El poder, independientemente del ámbito de la vida en el que se desarrolle (poder religioso, poder político, poder económico…), siempre ha echado mano de un arma infalible con el que manipular, moldear y esclavizar a la plebe: el miedo. Cuando las personas sienten miedo lo único que desean es que el miedo desaparezca, son vulnerables y se lanzan a los brazos de todo aquel que les prometa una solución. No importan los sacrificios que el gurú les exija para poder poner fin a su martirio, la búsqueda de la paz y la tranquilidad es lo único que urge, aunque su precio sea el autoengaño y la renuncia al pensamiento racional, a los derechos y a las libertades. Se impone en la sociedad la moral del esclavo que no cuestiona ni analiza lo que ocurre, que agradece lo poco que recibe de su amo y no advierte lo mucho que éste le quita.
Yo tengo miedo del miedo. Veo como mucha gente está de parte del opresor, veo que mucha gente no protesta, no se queja, no analiza, no quiere saber y confía en que aquellos que causan los problemas serán los mismos que los solucionen. El miedo que ha producido la crisis está haciendo que la gente no piense y vea como salvadores a los amos que les esclavizan. Y yo, mientras, me acojono pensando en lo que vino tras el crack del 29. Hablo de la elección en las urnas alemanas de un hombre con bigote llamado Adolf, de la proliferación del fascismo en Europa y de la mayor contienda bélica de la historia. Dirán que he ido muy lejos, que se me ha ido la olla, que exagero, que la situación actual no tiene nada que ver con esa época. Tal vez sea cierto, pero de momento la soberanía de los países europeos no es más que una ilusión. Alemania y el poder económico dan las órdenes y el resto de países obedecen. Grecia e Italia están gobernados por tecnócratas, capataces del verdadero poder, encargados de orientar al pueblo hacia los intereses de los amos. En España, Rajoy recorta y recorta, no vaya a ser que la Merkel le de una colleja y mientras, algunos trabajadores critican a los sindicatos por manifestarse en las calles y convocar una huelga general. Los oprimidos critican al que se queja de la opresión, es acojonante el poder del miedo. Y sólo hablo de Europa, porque si me meto en la política exterior de EEUU, Israel o el petróleo de Libia no termino nunca.
Las razones más oídas para criticar la huelga del 29 de Marzo son que no es el momento, que así no se consigue nada o que hay que “arrimar el hombro”. Pues yo creo que no hay mejor momento para protestar que éste. Con esta reforma laboral, el gobierno del PP quiere que los trabajadores sean puros esclavos, mera mano de obra intercambiable, de usar mientras sean útiles y tirar cuando dejen de serlo. La crisis está siendo la excusa, la coartada, están usando el miedo para que la gente trague, para que crean que eso es “arrimar el hombro”.
No, arrimar el hombro no es ser un esclavo señores peperos. Arrimar el hombro es crear puestos de trabajo y no recortar los derechos de los trabajadores hasta el abuso. ¿No hay dinero? ¿Por qué no suben los impuestos a los más ricos? ¿Por qué no crean una reforma fiscal en la que las rentas del capital paguen lo mismo que las rentas del trabajo? ¿Por qué no luchan contra el fraude fiscal de tanto millonario? ¿Por qué no le quitan las subvenciones a la Iglesia Católica? ¿Por qué no reducen el gasto militar? ¿Por qué no le meten mano a las SICAV? Sencillamente porque estas medidas significan tocarle los huevos a los mandamases, a los que de verdad mandan en España, en Europa y en el mundo. Es más fácil bajar sueldos, abaratar despidos, recortar en sanidad y educación y subir el IRPF (forma tramposa de “no tocar” las pensiones).
En realidad, yo también critico a la dirección de los sindicatos (de los dos grandes) pero no por convocar una huelga sino por todo lo contrario. Les critico por blandos, por no luchar lo suficiente contra este Gobierno y contra el anterior, caras distintas de la misma moneda, por no molestar realmente al poder y por traicionar muchas veces los intereses de sus bases pactando con la patronal. Esos son sus pecados como representantes de los trabajadores, pero ellos no son los malos de esta película. Pido a los trabajadores, a los parados, a los estudiantes y a los pensionistas que reaccionen y se den cuenta de quién es su enemigo.
Un obrero que vota a la derecha es un obrero que tira piedras sobre su tejado y no es palabrería comunista trasnochada, es la realidad. Las clases sociales existen, tienen intereses encontrados y los partidos políticos gobiernan en beneficio de unos u otros. Me la voy a jugar, pero apuesto el culo a que Emilio Botín no vota a Izquierda Unida.
El día 29, unos saldrán a la calle a pelear por lo que es suyo, no pondrán la otra mejilla, mostrarán indignación ante la injusticia, compañerismo, solidaridad y dignidad, perderán un día de sueldo y rechazarán ser cómplices unos y víctimas otros de la barbarie. Otros irán al tajo o se quedarán en casa. Pues nada, a ver si su amigo Botín les llama para agradecérselo y tomar unas cañas.