En algunos ejemplares de cepos de ancla romana recuperados en las aguas de Ceuta figuran representaciones de delfines, reforzando el aludido papel mitológico de protectores de los navegantes. Estos simpáticos animales marinos es posible verlos con cierta frecuencia en las costas ceutíes. En mis paseos por el litoral los he visto al romper el alba en las inmediaciones de la playa del Desnarigado. Incluso este verano, a las horas de menos presencia de bañista, se adentraban en la misma cala para alimentarse de los bancos de peces. Recuerdo que una ocasión, que fui a contemplar la salida de la luna desde el fuerte de Punta Almina, escuché un extraño sonido. Parecía que alguien se estaba tirando una y otra vez al mar, pero al fijarme me di cuenta de que se trataba de un grupo de delfines que nadaban a la luz de la luna.
Sin salirnos del mundo de la cetología, nunca he visto una ballena viva pasando cerca de Ceuta, pero sí muchas muertas. Desde hace bastantes años, la asociación Septem Nostra que presido, mantenemos activo un proyecto de recuperación de osamentas de animales marinos. De vez en cuando aparece un gran cetáceo y su cuerpo se traslada al pudridero de animales marinos que gestionamos para, pasando un tiempo, recuperar su osamenta. Las ballenas fueron objeto de una caza sistemática en las aguas del Estrecho hasta mediados del pasado siglo XX. Huesos de cetáceos y tortugas marinas se han recuperado en algunas de las numerosas factorías de salazones y salsas de pescado de época romana ubicadas en distintos del Fretum Gaditanum, incluyendo al asentamiento de Septem Fratres.
Desde el punto de vista simbólico, la ballena está relacionada con el viaje nocturno del sol por las oscuras aguas del firmamento. El héroe, encarnación del sol, es tragado por la ballena, como se relata en el mito de Jonás, y se alimenta de las tripas del cetáceo hasta ser vomitado en oriente. Curiosamente, en el Archivo de la Ciudad Autónoma de Ceuta está registrado una imagen de la obra “World History” de Rashid al-Din (1314) en la que se representa a Jonás junto a la ballena. En la leyenda de la imagen se dice: “la ballena arroja a Jonás a la playa de Beliunex”. Hemos buscado información sobre la interpretación de esta representación y no hemos dado con ninguna información que apunte a la playa de Beliunex como el lugar donde Jonás fue arrojado por la ballena. En el Corán (XXXVII), se dice que “lo arrojamos a un lugar desolado, y su piel estaba tan débil, que hicimos crecer sobre él una planta de calabaza [para que con su sombra y frescor su piel se curase rápidamente]”. No obstante, en la “Descripción de España” de Xerif Aledris se comenta que la región de Sûs, en la zona de del Atlas marroquí, se encuentra “el templo del Profeta Jonás, que fingen fue arrojado del vientre de la ballena: el templo, dice Assed Ifriki, es de costillas de ballenas que se pierden en unos peñascos de aquella costa”. Esta indicación geográfica nos llevaría a localizar el templo de Jonás en el entorno de Agadir.
Una localización más exacta y una descripción más detallada del templo de Jonás podemos leerla en “La Descripción de África” de León el Africano. Al hablar de la ciudad de Messa dice:
“en las afueras de Messa, sobre la marina, hay un templo al que tienen gran devoción. Dicen muchos historiadores que de este templo saldrá el pontífice justo, profetizado por Mahoma. Cuentan también que el profeta Jonás, después de haber sido tragado por la ballena, fue arrojado en la playa de Messa. Las viguetas de dicho templo son todas de costillas de ballena. El mar arroja a esta playa, con frecuencia, ballenas muertas, cuyo tamaño y forma mostruosa causa temor a las gentes que las ven. Cuenta el vulgo que toda ballena que pasa por delante del templo, muere a causa de la virtud que Dios ha dado a este edificio. Yo no daba crédito a estas consejas, pero, viendo un día aparecer una ballena muerta, fuera de las aguas, estuve pensativo algún tiempo; más después, hablando de esto con un judío, me dijo que no me debía causar admiración, porque había en el mar, a unas dos millas de la costa, escollos grandes y puntiagudos, contra los cuales arrojaba el mar, cuando estaba agitado, las ballenas, causándoles graves heridas, a consecuencias de las cuales morían; y después las arrojaba a la costa, como nosotros las veíamos”.
De las aguas marinas, vamos a pasar a tratar sobre las aguas superficiales y subterráneas de Ceuta. Debido a su abrupta orografía y su reducido tamaño no contamos en Ceuta con cauces permanentes de agua. Nuestro régimen pluviométrico es irregular y con frecuentes episodios torrenciales. Esto explica que los principales arroyos ceutíes, ubicados en la parte occidental del territorio ceutí, lleven agua tan sólo en las épocas de lluvia. El hecho de que estos cauces discontinuos de agua se concentren en el llamado Campo Exterior y poco frecuente en la parte más poblada, como han sido y son el istmo y la Almina, ha motivado que el agua sea en Ceuta un elemento escaso y valioso. Tanto es así que en época romana se tuvo que construir un acueducto para traer el agua desde el arroyo de las Bombas al sector del istmo. Esta instalación hidráulica estuvo en funcionamiento durante el periodo medieval islámico. Las aguas traídas desde el arroyo de las Bombas se almacenaban en un gran aljibe situado en las inmediaciones de la mezquita Aljama, cuyo espacio en la actualidad ocupa la catedral, y desde allí distribuida por toda la Medina. En una intervención arqueológica que dirigí en la calle Jáudenes a mediados de los años noventa, documenté una gran acequia en dirección este-oeste que debió servir para distribuir el agua en el interior de la Medina. Aprovechando la mayor altura de la actual calle Jáudenes el agua discurría por esta gran acequia de la que seguramente partían ramificaciones descendentes en sentido norte-sur para llevar el agua a todas las viviendas y edificaciones del centro de la Ceuta medieval.
En la zona de la Almina el único sistema de captación de agua debió ser el aprovechamiento de las aguas de correntías mediante pozos-cisternas y los aljibes localizados bajo el patio de las viviendas. Mediante un sistema de canalizaciones cerámicas, el agua de lluvia se llevaba hasta los aljibes para su almacenamiento. Los aljibes de época medieval suelen aparecer en las intervenciones arqueológicas realizadas en Ceuta, junto a pozos excavados en el subsuelo hasta alcanzar el nivel freático.
Los materiales geológicos predominantes en la geografía ceutí no son muy aptos para el embolsamiento de agua subterránea. El pozo más antiguo del que tenemos constancia es el documentado en la intervención arqueológica en el Paseo de las Palmeras. En esta zona del istmo el nivel freático está muy alto y aprovechando esta circunstancia se excavó un pozo de planta rectangular del que se extraía y bombea el agua hasta un pequeño depósito. De este aljibe se obtenía el agua necesaria para la limpieza del pescado que luego sería macerado en las piletas de salazones romanas.
Sobre las fuentes de agua, al-Ansari alude a veinticinco de ellas públicas. La más importante, como era lógico, se encontraba cerca de la mezquita mayor o Aljama. Otra fuente citada por al-Ansari es la de Siqayat al-Qubba (la fuente de la Cúpula), localizada en el Arrabal de Afuera y que contaba “con un estanque del que se saca un agua excelente. Tiene una bóveda sobre cuatro columnas; a su alrededor hay unos ochenta pozos acondicionados para el caminante”. Es muy probable que esta fuente corresponda a la conocida como Fuente de la Mina, que se situó en el espacio de los actuales jardines de la República Argentina. Según C.Gozalbes, estas minas son anteriores al trazados de galerías defensivas excavadas a finales del siglos XVII para defender a la ciudad del cerco del sultán Muley Ismail. Se trataría, por tanto, de una compleja de red medieval de captación de los acuíferos del Llano de las Damas y del Morro, cuyas aguas eran llevadas al interior de la ciudad mediante un sistema de distribución, que incluía una galería que pasaría por debajo del actual foso de las Murallas Reales.
El agua, además de ser un elemento fundamental para la vida, es un símbolo de una enorme riqueza presente en todas las culturas y civilizaciones. Se le considera un elemento vitalizador y purificador, tanto del cuerpo físico como del alma, de ahí que los musulmanes practiquen el rito de la ablución antes del rezo. En su dimensión revitalizadora, ya hemos aludido al mito de la fuente del agua de la vida que diversos testimonios del periodo medieval hispánico localizan en las inmediaciones de Ceuta. Entre las noticias que mencionan a la fuente del agua de la vida (Ma al-Hayat) en el entorno ceutí, la más explícita y amplia es la que nos ha legado al-Bakri en su “Descripción del África septentrional”. Por lo que sabemos, al-Bakri nunca visitó Ceuta. La información que manejó, al menos para el territorio ceutí, la extrajo de un pormenorizado y detallado itinerario de la costa norteafricana redactado por Muhammad ibn Yusuf al-Warraq (292-363 H.=904-974 C.), quien, al parecer, escribió una historia de Ceuta por encargo del califa cordobés al-Hakam II (Vallvé, 1989: 21).
En la descripción de al-Bakri se dice que entre Marsa Mursa, el “Puerto de Moisés o de Musa ibn Nusayr” (actual bahía de Beliunex) está el lugar conocido como Ma al-Hayat. De la fuente del agua de la vida comenta que “nos encontramos, en la playa, entre las piedras que están al pie de una colina arenosa, varios manantiales que proporcionan agua excelente. Las olas alcanzan esta colina. Por poco que cavemos en estas arenas, obtenemos agua fresca. Se cuenta que estaba aquí el lugar donde el ayudante de Moisés olvidó el pescado. Encontramos en este paraje, y en ninguna otra parte, un pez que lleva el nombre de pez de Moisés” (al-Bakri, 1913: 208). La descripción de este pescado, del que ya hemos tratado, coincide con la que nos ha legado al-Garnati.
En tiempos más recientes, el investigador A. Siraj (1995) incluyó en su obra “L`Image de la Tingitane” un amplio capítulo dedicado al análisis del itinerario de al-Warraq. Siguiendo la descripción de al-Warraq, A. Siraj sitúa en un plano (carte 15) la fuente del agua de la vida en el entorno de Punta Bermeja. En este lugar aún se conserva una fuente al que todavía acuden algunos ceutíes para obtener agua y que es conocida con el nombre de fuente de la Victoria. Toda esta zona fue muy alterada con el trazado del ferrocarril que servía para el transporte del material pétreo extraído de la cantera de Benzú para la construcción del puerto de Ceuta, y posteriormente por la apertura de la carretera que en la actualidad conecta el poblado de Benzú con el resto del territorio ceutí. A principios del siglo XXI, unas obras de remodelación de la carretera afectaron gravemente a la fuente de la Victoria. No obstante, y a pesar de todas estas alteraciones, un hilo de agua sigue dando testimonio de este manantial que podría corresponder a la mítica fuente del agua de la vida (Ma al-Hayat).
En los planos históricos y las fotografías que se conocen del borde marítimo entre la playa de Benitez y Benzú se ofrecen la imagen de un litoral abrupto configurado por una serie de colinas bañadas por el mar. Una de estas colinas coincide con el lugar donde se ubica la fuente de la Victoria, la cual, en los días del temporal es alcanzada por las olas. Dada la grave transformación que ha sufrido la franja litoral de Ceuta en el aludido sector de la costa ceutí, no nos queda más remedio que servirnos de la imaginación para reconstruirla, al menos mentalmente. Debió ser todo un espectáculo recorrer estas costas, sobre todo en los días previos a las lluvias. Las profundas ramblas y los arroyos desembocarían gran cantidad de agua en el mar. Antes de hacerlo, se aprovechaban las aguas para el funcionamiento de baños públicos y para mover las muelas de los molinos. Gracias a la información aportada por al-Ansari sabemos que “las aguas de estos riachuelos mueven cincuenta muelas, instaladas en treinta y nueve molinos”. Los muretes de contención que hemos podido observar en la parte alta del arroyo de Calamocarro, en cuya zona sabemos de la existencia de varias alquerías, podrían corresponder a los molinos de los que nos habla al-Ansari. La alquería existente en el arroyo de Calamocarro era conocida como Jandaq Rahma y en ella existían veinticinco baños públicos. Cerca de la torre-alquería de la fuente de la Higuera, que aún se mantiene en pie, aunque no sabemos por cuanto tiempo, se conserva una antigua fuente a la que acuden vecinos de Ceuta para obtener agua.
Como decíamos en el párrafo anterior, necesitamos de la imaginación para hacernos una idea de toda la belleza que poseía Ceuta en época medieval. El poeta granadino Ibn al-Jatib (1313-1374) dijo de ella:
“Ceuta es una preciosa niña blanca como la luz del alba, que descubre su hermosura y mira su cara reflejada en el cristalino espejo del mar…En esta ciudad lo bueno excede a lo malo”.
En otro de los poemas que Ibn al-Jatib dedica a Ceuta vuelve a hablar de su belleza y alude a su fundador Sabt, descendiente de Noé:
“Favorecida seas tú,
que has sido fundada
por Sabt, hijo de Noé,
con nubes que te cubran
mañana y tarde.
¡Morada de Abu-l-Fadl Iyad
con cuyo perfume los jardines
exhalan fragancia!”
La descripción de Ceuta que nos ha legado al-Ansari comienza enumerando y describiendo los principales santuarios y tumbas de Medina Sabta. Una de las más destacada es la de Sabt. Su tumba estaba situada “en el Cementerio Mayor (al-Maqbara al-Kubra), en la falda del Monte de la Almina (Yabal al-Mina)”. A la última morada del hijo de Noé se la llamaba “la tumba gigante (as-satt), llamada así por su longitud; se dice que es la tumba de Sabt, el que fundó Ceuta; es un santuario cuya baraka es conocida desde la más remota antigüedad”. La tumba-santuario de Sabt, puntualiza al-Ansari, se localizaba en la ciudad vieja (al-balad al-qadim).
En la intervención arqueológica que Silvia y yo dirigimos en la calle Fructuoso Miaja nº 11 tuvimos la oportunidad de documentar un sector de una necrópolis islámica cuyo inicio de actividad podría remontarse a finales del siglo IX o principios del siglo X d.C. Lo que sí es seguro es que este cementerio estuvo en pleno funcionamiento en época califal y siguieron enterrando a los ceutíes de aquellos tiempos medievales hasta mediados del siglo XIII d.C. A partir de esta fecha la necrópolis dejó de funcionar y se habilitó un nuevo espacio funerario en una franja de terreno situado más al sur. Por su antigüedad, la maqbara que identificamos en la calle Fructuoso Miaja podría corresponder al cementerio de la ciudad vieja (al-Maqbara al-Kubra) que al-Ansari localizaba en la falda del Monte de la Almina (Yabal al-Mina). Esta información coincide con la aportada por al-Bakri en el siglo XI. En su descripción de Ceuta sólo alude a dos necrópolis: una situada en la parte occidental de la ciudad, cerca de una playa arenosa; y otra ubicada “sobre la montaña”. Hasta ahora, la mayoría de los investigadores, tomando como referencia las indicaciones de al-Bakri, localizaron la maqbara oriental de Ceuta durante el periodo altomedieval en la falda del Monte Hacho. La arqueología, en este caso, viene a corregir la interpretación de las fuentes textuales para localizar la maqbara de la ciudad antigua en la falda norte de la Almina.
La temprana ocupación de la franja septentrional de la Almina, la más cercana al mar, la hemos podido corroborar en las intervenciones arqueológicas que hemos dirigido en los últimos meses en la calle Antioco, Delgado Serrano y Daoiz. Por primera vez, hemos documentado en la Almina niveles de época tardorromana, relacionados con la actividad metalúrgica, y el inicio de una ocupación de esta zona coincidente en el tiempo con el inicio de funcionamiento de la necrópolis estudiada en la calle Fructuoso Miaja nº 11 (finales del siglo X-principios del X d.C). Ya en época califal la parte baja de la Almina, al menos en este sector, fue intensamente urbanizada, tal y como pone en evidencia el aterrazamiento de la fuerte pendiente de la actual calle Delgado Serrano. Esta temprana urbanización, según documentamos en la calle Antioco, determinó la trama urbana de los siglos posteriores.
Enlazando todos estos hallazgos, en especial el de la necrópolis de la calle Fructuoso Miaja, viene a mi memoria el recuerdo de unas declaraciones realizadas por el psicoanalista junguiano James Hillman en un documental sobre Jung y la sabiduría de los sueños. Comentaba Hillman que los restos humanos enterrados bajo la superficie de las ciudades dan a la psique del suelo, al lugar, más alma. Cada lugar, afirmó Hillman, tiene un alma y parte de ella consiste en la historia de ese paisaje. El alma de las personas enterradas en la necrópolis que Silvia y yo excavamos me animaron a seguir estudiando el espíritu de Ceuta y a imaginar los paisajes que conocieron estos antepasados nuestros. Con mucha frecuencia, mientras excavaba sus tumbas, imaginaba las magníficas vistas del Estrecho de las que disfrutaban estas almas y quienes recorrían la importante calle que discurría junto a la necrópolis. Pensaba mucho en personajes como Ibn al-Arabi que visitó en varias ocasiones Medina Sabta y es probable que recorriese esta calle y rindiera homenaje a los sabios cuyas tumbas poblaron el territorio ceutí. No es casual que al-Ansari comenzara su descripción de su añorada Ceuta hablando, de manera extensa, sobre los santuarios y tumbas de los numerosos sabios que vivieron en Ceuta en la época medieval islámica. Estas tumbas eran, en palabra de al-Ansari, la última morada “de los más importantes chorfas, sabios pensadores, grandes santos, piadosos ascetas, elocuentes oradores y literatos ilustres”. Al Ansari sabía que las almas de estos grandes personajes definían el espíritu de este lugar sagrado y mágico.