Con el ejercicio de la razón vamos explorando el mundo de la posibilidad en busca de certezas que alivien el riesgo de la subjetividad.
Según la OMS, la salud es el estado completo de bienestar físico, psíquico y social, pero ¿dónde empieza y termina el bienestar? Sabemos pues, que el proceso de definición de la salud mental irá en paralelo con la definición de bienestar, y obteniéndose así la primera certeza o explicación.
Hemos aprendido a situarnos con esta apreciación sobre la salud que hace la OMS, pero su extensión a la salud mental abre un territorio de gran complejidad. Resulta que la ciencia aún mantiene serias incógnitas en torno a la mente.
Definir la salud mental nos llevará a averiguar la funcionalidad, y la condicionalidad de la mente, ahora con el referente del bienestar.
Sucede que, en la actualidad, el lenguaje sobre salud mental empieza a configurarse cuando hay una pérdida significativa, cuando la función condicionada impide el desarrollo normal de la vida diaria.
Decimos entonces que el lenguaje sobre salud mental está fuertemente “psiquiatrizado”, está escorado a la práctica técnica, centrándose en los procesos de recuperación, y obviándose una lectura positiva de preservación. De hecho, las personas con problemas de salud mental acudimos a las “Unidades de Salud Mental”, pero allí solo acuden los afectados. Nadie acude a una terapia de vigilancia o conservación.
Si logramos dar luz, articular un lenguaje, sobre aquellos condicionantes, ya sean materiales o anímicos, que fortalecen la funcionalidad de la mente, aumentará la conciencia individual y colectiva; estaremos creando un sustrato para el cultivo de la salud mental, y en consecuencia del bienestar.
A diferencia de otras funciones biológicas, la función mental es sensible a la calidad del lenguaje, a la forma en como nos apropiamos de la realidad. De ahí la necesidad, la utilidad, y el beneficio de refinar y entender el territorio de la salud mental, de acercarnos a su definición.