El 8 de septiembre los extremeños celebramos el Día de Extremadura. Y suele ser costumbre que el día de la Comunidad, aparte de celebrar los solemnes festejos, también se pongan de manifiesto algunos de los valores y bondades de su tierra y de sus gentes. Y uno que, a mucha honra, ama la suya y se precia de ser extremeño de los pies a la cabeza, pues con varios días de adelanto para que no me pase el turno del lunes que publico, también me siento deseoso de expresar aquí lo que como extremeño siento.
Es para mí un noble orgullo el hecho de que los antepasados de Extremadura hicieran grandes aportaciones a la historia de España, hasta el extremo de haberle dado universalidad en América. Ahí están, si no, algunos de los que fueron las figuras más estelares del descubrimiento, conquista, colonización, civilización y culturización del Nuevo Mundo que, precisamente, eran extremeños.
Por sólo citar unos cuantos, ahí tenemos hombres y mujeres ilustres de la talla de: Hernán Cortés (Medellín), Francisco Pizarro y Francisco de Orellana (Trujillo), Vasco Núñez de Balboa (Jerez de los Caballeros), Pedro de Valdivia (Llerena), etc. Y féminas, como la agricultora Mencía Escobar, la exploradora Mencía Calderón (Badajoz) la maestra Catalina Bustamante (Llerena); la guerrillera Mencía de los Nidos (Cáceres) y la militar Inés Suárez (Plasencia), etc.
¿Y qué es para mí Extremadura? Pues yo la veo como el bendito lugar donde nací y permanecí hasta los 16 años, porque no habiendo podido en ella encontrar un futuro más prometedor, ello me obligó a tener que salir a buscarlo donde pude labrármelo. Pero pienso que Extremadura no tuvo la culpa de eso, sino quienes entonces la gestionaron. Mi tierra, es también el recinto familiar donde mis padres bajo su regazo me criaron y me educaron, inculcándome sus costumbres, tradiciones, amor hacia Extremadura y espíritu extremeño, con el típico deje, habla, acento y también el noble orgullo de ser y sentirme extremeño. Yes el lugar sagrado donde mis padres y demás antepasados familiares descansan en paz en el lecho eterno, que cariñosamente respeto y venero.
"¿Y qué es para mí Extremadura?. Pues yo la veo como el bendito lugar donde nací y permanecí hasta los 16 años, porque no habiendo podido en ella encontrar un futuro más prometedor, ello me obligó a tener que salir a buscarlo donde pude labrármelo"
Pero Extremadura es para mí eso y es mucho más; porque también en ella tengo mi pueblo del alma, Mirandilla (Badajoz), donde de niño me críe y jugué con los amigos de la infancia correteando por sus calles, eras y regatos. Allí todavía está el sagrado recinto familiar donde mis padres con mucho cariño y esmero nos criaron juntos a los cuatro hermanos, reunidos todos en familia alrededor de la mesa-camilla, en los inviernos al calor familiar y del brasero; en los veranos, sentados en el patio al fresco rodeados de verdes macetas, y en los otoños y la primavera disfrutando de la exuberancia de la pura, frondosa y verde naturaleza.
Y también Extremadura es, la bendita tierra por la que tanto anduve y pateé, a veces, con mis tiernas manos infantiles encallecidas y mi frente de niño sudorosa por los afanes desplegados. Y ahora Extremadura es, el lecho eterno donde en la paz eterna mis padres y mis de más antepasados queridos descansan eternamente.
La pena es que Extremadura sigue estando por descubrir, por la mucha gente que la desconoce, incluso demasiados extremeños, porque quienes somos de ella no hemos sabido darla a conocer. Ahí es donde Extremadura y los extremeños fallamos. No sabemos vender bien su imagen, ni su rico patrimonio, ni sus muchos valores, quizá debido a esa indolencia, individualismo y despreocupación hacia lo nuestro, tal como en verso recogiera el clérigo y poeta de Saraicejo (Cáceres), Gregorio de Salas: “Espíritu desunido/ anima a los extremeños/ jamás entran en empeños/ ni quieren tomar partido/ cada cual en sí metido/ y contento en su rincón/ aunque son hombres de razón/ vivo ingenio y agudeza/ vienen a ser por pereza/ los indios de la Nación…”.
A veces pienso que los extremeños somos un poco a modo de como también es el principal río de Extremadura, según Camilo José Cela nos lo presentara: “Guadiana, río misterioso que se esfuma, que sale y se vuelve a ir, y torna a mostrarse, aquí quiero y aquí no quiero, y aquí ni quiero ni dejo de querer”. Que eso es lo que los llamados “Ojos del Guadiana”, nos están indicando.
Y esa dejadez hacia lo nuestro, guarda bastante relación con el pasado, que tanto marginó y postergó a Extremadura, motivo por el que los extremeños quizá piensen que para qué van a “salir y dejarse ver”, si tan aburridos y escarmentados están ya de tantas promesas con ellos incumplidas y del reparto leonino de la riqueza que en el pasado algunos hicieron, para después trasvasarla a otras Comunidades que, como dan muchos más problemas a España, pues hay que congraciarse con ellas.
Pues esa tibieza hacia los propios valores extremeños, resignándose dentro de Extremadura a ni siquiera reivindicar lo que es suyo o que en justicia pueda pertenecerles, contrastan luego con el coraje, el empeño, las ganas de aventuras, la audacia y la bravura que suele poner la gente extremeña cuando salen hacia otros mundos desconocidos a acometer las más difíciles empresas, sin tener miedo al riesgo, ni a embarcarse durante la conquista de América hacia los océanos embravecidos y procelosos, pese a no tener los extremeños mares, sino todo de tierra a dentro.
Y esa es la causa de que a lo largo de la historia los extremeños hayamos sufrido olvido, abandono y desconsideración del poder central, porque de antemano se sabe que Extremadura no es reivindicativa ni conflictiva y que sus gentes no van nunca a dar ningún problema a España, sino que siempre darán de ellos lo mejor a cambio de recibir nada de los demás. Lo dijo también el escritor extremeño Rivas Mateos: “Los extremeños, dieron por España tantas vidas cuantas vidas se necesitaron. Lo hicieron sin protestar, abrazados a la bandera nacional, y en silencio, que es como se sufre el verdadero dolor”.
Y eso nos ocurre a los extremeños, porque, aunque nos caracterizan cualidades y rasgos tan positivos como ser sencillos, llanos, sufridos, sacrificados, austeros, hospitalarios, soñadores, como la gente trabajadora y honesta de mi pueblo, personas serias y de acreditada probidad, en las que se puede creer y de la que se puede esperar, también somos luego un poco indiferentes a la hora de defender más y mejor nuestra propia causa, como podría hacerse divulgando más nuestra historia, dando a conocer más nuestros valores, y haciendo ver todo lo que Extremadura ha contribuido a España a lo largo de su devenir histórico auténtico y real.
Y es que, la guerra de las marcas, o de la buena imagen, no sólo se gana con la espada y la cruz en la mano haciendo heroicidades y civilizando al Nuevo Mundo, sino también ayudando luego a plasmar con la pluma las hazañas de los extremeños, que somos audaces e intrépidos hasta el punto de merecernos con toda justicia el propio apelativo de afamados “conquistadores”; aunque luego, con nuestra nobleza y desprendimiento, terminamos nosotros mismos siendo conquistados por los que acaban aprovechándose de nuestras propias conquistas.
"A veces pienso que los extremeños somos un poco a modo de como también es el principal río de Extremadura, según Camilo José Cela nos lo presentara: “Guadiana, río misterioso que se esfuma, que sale y se vuelve a ir, y torna a mostrarse, aquí quiero y aquí no quiero, y aquí ni quiero ni dejo de querer"
En resumen, los extremeños no sabemos “vender” bien la realidad histórica de Extremadura y la de los propios extremeños, sus riquezas y sus valores, que desde la más remota antigüedad hasta la conquista de América, han hecho grandes aportaciones a la Nación y a la causa española. Por eso, tenemos que tomar conciencia de nuestra valía y prodigar nuestra propia autoestima personal, porque, si no nos valoramos nosotros, nadie nos lo va a venir a hacer.
Precisamente por todo ello, ante la proximidad del Día de Extremadura, es por lo que tenemos que ser ni reivindicativos, ni pedigüeños, con la pretensión de pedir nada de eso que se parezca a los tan esgrimidos hechos diferenciales, ni derechos históricos, ni deudas históricas, ni fueros (aunque también lo tuvimos y lo mantenemos vigentes, como el del Baylío, ni cupos, ni balanzas fiscales, ni ninguna otra clase de privilegios, sino sólo para mostrar la realidad histórica de Extremadura, que es una de las regiones más dignas de España, con una personalidad definida, con su propia singularidad y con una identidad como territorio regional sólidamente asentado.
Y, para que eso se sepa y sea más conocido, hay que decir aquí alto y claro, que Extremadura es una auténtica realidad histórica, porque su territorio fue uno de los primeros de España que tuvo personalidad regional propia y configuración político-administrativa. ¿Qué tienen o valen más que nosotros algunas regiones que tanto reivindican, sin haber pasado nunca de ser un mero condado o un simple señorío?. La antigua Lusitania (actual Extremadura), ya existía en el siglo I a. C. como la región más conocida y más amplia de Hispania, al lado de la Bética y la Tarraconense. Queda dicho.