El ser humano va recibiendo una atención específica que se corresponde con su edad, porque las características del mismo - tanto físicas como intelectuales - van cambiando. Esa atención ha ido variando en la forma aunque se ha mantenido en el fondo.
Tanto la mujer como el hombre - el ser humano - pueden valerse por sí mismos aunque con muchas limitaciones; su primario sentido de la vida le ayudará a subsistir, pero no le ayudará a dar de sí todo cuanto mostrar como ser dotado de inteligencia y capacidad creativa.
En la primera Epístola del Apóstol San Juan, éste se dirigió especialmente a los jóvenes por medio de una frase en la que estaba viva la fuerza y calidad de su primera y más importante decisión de su vida. “Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros , y habéis vencido al maligno.”
Juan era un joven pescador que ayudaba a su padre y a su hermano mayor en los trabajos propios de la pesca; era un trabajador más que ayudaba a su familia, pero su corazón y su mente deseaban poder alcanzar otras metas que no sabían, con exactitud, en qué consistían ni que sacrificios requerirían.
Cuando el alma está dispuesta a ser libre de ataduras superficiales, e indignas en muchos casos, el ser humano se lanza a las grande y noble acción que puede emprender, la de su santidad.
Eso es lo que hizo aquél joven llamado Juan, que dejó todo para seguir a Jesús y que por medio de una antigua carta a los jóvenes, de todos los tiempos, los anima a emplear la fortaleza de su juventud en amar a la verdad
Sois fuertes, jóvenes, pero esa fortaleza hay que emplearla de forma que no se vuelva contra vosotros mismos, sucumbiendo ante el halago interesado que os harán llegar quienes sólo piensan en dominar vuestra voluntad.
Os ofrecen el mundo; la ligereza de un mundo dedicado a la satisfacción de concupiscencias y orgullo de dominio sobre banalidades que hacen del mundo algo inútil para el ser humano - mujeres y hombres - algo que pasa sin ofrecer el estímulo hacia la verdad, a la que hay que entregarse de corazón y con la mente dispuesta a servirla en todo momento.
En esa antigua carta a los jóvenes de todos los tiempos está viva la llamada a la fuerza de la sensatez, del dominio de la razón sobre cuanta banalidad existe en la vida y de la que somos causantes todos.
En especial quienes tienen la responsabilidad del ejemplo en la educación de los más jóvenes, desde muy temprana edad de estos, así como de quienes tienen la responsabilidad de gobierno y que no cuidan las disposiciones, de diverso rango, que afectan a la vida de la sociedad.
En especial la formación humana de la que no puede separarse la formación religiosa del ser humano, en la que se le da a conocer que servir a los demás es un principio de amor, de entrega a los que sufren o carecen de algo. ¡Que nadie se considere viejo! Hay que olvidar los años que se tienen y sentirse destinatario de lo que fue escrito a los jóvenes. ¿Por qué no sentir en el alma la fuerza de la llama de la juventud?
El amor a la verdad hace eternamente joven a todo ser humano. ¡No dejes apagar ese amor!