Acabo de regresar de Extremadura, que, como no sea por una causa de fuerza mayor, hay dos fechas al año en las que no falto a la cita con mi querida tierra extremeña y con mi pueblo, MIRANDILLA. Y es que, en la primavera, parece que estalla allí toda una explosión de verde, de luz, de colores y de la más pura naturaleza en todas sus manifestaciones. Y de verdad que allí soy plenamente feliz con sólo pasear por las mañanas temprano contemplando la frondosidad de las encinas, su copa ancha y verde, sus grandes troncos, sus viejas oquedades, su vida longeva y de patriarcal presencia, su humildad y fortaleza, muchas de ellas testigos mudas de cientos y cientos de años de vida de nuestros antepasados pegados a su tierra., así como del empeño y desvelos de nuestros antepasados por los campos desplegados.
Hace ya años, visitó Extremadura una comisión agropecuaria israelita, y en cuanto contempló sus densas y extensas dehesas, uno de sus componentes, exclamó: “todos estos densos y extensos encinares son el pulmón de oxígeno por el que Europa respira”. Y es que, sobre todo en esta época primaveral, todos esos lugares de Extremadura presentan toda una fuente de vida vegetal con la que la naturaleza parece haberse combinado para vestirse con sus galas verdes y dotarla de un espectacular encanto y de una singular belleza. Pues, toda esa estampa señera y señorial que la encina presenta, quizá haya podido ser la causa de que en ellas se hayan inspirado para rimar sus versos afamados escritores y poetas.
sí, Jesús Delgado Valhondo, el poeta de Mérida, decía que como mejor se inspiraba para rimar sus versos sobre la naturaleza era cuando se sentaba a la sombra sobre el tronco de una encina recostado. Otro escritor y poeta extremeño, Luis Álvarez Lencero, presenta así una de sus estampas extremeñas: “Anchos atardeceres de nuestra tierra/ bravos campos de Extremadura/ mares de trigo y ejércitos de encinas/ y rebaños de ovejas como espumas”. Y no es que el canto poético a las encinas sea una mera simpleza extremeña, porque otros afamados poetas que no eran originarios de aquella tierra también recogieron en sus versos esa misma sensibilidad.
Leopoldo Panero, poeta leonés, se jactaba de que su vida hubiera madurado bajo la sombra y los silencios de las encinas. El poeta castellano-extremeño, Gabriel y Galán, cantó así a la tierra extremeña: “Busca en Extremadura soledades/ serenas melancolías/ profundas tranquilidades/ perennes monotonías/ y castizas realidades”. Y Antonio Machado, al que siempre hay que acudir cuando se desee ahondar en la naturaleza, exclamó: “Encinas verdes encinas.../ humildad y fortaleza...”. Y para el vasco, Miguel de Unamuno, la encina está presente en sus numerosas metáforas, como cuando dice: “No puedo imaginar a D. Quijote sino al pie de una encina, con las bellotas en la mano”.
"La tierra que a cada uno nos vio nacer, el solar querido donde la apacible virtud meció de niños nuestra cuna, ese es uno de los vínculos más fuertes y que mayores sentimientos despierta a las personas, junto con el cariño de la propia familia"
La tierra que a cada uno nos vio nacer, el solar querido donde la apacible virtud meció de niños nuestra cuna, ese es uno de los vínculos más fuertes y que mayores sentimientos despierta a las personas, junto con el cariño de la propia familia. Por eso, nuestra tierra, nuestra familia y nuestra honra, nadie nos las puede mancillar. La propia tierra, porque fue la primera que nos dio cobijo y sustento, también en la que dimos nuestros primeros pasos, la que desde la niñez nos fue dando configuración y arraigo a través del entorno, la familia, la escuela, los amigos de la infancia y las demás personas que nos han rodeado en esa corta edad que va de los diez a los quince años en la que tanto se graban las cosas.
Pues, así fue como a mí de niño también me nacieron y se me grabaron para siempre las primeras sensaciones, los primeros sentimientos, las costumbres, las tradiciones, el apego hacia el lugar, la forma de ser, de sentir y de pensar, y mi hondo espíritu extremeño. Por eso, el mismo poeta andaluz, amante de su tierra y de la naturaleza, Antonio Machado, nos dejó dicho aquello de que: “No hay persona bien nacida que no ame a su pueblo”. Y es por ello que, tras haber regresado de estar más de un mes en mi querida Extremadura, llego con las pilas recargadas hasta la próxima vez que la visite, porque estando en ella siento que soy feliz, que en ella se me ensancha el corazón, se me alegra el alma, me crecen los sentimientos y se me fortalece aún más el espíritu extremeño.
Y luego está la noble y sencilla gente extremeña, en los pueblos donde todos se conocen y se saludan al pasar con sus amables y cariñosos, ¡ea!, adiós, condiós y vamos allá, que allí son la expresión más genuina de la entrañable amistad extremeña, que se vive y se palpa por todas partes, con su sinceridad y buena fe siempre por delante, sin dobleces, con su connatural acogida y sana hospitalidad, pudiéndose hablar con las personas sencillas y con la gente del pueblo llano; gente extremeña generosa y agradecida, en la que siempre se encuentra la mano tendida y el gesto generoso. Y es por ello que, tras haber regresado de estar un mes en mi querida Extremadura, llego con las pilas recargadas hasta la próxima vez que la visite, porque estando en ella siento que se me ensancha el corazón, me crecen los sentimientos y se fortalece aún más mii espíritu extremeño.
Cuando en Extremadura llega la primavera, los campos extremeños estallan de verde, de luz y de colores, el paisaje aparece todo vestido con sus mejores galas, presentando una densa y variada gama de colores y una panorámica de contrastes maravillosos y encantadores que hacen impresionante su belleza. Hay allí luego otro aspecto natural que destaca y lo domina todo, y es la intensa claridad que se percibe, producida por ese sol radiante que casi siempre luce en todo su entorno. Esa claridad nítida de mi tierra ilumina todo el ambiente y lo transparenta, pareciendo como si los rayos solares esculpieran con su luz el espacio y los objetos para presentarlos más bellos.
Y, si es al atardecer, cuando el sol comienza ya a descender para ponerse, introduciéndose suave y lentamente en la penumbra de la noche; que hasta las noches son allí , tranquilas y serenas en los veranos, otoños y primaveras, cuando por lo alto de la sierra se ve de asomar la luna llena, que toda henchida, pletórica y resplandesciente despliega toda su luminosidad alumbrando los densos y extensos olivares que parecen como si fueran un manto gris plateado que se desparrama por su ladera. La luna que alumbra a MIRANDILLA, aparece allí como si fuera cortejada en todo su recorrido por un inmenso cielo de estrellas, que parecen estar adivinando desde arriba que en mi pueblo hay buena gente.
"Hace ya años, visitó Extremadura una comisión agropecuaria israelita, y en cuanto contempló sus densas y extensas dehesas, uno de sus componentes, exclamó: “todos estos densos y extensos encinares son el pulmón de oxígeno por el que Europa respira"
Por estas fechas aparecen ya espigadas granando las sementeras, que al impulso de la brisa fresca tempranera que sopla se mecen suavemente a modo de como si fuesen en tierra olas del mar, que al impulso de la brisa tempranera se mecen para uno y otro lado al unísono, pareciendo que unas vienen y otras van. Todo eso,numerosas son brotes de vida que nacen de la propia tierra extremeña, poniendo en el ambiente notas de paz, armonía y sosiego, pudiendo estar tranquilo y en contacto pleno con su mundo natural, que tanto alegran el ambiente y ponen ante nuestros ojos algo así como si fuera una alfombra verde a nuestros pies tendida, más la sensación de tener ante sí las distintas tonalidades del color de las flores, que allí se hace todavía más pronunciado y omnipresente por la frondosidad que presentan las numerosas dehesas.
Y por entre los cerros, llanuras, valles, cañadas, eriales, regatos y posíos, se perciben también el olor fresco que desprenden la hierba, la exuberante vegetación y el aroma de las flores. Y también se respira en la querida tierra extremeña un ambiente puro, limpio y sano, alejado del mundanal ruido y de la polución atmosférica. Todo ello, en medio de la tranquilidad, quietud y paz que se vive en de la soledad del campo y de sus profundos silencios, que sólo se rompen con el trino armonioso de los pajarillos, como cuando entre las encinas y los matorrales revoletean y se oyen el arrullo de la tórtola, pían el mirlo, se oyen el armonioso canto de la perdiz, de los jilgueros, de las alondras y los ruiseñores, y por los tejados pían las golondrinas y los gorriones; o también cuando en medio de la hierba fresca cantan los grillos, poniendo todos en el ambiente esas notas melodiosas de alegría, riqueza y colorido que elevan el espíritu y relajan los cinco sentidos.
Extremadura es también tierra de horizontes despejados y de grandes visibilidades en las que la mirada se pierde recreándose en la lejanía hasta llegar donde parecen juntarse el cielo y la tierra, a pesar de tener sus cielos azules y altos, en los que predominan los tonos grisáceos, con horizontes anchos y despejados. En Extremadura, en fin, se tiene por estas fechas un encuentro pleno con la naturaleza. Por eso quienes allí lo hemos vivido de niño nos gusta tanto deleitarnos describiéndolo con nostalgia de nuestra edad infantil, de tan grata memoria, que nada más pensando en la infancia me quedo absorto y embelesado.
Y luego está la noble y sencilla gente extremeña, en los pueblos donde todos se conocen y se saludan al pasar con sus amables y cariñosos, ¡ea!, adiós, condiós y vamos allá, que allí son la expresión más genuina de la entrañable amistad extremeña, que se vive y se palpa por todas partes, con su sinceridad y buena fe siempre por delante, sin dobleces, con su connatural acogida y sana hospitalidad, pudiéndose hablar con las personas sencillas y con la gente del pueblo llano; gente extremeña generosa y agradecida, entre la que siempre se encuentra la mano tendida y el gesto generoso.