Así me hubiera llamado yo de padecer la injusticia en la que se han visto atrapados los musulmanes de Ceuta. ¿Fuera de toda lógica, verdad? Resulta que en demasiadas ocasiones lo ilógico termina convirtiéndose en costumbre hasta el punto de que podemos vivir años y años atrapados en un callejón sin salida al que somos incapaces de abrirle una de las puertas.
Caballas decidió que era el momento de poner punto y final al hecho de que los musulmanes no pudieran hacer valer sus apellidos. Ayer, con el respaldo de los distintos partidos, se dio un paso importante para disponer de la fuerza suficiente como para instar al Ministerio de Justicia a que promueva las acciones necesarias para regular el derecho del cambio de los apellidos. Ahora, nos veremos sometidos a la dictadura endémica de una administración que pone sus tiempos y plazos, pero al menos se ha conseguido un paso importante para conseguir que los musulmanes puedan recuperar lo que constituye sus señas de identidad. El concejal Juan Luis Aróstegui habló ayer de "mutilación". No le faltaba razón al emplear este término, adecuado a la situación mantenida durante años y permitida sin que nadie mostrara intención alguna por cambiar las líneas de una intrahistoria que se estaban escribiendo de forma torcida. "Una deuda de dignidad", matizaba. Cabría ir más allá, porque se trataba de saldar una deuda contraída por todos, seamos o no musulmanes, porque se estaba incurriendo en una manifiesta injusticia hacia un colectivo al que se le arrebató parte de su propia base individual.
Son pequeños logros de unión como el conseguido ayer al aprobarse este punto los que permiten seguir creyendo en la efectividad de unas sesiones plenarias en las que, con demasiada frecuencia, parece que los participantes van a perder el tiempo. Ahora la pelota está en el Gobierno, en los pies del propio Vivas que es quien debe acelerar al máximo el proceso necesario para que no se pierda la oportunidad de devolver a las personas que se sienten afectadas ese derecho mermado en el tiempo.