Una bandera es un trozo de tela que contiene colores, símbolos y un formato, generalmente, cuadrangular y/o triangular, que sirve para representar estados (nacional, autónomo, local), organizaciones sociales (LGTBI, Whipala, raza gitana) y señales (deporte de motor, código internacionales –marítimo-, señales de playa), entre otros. Asimismo, existe la vexilología que trata del estudio del mismo, siendo esta una disciplina de la historia.
Desde el ámbito territorial, debería representar seña de comunidad que serpenteé sublevaciones orientadas en la satisfacción de necesidades socioeconómicas y combatan –asociativamente- para que todos tengan las mismas oportunidades. Sin embargo, en muchas ocasiones, abanderó la muerte de sociedades enteras por la avaricia del propio hombre, en su afán por dominar los recursos, escoltado por nombres de dioses desconocidos en vano.
Dios, una palabra tan grande que supera continentes. No obstante, tan vacía que llena de hambre naciones y gente. Dios y pobreza; un dueto universal inventado por el hombre y protegido por el sistema patriarcal cuyo nacimiento sirve para justificar sus actos (Dios) y engordar su ego (pobreza). Fe y opresión al ser vivo, preámbulos de acciones humanitarias, que tiritan en banderas de hoy, y abona como resultado clavos de desigualdad global.
Los estandartes se remontan en el anteayer de los tiempos de Constantino el Grande empleando el uso del lábaro en la célebre batalla del Puente Milvio; en el ayer aprendiendo las distintas banderas existentes en el mundo mediante mi diccionario juvenil del Iter Sopena (con la URSS todavía vigente); y en la actualidad por el uso de los stikers de banderas mediante la aplicación de Wassap.
A partir de aquí me planteo dos cuestiones: primeramente, no comprendo como una enseña puede simbolizar un desenfreno orgásmico de tal calibre, en un sector importante de la población e instituciones, que ciegue los problemas socioeconómicos de una región. Esa pasión que existe en ella, posteriormente, no es seguida ni por las mismas personas ni con la misma intensidad a la hora de revindicar derechos fundamentales. En este sentido, por muchas banderas que colguemos en nuestras ventanas o lo decoremos en nuestro cuerpo tal manifestación nunca cambiará la situación inequitativa de hoy; y por muy grande que escenifiquemos una bandera ésta jamás briznará más que la desigualdad presente en el entorno de mis paisanos. Asimismo, una bandera no cambia conciencia pero una conciencia nueva si puede ocasionar banderas de igualdad para todas y todos.
El segundo interrogante se refiere en la imposición de una bandera por el simple hecho de nacer en un lugar. Rendir pleitesía, orgullo y honor ante un pendón con el único motivo de un pasaporte no es lo más sincero para desatar el frenesí nacionalista de una sociedad, por muy patriota que queramos ser. En este contexto de confalón, lo que te une a ella no son sus símbolos ni colores ni siquiera su historia sino son los lazos emocionales y las contiendas libertarias labradas que emerjan dentro de su espacio terrenal.
Las banderas son el faro de las fronteras. Fronteras edificadas por el ser humano alabando el tránsito de los recursos naturales pero instaurando muros al individuo. Fronteras que premura prejuicios al diferente sin nada en los bolsillos mientras cautiva amigablemente la mano caudalosa con riqueza. Nadie opta donde nace ni que color de piel llevar puesto ni siquiera las banderas tienen ese don ya que no hay frontera más grande que las mentales en esa costumbre rancia de catalogar la persona como si fuéramos un código binario (bueno-malo). Algún día asomará una bandera exorbitante de empatía hacia el ser ajeno, poniéndonos en el lugar del otro y encontrando respuesta a las causas que le motivan desplazarse de su lugar de origen. Igualmente, lograremos codificar la importancia de que las razas y etnias son un tesoro cultural tan apreciado que no puede verse atenazado por alambres fronterizos de un país con otro.
Mi bandera, desplegada al viento canalla, es un oriflama de tres franjas, sin tiempo determinado y siempre en movimiento como los pintorescos paisajes que orbita nuestro alrededor.
En sus frisos permea celeste cielo, azul mar y amarillo anaranjado de la arena. Su tiempo divisa día, tarde y noche. En él, su dinamismo aparece según caprichoso sea la marea con su pleamar y su bajamar. Esto último significa que sus cenefas no siempre son del mismo tamaño, ni tampoco estáticas, sino que va cambiando en función de la fuerza de atracción gravitatoria que ejerce el sol y la luna sobre la tierra. Por ello, la estuación decide según el tiempo como se serán las franjas de mi bandera.
A partir de aquí, mi bandera y yo tenemos numerosos diálogos que dirían son de amor o quizás no, quién sabe. Me veo con ella, asiduamente, subrayándoles mis miedos, conflictos internos, respuestas de mis interrogantes e incertidumbres pasionales. En sus dos primeras franjas, donde vence las puestas de sol de cada tarde, me regala el color del melocotón en su firmamento proporcionándome almíbar en cada uno de nuestros diálogos para atenuar momentos tristes de mis pasajes. Ella me enseña lealtad y fidelidad auténtica debido al compromiso sincero de nuestros innumerables encuentros. El otro día estuve a punto de pedirte que nos hiciéramos pareja de hecho, sin la presencia de templos, porque si te declaró matrimonio a ver en que iglesia caben tus hélices de luces cuando asoma el crepúsculo. Pero no puedo porque tengo las mismas chácharas con la almohada, y si me uniera contigo ella se pondría celosa, y, lo siento, pero mi cultura no me permite tener dos parejas puesto que la poligamia está mal vista. De esta manera, prefiero tener a ambas como amigas. Así que sigamos como estamos, eso sí, nunca faltaré a nuestras citas y jamás dejaré de piropearte.
También, al contemplar sus tres bandas empiezan asomar tantas interpretaciones, relatos e inspiraciones como pompas puede dibujar una niña con su soplador. En ese instante, se contempla un baile entre cielo y mar que sólo tú puedes aplaudir desde el balcón arenal de la diversa estampa. Esta pareja nos muestra la estría del infinito, envuelto en un horizonte mayestático que es pupitre del curioso, escuela del inquieto, alumna del verso y numen del artista puesto que cuántas veces se habrá preguntado el individuo qué hay detrás de la tangente y decidió ir tras lo desconocido, y cuántas obras se han escrito por observar su espectacular ocaso.
Este dúo (cielo-mar) son compañeros que trabajan intensamente en equipo mediante el proceso de evaporación, condensación y precipitación mimando las nubes en su labor de abanicar lluviosamente nuestros campos para facilitarnos lo esencial para vivir: el agua. Sin él, no podríamos irrigar la tierra para que nos proporcione alimentos y, tampoco, lograríamos hidratarnos. Además, mar y agua nos obsequia con dos lecciones vitales: uno, nuestro cuerpo contiene casi el setenta por cien de tal sustancia, por tanto, “somos agua” y de ahí nuestra conexión y dependencia total con la naturaleza a la que tenemos –actualmente- abandonada y maltratada constantemente. Segunda lectura; agua y mar, en su avatar de interacciones constantes, nos enseñan que son como la vida misma, es decir, dulce y salada.
Así, ambas franjas de mi blasón, escribe en su bordado, lo que nos diferencia del resto de seres vivos planetario, resolver enigmas; y, posteriormente, nos subraya la vida misma.
Caminamos en la última banda, la arena. Fragmentos de rocas y minerales que enjalbegan hermosas dunas que pintorrean rizaduras de claro y sombra en su suelo, como si escamas de pez fueran o conchitas de mar adornasen, y que son costillas de mi bandera. Aquí fragua princesitas y principitos en la construcción de sus castillos con puertas de piedra; navegan familias enteras en tu eterna merienda y el café calentito del termo; hacen paso al deporte sano sin competición; el amor da un paseo por la orilla y cuando toca dar la vuelta porque el recorrido pasa el ecuador, probablemente, se haya producido el primer beso y si no ha sucedido todavía ¡daros prisa que perece el viaje!; y la amistad estalla en un universo de conversaciones profundas con los pies descalzos, el refresco frio y la corona de un asiento que ya decidís por sufragio universal dónde y cómo acomodarse de todas las butacas, sin enumerar, que te brinda la playa.
Una bandera de tres franjas compuesto por una arena rebelde, un mar ingobernable y un cielo inmortal donde, por un lado, predican la espera de nuestros seres queridos que se fueron, y, por otro lado, habita el paraíso si cumples con la religión. En este caso, allá en la vidriera celeste donde residen mis antepasados prefiero hacerme anhelar un poco más. Además, no creo que me ajuste bajo los dogmas de ninguna doctrina religiosa que me sirva como billete directo al edén, parábola que no me supone mucha preocupación ya que tengo claro que el elíseo me lo proporciona el día a día de las calles desatadas y la aventura de carreteras inhóspitas.
Una bandera de tres tiempos indefinibles, que va cambiando de color según va muriendo el día que nace desde su aurora, escondiéndose la bola naranja en el charco inmenso de los océanos regalándonos así un momento de cielo cárdeno para que en su lugar nos presente la noche estrellada de Neruda.
En esta tesitura, no creas en banderas impuestas; no participes en la alienación de una bandera cuya estructura socioeconómica descansa en la desigualdad; no alces banderas que deshumaniza la sociedad ya que los valores humanos quedan suplantados por mercancías, logotipos y códigos de barras; no embeleses banderas que te evada de la realidad hacia un paréntesis de credos que te sirve de consuelo para proseguir en un mundo injusto; no te arrodilles en banderas que divide su población en clases sociales y de ahí el “acceso de oportunidades”; y no clames banderas donde su Parlamento está al servicio de la élite dominante con la consecuencia de subyugar a la ciudadanía en provecho de los intereses de la cúspide dominante. La bandera de mi nación ya no promulga el Estado del Bienestar sino el Esclavo de muchos para el Bienestar de unos pocos.
Fantaseo con la esperanza de una bandera Pangea arada por el calambre que te origina al ver una persona sin importar de que genero sea ya que el amor no es un juego malabar de orientaciones sexuales sino es un desequilibrio pactado que no entiende de contiendas teóricas sino del maremoto sensitivo que entra en erupción cada vez que te encuentras con él o con ella; fantaseo con la esperanza de una bandera Pangea que no tolere el rio de la injusticia social en cualquiera de sus afluentes; fantaseo con la esperanza de una bandera Pangea que palmé una sonrisa como efigie.
La única bandera verdadera y libre es aquella donde el único sometimiento sea la erradicación de la desigualdad; con el puño en alto como escudo; y cuyos colores estén gobernados -bajo el mismo orden- por las personas, animales y naturaleza. De esta manera, ondea una bandera creada por ti, con franjas y tiempos de palabras reivindicativas y acciones revolucionarias; extiéndela en ambos hemisferios y clávala en cada rincón de nuestro mapa. Sólo así la fantasía y la esperanza de una bandera Pangea de igualdad se hará realidad.