En la calle Amaranto, de La Lomas de la Pólvora, en la barriada sanroqueña de Taraguilla, por falta de poda hay que tirarse a la carretera. La carretera tira, no les digo más a perros ladradores y a pájaros insensatos y vejestorios de más de 80 que cruzan por donde les da la gana.
Tira la necesidad y las ganas de cambio y la ingratitud y la desesperanza, tanto que alucinamos, creyendo encontrar lo que tanto deseábamos. Luego las arrugas se nos marcan, en la desilusión de lo votado, luego la gordura nos aprieta y la verdad nos atranca , cuatro larguísimos años en los que nos vapulean, nos cuecen y nos entumecen , como si fuéramos ropa de colada.
Querríamos ir por aceras bien asfaltadas, como los de la calle Amaranto y no derribar nuestra oronda osamenta, como me pasó el día de mi cumpleaños, por haber socavones en las cercanías de la municipal, enormes como cavernas. Querríamos ser libres e ir al paso y no que los que nos tienen que cuidar nos estén siempre jorobando.
Más tiempo me llevé encamada del que ha tardado la Mato en encontrar sillón donde sentarse, menos del de Podemos en hacer una nueva pirueta con la socialdemocracia. En cada hora que pasaba, dolorida, reventada, inmovilizada y frustrada, pensaba en el alcalde nuevo, múltiplemente fotografiado haciendo cosas, que no había arreglado esos socavones que hacían que mujeres maduritas y niños de natación sin sincronizar, pudieran dar con sus ilusiones en frontera, igual que hice yo con los míos.
El poder hay que recortarlo, hostigarlo y darle un buen pescozón de vez en cuando, porque somos ciudadanos y nuestras armas no son las palabrerías sino las leyes, que para eso los votamos, para que nos sirvan, no para que se sirvan ellos, a dos manos.
No son niños que enseñarles que un voto cuenta, sino poderosos tendedores de manos apretadas, que una vez tomado el poder ya no tienen enmienda, como tantas cosas placenteras que solo son venidas a menos una vez sacado el contenido, del húmedo continente. Por eso es tan importante que nos movamos y que seamos, más que Podemos, pudiendo, porque si las hormigas pueden hacer tan grandes hormigueros, que no podremos con nuestro voto y nuestro intelecto. No somos carne de elecciones, no somos tontos nacidos para que nos calienten los oídos, somos ciudadanos , escaldados, esquilmados y atónitos por el juego que hacen frente a nuestras narices. Todas las instituciones parecen tocadas, el pobre Nicolás ha sacado tajada de ello, de la avaricia de los empresarios, de la soberbia de los necios, del talante de muchos y de los grandes en los gremios. Ha sacado tajada y les deja con la cara peripuesta, sin sonrojar los colores , porque de eso no gastan, y el pueblo, soberano en pelotas, con los ojos de escarcha. Caen los ministros y se encausan, con lista de espera, a los curas, se tienden en el suelo los obispos y las hordas que parecían más izquierdistas sopesan los mensajes del Papa.
Estamos en un mundo donde los chinos quieren esquilmar la Luna, abasteciendo con su gas la energía que nos falta en el planeta Tierra, en ese mismo donde hay guerras, barbaries y tragedias. Donde muere la gente por donde nace, donde las mujeres son blasfemadas, donde los niños se mueren de hambre y los bancos de alimentos preparan una campaña de Navidad , adobada con la publicidad del gordo y las anticipadas rebajas. En la calle Amaranto, de La Lomas de la Pólvora, en la barriada sanroqueña de Taraguilla, la vida es más sencilla. Todo consiste en que los operarios del ayuntamiento reparen –cortando– lo que es sobrado, porque hay falta de poda, falta de quitar a quien nos hace daño, a quien nos gobierna con mano dura y áspera y no sabe ni mantener erguido el tallo de su rebaño. Sillones vacíos no azules, sino marrones de barro, fagocitados de jaguares revenidos, como los milagros encontrados y un comunicado escueto para tantos ciudadanos, desbancados de la vida, desahuciados, sin sanidad, ni prestaciones por discapacidad. Solo necesitamos una buena poda cortando a tajazos, con leyes que nos amparen de tanto fiasco.