Me sentía muy intranquilo. Yo sabía que algo pasaría. Y fue solo recordar que dentro de nada tendría que jugar una nueva partida de ajedrez en el Campeonato de España de segunda por equipos en Linares; era como volver a los campos de batalla y recordé unas pocas de líneas que compuse hace mucho tiempo en ese lugar donde los grandes campeones del mundo jugaron.
Mira por dónde yo iré a ese lugar al Hotel Anibal y jugaré por Ceuta entre los próximos días 22 y 27 de agosto. La vela quedó encendida mientras el caballero le sacaba brillo a sus armaduras y armas de guerra. ¿Era una costumbre o estaban nerviosos?
La sangre hervía en sus adentros y nadie sabía a qué obedería. Y mientras que le sacaba toda la sangre que ya portaban sus dilatadas y antiguas armas, se escuchaban unas largas plegarias y súplicas hacia el Señor y Hacedor de su ser.
Se entendía incluso a lo lejos que todo aquello; no era como ir de camping. Era buscar un momento de gloria o de consternación. Gloria para él si conseguía la victoria. Y lágrimas a su familia si perdía su vida.
Todo seguía igual durante el tiempo que podía mantener en la mano una triste espada; muchas de ellas heredadas de sus antepasados. Revivía una y otra vez los envites que había tenido con los más fuertes. Siempre era él el vencedor. Los demás no podían decir nada. Quedaban tendidos en la arena de la batalla. Y ahora ya sabréis por qué se reza. Para estar preparados ante una llamada del Altísimo. Sea por un descuido, sea por una flecha; o sea como sea. Esta allí la vida o la muerte. Esa que nos gusta y la que nos disgusta al lado.