Rutinaria convulsión. Cada año, con motivo de la confección del calendario laboral, se reproduce una intensa y agria polémica. Es un perfecto indicador del grado de inmadurez que todavía padece la sociedad ceutí respecto de su propia coherencia interna.
Un pueblo pusilánime y despreocupado hasta la idiocia, incapaz de sostener el más mínimo debate sobre asuntos de gran calado y envergadura, se despierta como enfurecido cuando se trata de fijar los días festivos del año siguiente. La controversia se centra en la incorporación, o no, de los días vinculados a la religión islámica como parte de las "festividades locales". En concreto, el día de finalización del ramadán (la pascua del sacrificio hace ya algunos años que a se incluye con normalidad). La dificultad objetiva de encajar un número total de festivos deseados que supera el límite legal (catorce), dibuja un escenario ideal para dar rienda suelta a los más inconfesables sentimientos de división larvados en los segmentos más radicales de la población. De este modo, se mantiene un debate formal (el calendario) y otro (el real) de fondo (la disputa por la hegemonía social entre las dos comunidades que configuran el cuerpo social). Abundar en este camino es un tremendo error.
Ceuta necesita superar este estado de infantilismo primitivo que se convierte en un caldo de cultivo ideal para fortalecer a los enemigos de Ceuta. Todo el que, por un motivo u otro, perjudique la convivencia y frene el proceso de interculturalidad es un enemigo acérrimo de Ceuta. Y de sus gentes. No valen excusas. Por ello, sería conveniente que el debate sobre el calendario laboral se desarrollara en el ámbito de la concordia constructiva, analizando argumentos y buscando un espacio de encuentro (siempre lo hay) sobre el que seguir avanzando en armonía. Esto no es óbice para que se puedan mantener posiciones discrepantes; pero sin que ello se interprete en clave de "conquistas" o "concesiones".
Tres puntos de partida. Existen tres líneas argumentales que suelen contaminar y desvirtuar el debate y que deberíamos desechar. Una. Considerar festivo el día en que finaliza el ramadán no se debe interpretar como una "reivindicación" exclusiva del colectivo musulmán; sino como la conclusión de una obligada reflexión del conjunto de la ciudadanía que ha de mostrar capacidad y madurez suficientes para definir e interiorizar su realidad cultural. Si el debate empieza en términos de "unos" contra "otros", estamos derrotados todos de antemano. Dos. La laicidad de las fiestas. Este es un argumento bienintencionado; pero que desplaza el debate fuera de la realidad. Y por tanto de la política. En primer lugar porque escapa a nuestras posibilidades (está regulado por normas con rango de ley), y en segundo lugar porque no es realista. ¿Alguien plantea en serio que en España no se celebre la Navidad? ¿O que en Ceuta no se celebre la Virgen de África? Introducir la laicidad de los festivos como eje del debate es un modo de rehuirlo. Tres. El posible agravio comparativo con otras comunidades. Otra puerta falsa para no afrontar la verdad. El tópico de las "cuatro culturas" puede servir como eslogan costumbrista, pero carece por completo de valor para hacer análisis serios y tomar decisiones políticas. Las comunidades hindú y hebrea son comunidades muy respetadas y queridas, pero son insignificantes desde el punto de vista de la conformación del acervo cultural común (entre ambas no alcanzan las quinientas personas). La celebración de una festividad de cualquiera de estas comunidades no tiene la menor relevancia social (como demuestran inapelablemente los hechos).
El debate debe centrarse en dilucidar si es posible (y cómo) alcanzar un equilibrio que haga compatibles dos principios de valor equivalente. Por una parte preservar los elementos que han inspirado las señas de identidad de la Ciudad históricamente y que nos dotan de una personalidad propia; y por otro lado, responder a las necesidades e inquietudes del conjunto de la sociedad actual. La primera de estas cuestiones nos lleva a concluir que no es bueno "quitar" días o fechas que forman parte de nuestras tradiciones. La segunda nos conduce de manera inexorable a asumir la importancia que tienen las festividades ligadas a la religión islámica en nuestra Ciudad. Más allá de la opinión de cada cual en relación con el fenómeno religioso, la realidad es que un día como la finalización del Ramadán tiene una elevada carga espiritual para miles de ceutíes que no puede pasar desapercibida. Por respeto a cada uno de ellos individualmente considerado; y porque supone un reconocimiento institucional que refuerza la pertenencia de todos los que vivimos en Ceuta a un proyecto de vida en común. Todos compartimos lo que es importante para cada uno de nosotros. Esa es una de las claves para construir una Ciudad con futuro.
La pregunta que falta por responder es si esto es factible. Y lo es. Las normas nos imponen once días festivos. En realidad son nueve, pero dos de las que serían sustituibles (Reyes y Jueves Santo) se pueden considerar "de hecho" inamovibles. Si propugnamos cuatro festivos locales (Virgen de África, San Antonio, Pascua del Sacrificio y Fin del Ramadán) sumarían quince (uno más de los permitidos); pero en todos los años naturales, al menos una de las fiestas incluidas entre las catorce, cae en domingo. Es decir, basta con hacer uso de la prerrogativa legal de "no trasladar" festivos que caen en domingo al lunes, para que sea posible adaptar nuestro calendario en cada ejercicio es este planteamiento.
Queda por resolver el asunto del "Día de Ceuta". Pero esta es una cuestión menor, porque esta fecha carece por completo de valor social. No le dice nada a nadie Es más, lo lógico sería sustituirla por otra efeméride que tuviera algún significado para los ciudadanos, y que fomentara la unidad en lugar de provocar desconfianza (pero este es otro debate). Su celebración puede perfectamente encuadrarse en el ámbito institucional.
Ceuta daría un paso importante si pudiera resolver este problema de manera definitiva y positiva. Es perfectamente posible. Cualquier resistencia a la normalización está fundamentada en otros intereses que son, precisamente, contrarios a los intereses generales de esta Ciudad. Sigue habiendo mucha gente que "creyendo" que defiende Ceuta no hace más contribuir a hundirla.