La tensión en el Tarajal ha llegado a extremos nunca conocidos. Poco que añadir a cuanto este diario viene recogiendo con especial despliegue y minuciosidad. La frontera y sus aledaños se nos han desbordado. Cansados de verse perjudicados en sus negocios por la situación, los empresarios de la zona terminaron plantándose con un cierre parcial. Las restricciones al paso de los porteadores y la “requisación” de mercancías, “bien peatonal o en coche”, según denunciaban, están tambaleando sus negocios. Normal. El colmo es que trabajadores y compradores tengan problemas para circular libremente por los viales de los polígonos.
La frontera con toda la problemática que fluye por sus distintas derivaciones, se me antoja como el dragón escarlata del Apocalipsis 12 con sus siete cabezas y diez cuernos. Viví durante quince años en dicho lugar y cuanto he visto esta semana con ese enjambre de personas, bultos, bicicletas cargadas como carretillas, riadas de compradores por la carretera, maletas, nervios, rostros de desesperación o el despliegue de agentes policiales por doquier, superaba cuanto conocía. Como el derribo las escalerillas y la clausura con rejas del punto por el que discurrían. Serio problema para quienes, ajenos a la actividad comercial del lugar, los vecinos de a pie o los mismos niños que, desde Marruecos, van al colegio ‘Príncipe Felipe’ se ven privados del camino más inmediato y lógico para dirigirse al autobús, a los taxis o a los establecimientos del lugar. ¿Cómo es posible no haber pensado en ellos a la hora de tomar tan drástica decisión? No lo entiendo.
Vecinos a los que no sólo se les ha cerrado su estratégica salida peatonal de siempre, sino que se sienten temerosos de verse metidos en una ratonera con sus vehículos cada vez que se producen bloqueos circulatorios en la N-352 o cuando, en uno de esos caóticos atascos, temen el no poder desplazarse con su vehículo ante una urgencia médica. El caso de un amigo que, de vuelta del puerto para recoger a su hijo que venía a Ceuta en una visita relámpago para estas navidades, quedaron paralizados durante casi un par de horas a la altura de Juan XXIII.
El problema de la frontera es tan complejo como inquietante. Que se haya triplicado el número de porteadores complica aún más la vieja cuestión, máxime cuando Marruecos parece apretarnos las tuercas. Lo ha hecho con el impedimento del paso de ropa usada que, al parecer, nosotros le controlamos, con el silencio sepulcral sobre la apertura de su muro del ‘Tarajal II’, a pesar de la que está cayendo, y con sus peticiones de colaboración de regulación del paso del lado español. Al tiempo que ya hemos visto cómo las retenciones al otro lado se han notado, restando afluencia de marroquíes a las rebajas de enero. “Más de dos horas nos han tenido bloqueados para entrar en Ceuta a pesar de tener matrícula diplomática”, me comentaban, fechas atrás, unos amigos. Y después, claro, suerte para el regreso. En situaciones como éstas, que no son nuevas, es evidente que el flujo, cada vez mayor, de clientes marroquíes atraídos por nuestro comercio y un ambiente europeo, podría verse seriamente afectado, cuando no reducido a un nivel puramente testimonial.
Hoy por hoy, la actividad comercial de los polígonos del Tarajal, aquellos que, curiosamente se concibieron en origen como industriales, es vital para las arcas de la ciudad. Tanto que se estima en un 40 por ciento de la recaudación del IPSI, además de dar ocupación a quienes en ellos trabajan, precisamente en una ciudad tan lastrada por el paro y sus nulas perspectivas de nuevos modelos productivos como el tiempo nos ha venido demostrando.
No podemos vivir de espaldas a Marruecos, pero en absoluto depender de él para la sostenibilidad económica de la ciudad. El vecino país es imprevisible a la hora de aplicar restricciones en su frontera. Y no sólo para proteger su comercio sino, quién sabe, si como una presión más por su condición de gendarme ante la oleada de inmigrantes africanos que aguardan dar el salto.
En momentos convulsos y preocupantes como los actuales, cabría insistir más que nunca en la apertura de esa aduana comercial que Marruecos rechaza sistemáticamente. La que el PSOE se negó a solicitar en dos ocasiones, tras sendas propuestas del PP, petición que, curiosamente ahora que están en la oposición, anuncia el líder de los socialistas ceutíes van a llevar al Congreso. ¿Quién lo entiende? De ser así, el gobierno de Rajoy, todavía en mitad de la legislatura, tiene ahora la oportunidad de afrontar el asunto de una vez por todas. Y tratándose de una frontera europea, mucho tendría que decir y aportar la UE frente a la tenaz cerrazón de Marruecos. Es el momento de dejar claras de una vez y para siempre las cosas. Entre tanto, el problema del Tarajal seguirá ahí latente, impropio de dos países vecinos y que se dicen tan “amigos”.