Antonio, ha cumplido 82 años; es alto y robusto y, permanece erguido, como los mástiles de aquellos viejos veleros que antaño cruzaban el mar; y aún mantiene un abundante pelo blanco que le da un cierto aire de dignidad, de rebeldía -diría yo-, ante los acaecimientos que la ciudad y el mundo nos trae cada día. Todas las mañanas, con la exactitud y la monotonía de un ritual de liturgia, baja, desde el hogar de su hija, allá en Los Remedios, hasta el Puente Almina. Allí, en la terraza del “Puente” toma su primer café y su desayuno, aunque su hija prefiere que lo tome en casa –me dice él-. Toma la prensa y, va leyendo, sin prisas, como degustando, las colaboraciones y noticias que el periódico ha redactado. Es conmovedor observar la relación de este hombre con la lectura. José Martínez Ruiz, “Azorín”- nuestro admirado escritor y, amigo de describir lugares y personajes de las tierras de España-, de seguro que lo hubiese incluido, como un relato singular y preferente en su libro narrativo-costumbrista de “Tiempos y cosas”, o “Los Pueblos”, o España, hombres y paisajes, o por ejemplo, “Confesiones de un pequeño filósofo”.
Cuando el sol asciende buscando su cenit y su luz se hace más intensa, Antonio, da por terminado este primer café en el “Puente”, y busca refugio en las nuevas terrazas de la antigua calle Misericordia en compañía de otros tertulianos. Algunas veces, interrumpe esta situación de sosiego y charla, por otra más menesterosa que ocupe su curiosidad y avive su quehacer diario. Así, que cruza la calle y se da una vuelta por las pescaderías del mercado de abastos, “pa ve el pescao”… Este acto, en un hombre de mar, en un pescador, es casi un acto religioso, ineludible, consustancial, como una cita con su destino desde su niñez.
Más tarde, con la experiencia de tantos años de “copejear” y prender los peces en sus manos, adivina la calidad, mira los precios y elige lo mejor: unas pescadillas, unos boquerones…, o unos salmonetes de piedra o de fango, que él, os lo aseguro, por su diferente coloración, sabe distinguirlos y, lo que es más significativo, sabe diferenciar incluso sus sabores… Y una vez termina de elegir y hecha la compra, desanda lo que andó y sube el Rebellín y toda la Calle Real, más allá de Los Remedios, para entregar a su hija -con la que vive- el mejor de los bocados con la garantía de “fresco”.
Antonio, fue armador y patrón de algunos de sus barcos: El Mira, Miguel Moreno y Dorinda Dapena. Pescador de la traíña, de lo que se ha dado en llamar modalidad de “cerco”, a saber: “Faena a realizar por el bote cabecero, que lleva el puño de la red -de 14m/m de malla-, para una vez terminado de hacer el cerco, subirlo a bordo, para que la maquilla “jale” del cabo de la “jareta” y cierre el arte por el fondo. A continuación, los salabares recogen, entre el “espumerío” y las “argolas”, los peces que se han ido concentrando en el copo. Nada es comparable con este momento final, donde la mar pareciera una caldera hirviendo y, los peces, saltan una y mil veces, en una lucha desesperada por zafarse y ganar de nuevo el mar, tras la tralla de los corchos…” Así pescan las traíñas, si bien hay que añadir que cuando pescan con los botes luceros, sus luces inundan la mar atrayendo hacia ellas a los bancos de peces. Y muchas noches sin luna, “obscuros”- que es como se denomina en el argot marinero los periodos de pesca-, navegó a bordo de sus barcos Antonio escudriñando el “arda” fosforescente de los bancos de boquerones, sardinas, o, a partir de finales de agosto, las veloces y plateadas melvas de la Bahía Sur…
Antonio, también rigió durante algunos años, el destino de la Cofradía de Pescadores, y, como no podía ser de otra manera, puso todo el empeño y supo defender el aspecto social que las Cofradías llevan desde sus orígenes como “Positos de Pescadores” y se regulan en sus estatutos. No quedó familia de pescadores sin proteger, ni como él, bien dice: “faltara un regalo en la Noche de Reyes, a ningún hijo de pescador…”
Y que podemos decir más de este hombre…Podemos decir muchas cosas, y algunas más…Sin embargo, yo diría, que si ustedes quieren saber de la pesca en Ceuta, de cuando la pesca era una actividad importante en nuestra ciudad y daba trabajo a cientos de personas, bajen al Puente Almina alrededor de las 10:30h. de la mañana, y allí, sentado en una terraza, leyendo la prensa, o con la mirada perdida en sus lejanos recuerdos, lo encontraran… Siéntense y pregúntele, él, al paso, de manera pausada, de seguro que les relatará todo aquello que le aconteció; pero no le paguen el café, dejen que él lo haga, ¡faltaría más!, pues eso puede que le enfade y, es posible, que además, perdieran su amistad…
Ceuta esta en deuda con Antonio, hagámosle, pues el pequeño homenaje que se merece, pues el día que falte, el día que a las 10:30h. de la mañana no se encuentre sentado en la terraza del Puente Almina, una página importante de nuestra ciudad habrá concluido para siempre. Rescatemos, por tanto, del olvido a este hombre, y rescatemos del olvido a aquella flota de pesca y, lo que es más importante, rescatemos del olvido a aquellos ¡hombres de mar!, que como Antonio, dieron prestigio, honor y fama de laboriosidad a este pueblo de las Siete Colinas…