A veces me gustaría tener una mente plana, sin atajos ni desvaríos. Mente que calmar con una noticia falsa, una deriva de manos invisibles y luego un “copia y pega” hasta el fin de los días.
Las mentes simples son diatriba de felicidad, de creer idioteces, de pensar majaradas y aun así estar felices consigo mismos y atraer a los demás incautos como moscas dopadas de azúcar.
La Política que siempre fue ambición de lagartos enmascarados, ahora no es más que acoso y derribo, desacato de necios contra más necios, nunca de buscar mejoría para todos.
El pueblo está jodido en su búsqueda de algo que no termina de encontrar, intentando sacar cabeza, ayudarse, nutrirse y gobernarse a pesar de desbandadas y ruines bulos que no hacen sino entorpecer el fin común.
Cada uno saca tajada como puede… a bocados, puñaladas y desencantos, porque ese espermatozoide ganador que fuimos en el útero de nuestra madre no nos deja ver la luz real que ilumina la caverna.
Somos los más idiotas del cotarro y aun así nos recreamos en el consumo, el gasto, la necedad y el buen vivir que no es más que trabajar para pagar lo que no necesitamos.
Nos parecen locos los que se van- en mitad de la nada- a vivir con placas solares y lo que sacan de una exigua pensión. Nos parecen locos, pero no lo son sino nosotros que pagamos impuestos, hipotecas y gastos tan variopintos y estrambóticos como trajecitos para los perros o móviles para lactantes.
Hemos dado la última vuelta de tuerca al cordón umbilical, solo que no somos conscientes de ello, como los polis locales que se apalancan en mitad de la carretera pegados a una obra municipal sin saber bien qué hacen exactamente.
Estamos vestidos de faralaes pero sin Feria, de nazarenos pero sin Semana Santa y de buena voluntad con un cuclillo en la mano para clavárselo a cualquiera que se mene.
Si ya nos da por conducir, estalla la furia ciega de llegar el primero, entrar en esa rotonda por donde sea, de beber y conducir, de tomar de todo y conducir, de aparcar en segunda fila porque yo lo valgo o de hacer lo que me dé la gana porque llevo una furgoneta o un taxi y estoy trabajando.
Estamos desandados y fraudulentos, negados de media vuelta con cabeza abajo, macrófagos de nuestra propia miseria. Y aun así, como la instagramer que dice que es mejor enseñar bajezas que morir de hambre, levantamos cuello por inercia, enseñamos tripas defecadas, vómitos receptivos y parafernalia, que no hay como empezar para no poder parar de bajar escaleras. Diría que hemos perdido el norte, pero mentiría, porque aún hay quien merece la pena, solo que no se dejan ver entre tanta bazofia.
Hay atardeceres y amanecidas por poco que observes, hay mares no contaminados, sonrisas que valen su precio en sueños y gente que hace por hacer, no por retransmitir, ni ponerse medallas.
Hay verdad y hay muerte, morir y nacer, empezar y acabar en un mundo que ni nunca fue para todos, ni posiblemente jamás lo sea entre guerras que ya no llenan portadas y niños que mueren sin que les hubiera llegado la hora, corazones que se paran y relojes que nunca lo harán porque están adheridos a bombas que los protegen de todo mal.
En el mercado oficial ya no valen nada las lágrimas o los suspiros que antes llenaban páginas entre rimas y sonetos.