El Senado es una especie de Cámara semiclandestina, donde sé por experiencia que se trabaja a fondo, pero sin lograr atraer la atención de los medios informativos, más propensos a ignorarlo o, lo que es peor, a zaherirlo de vez en cuando. En estos últimos días, además, con toda la razón del mundo, dado ese absurdo ridículo de la traducción simultánea -al español, eso sí- de las intervenciones de los nacionalistas en las denominadas “lenguas vernáculas”, con el consiguiente uso de los “pinganillos”. Fui Senador desde 1993 al año 2000, y sé muy bien donde habría ido a parar el que me hubiera correspondido de haberse establecido tan grotesco sistema por aquellas fechas.
Pues bien; precisamente en la primera sesión en que entró en funcionamiento esa costosa tontería, el Senado -demostrando que sirve para algo más que para ser criticado- aprobó, por asentimiento, es decir, por unanimidad, una moción del Grupo Popular, cuyo texto fue transaccionado con el resto de la Càmara, condenando con la mayor firmeza la persecución que sufren los cristianos en Oriente próximo y en otras naciones de Asia y África y pidiendo al Gobierno que lidere, dentro de la UE, una mayor atención de las autoridades hacia aquellas minorías, concretada en medidas específicas respecto de los países implicados.
El representante del PP, Muñoz-Alonso, pidió expresamente una “estricta reciprocidad” a dichos países a fin de que los cristianos gocen en ellos de las mismas garantías que disfrutan en Occidente otras minorías religiosas.
En definitiva: un acuerdo justo y necesario, ya que España no debía continuar indiferente ante el sacrificio y los sufrimientos de tantas personas que son perseguidas -u muchas asesinadas- por profesar la fe de Cristo. Ahí están, por ejemplo, los dolorosos sucesos de Irak, de Pakistán, de Egipto o de Nigeria para demostrarlo.
No obstante, debo confesar que lo anterior me ha llevado a hacer una reflexión sobre el problema. ¿Acaso el acoso al cristianismo se produce únicamente en países más o menos lejanos? Creo sinceramente que no, ya que, por desgracia, aun cuando de un modo más sutil, la Iglesia católica viene padeciendo en nuestra propia nación un persistente hostigamiento. Hay periódicos, radios y cadenas de TV donde los insultos y las burlas al catolicismo en sí, al Papa, a los Obispos y a los fieles son lugar común.
Por su parte, y aun cuando la Constitución ni la nombra, pues lo único que dice al respecto en su artículo 16 es que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”, el actual Gobierno, confundiendo interesadamente tal aconfesionalidad (actitud pasiva o neutra ante las religiones) con laicidad (doctrina tendente a independizar a la sociedad de toda influencia religiosa) se empeña en sus ideas disolventes, dirigiéndolas precisamente contra el catolicismo, pero no frente a otras creencias.
Consecuencia de esa política destructiva es, sin duda, lo ocurrido con la capilla de la Facultad de Económicas de la Universidad de Barcelona, la cal ha sido cerrada por un impresentable Rector que no respeta la libertad religiosa y cede ante las presiones de grupos de estudiantes opuestos a su existencia, quienes llegaron a interrumpir, con sus provocaciones y algaradas, misas que se estaban celebrando. Ya no se dicen misas. Laicismo radical y agresivo, fruto maldito de tu mente, ZP. Eso sí, si en lugar de capilla católica, hubiese habido una pequeña mezquita, seguro que tan activos laicos no habrían abierto la boca. El miedo es libre, y como hay por el mundo unos fundamentalistas muy peligrosos, pues mejor callar. Los católicos, en cambio, son ahora tan inofensivos...
Pero hay hechos posteriores que vienen a poner las cosas en su sitio. Un periódico tan poco sospechoso de poseer tendencias proeclesiásticas, como es “El País”, abrió hace unos días cierta encuesta en la que se pregunta si se está o no de acuerdo con que haya capillas en las Universidades. Pues bien, los lectores de dicho diario, generalmente gente de izquierdas, vienen dando una respuesta categórica. Entre 25.000 respuestas, el 87% se manifiesta a favor de que las haya, mientras solamente el 12% está en contra.
Ese 12%, esas 3.000 personas frente a 22.000, dan idea del porcentaje real de los seguidores del zapaterismo en su batalla por una ultralaicidad directamente enfocada contra la Iglesia católica. Poca cosecha para tanto empeño.