Cuando Stitu nació, el Príncipe era diferente. Allí, su madre le crió a él y a sus tres hermanos prácticamente sola al quedarse viuda muy joven y le enseñó a que “para comer había que trabajar”. No pudo terminar sus estudios “por falta de medios” pero se le iluminan los ojos recordan do a su profesor de castellano Don Fermín y a su profesor de árabe. “Por la mañana español y por la tarde árabe. Era una escuela pública, verdadero ejemplo de integración”. Habla con convicción pese a que la enfermedad que sufre le arrebate poco a poco la dicción y la pronunciación. Incluso la fuerza para hablar. Pero la lucha se deja entrever en cada gesto, en cada palabra, en cada movimiento, en cada pensamiento. Quizá sea esa lucha, la que llevó al Pleno a elegirle por unanimidad, como uno de los ceutíes que el próximo día 2 de septiembre recibirán la Medalla de la Autonomía a propuesta de UDCE. Una lucha que le ha fraguado como uno de los ejemplos a seguir y que allá por donde va merece el respeto de cuantos le conocen. En su barrio, los vecinos le saludan con afecto y los niños le besan cada vez que lo ven. Perdió a dos de sus cuatro hijos y una enfermedad le ha metido “en un túnel del que ya no puedo salir”. Aún así, reconoce que la muerte de un hijo “mata a uno por dentro, imagínese la de dos, pero esta enfermedad se queda aquí conmigo...ellos se han ido pero el Parkinson me recuerda cada día que pierdo la autonomía de mi cuerpo”. Su enfermedad, que apareció hace 15 años, le ha enseñado a conocer algo que hasta entonces no sabía ni que existía. “De repente las piernas se tuercen, los pies se quedan pegados al suelo y no puedes moverte”, explica. “Comencé a apuntar en una libreta todo lo que me pasaba, hasta el mínimo mareo, a mentalizarme de que estaba enfermo... y a ser un experto, sin estudios, en esta terrible enfermedad”. Y aprendió a hacer lo más importante: a pedir ayuda. “Nunca lo hacía, me daba corte. Algo contradictorio porque para mí ayudar al que lo necesita es lo que más feliz me hace y lo más satisfactorio que hay en la vida. Simplemente, lo que me hace sentirme vivo”. Recuerda con un brillo en los ojos especial cuando consiguió que una familia que vivía sobre un arroyo de aguas fecales tuviera una casa que les entregó la Ciudad. “El hombre decía que qué hacíamos allí, que nos iban a ver los dueños, y cada habitación que visitaba preguntaba que en esa otra casa quién vivía”. Stitu no soporta la injusticia. Cree que esta ciudad sigue siendo tremendamente injusta pese a que está convencido de que “es ejemplo de integración para el resto del mundo, pero debe seguir trabajándose por ello”. Afirma que lo que le hace falta a Ceuta es “otra clase política que mire para Marruecos sin miedo como un país de oportunidades comerciales para la ciudad y que no permita que la perla sea sólo el centro, sino que cuide también de las barriadas y trabaje por igual para todos los vecinos”. Predica que a Marruecos “no se le debe tener miedo, eso son invenciones de los políticos” y reconoce que él ya no tiene miedo a nada pero que a veces es la injusticia la que le hace temblar. “Cuando un guardia civil me dio una paliza siendo joven sin motivo, decidí luchar por lo justo y por la integración. Se llamaba El Chivo y me pegó porque era moro. Sin más”. La Asociación Cultural Alkadi es la baza educativa que creó para luchar contra la lacra de la discriminación. Cree que el cambio es posible, pero la única manera de conseguirlo es que el ciudadano se involucre para conseguirlo. Sigue poniendo voz a los vecinos de su barriada aunque sea un hilo. “La enfermedad me coarta mucho pero no hay nadie que quiera coger el testigo”, explica. “Para mi es una obligación seguir sirviendo al pueblo y no dejaré de hacerlo mientras pueda”, explica mientras revisa papeles de la Asociación del Parkinson que también preside. La medalla, reconoce una labor de entrega “que no merezco y que no esperaba”. Recuerda las 75 pesetas semanales que cobraba cuando comenzó a trabajar llevando agua a los trabajadores, sus horas como albañil, como vespista repartidor, como carpintero, como taxista... Recuerda su boda a los 21 años con una vecina que sigue acompañándole en la cotidianeidad de unas horas marcadas por el quiero y puedo y por la convicción de que otra Ceuta es posible. “Una Ceuta que luche”.