Y siguen ahí, muriendo, formando parte de ese goteo incesante de tragedias en plena frontera. Invisibles para la sociedad salvo en determinados momentos en los que la hipócrita clase política decide vestirse de buena samaritana y recordarlos con un indecente minuto de silencio.
Ayer conocimos la muerte de otro joven ahogado al intentar cruzar a Ceuta. Su propio padre confirmaba la noticia, el mismo que hace solo unos días pedía ayuda para dar con él. Se lo había llevado el mar, ese que no se queda con nada y termina dejando cuerpos en cualquier arenal.
Mohammed Yassine y Marwan son dos de los últimos fallecidos en similares condiciones. Jóvenes, de familias trabajadoras, engañados creyendo que a este lado hay oportunidades.
Ayer mismo me escribía un grupo de inmigrantes que hace cosa de un mes dejaron el CETI. No tenían siquiera un euro para el autobús. Eran los mismos que abandonaban Ceuta -ahora esas salidas no se publicitan- sacándose fotos en la estación marítima.
Al otro lado ya no les espera nada. Ese futuro real nada tiene que ver con el que les llevó a arriesgar sus vidas en el cruce del espigón.
Esta misma semana el Facebook me recordaba mis comentarios críticos por la muerte de unos jóvenes en Santa Catalina después de ser arrojados al mar por unos criminales. Esa tragedia ocurrió el mismo día en el que la clase política participaba, con copa incluida, en un acto inaugural en la residencia Gerón.
Aquella vez no les venía bien parar el acto para guardar un minuto de silencio y siguieron con su fiesta mientras la tragedia se asentaba cerca de ellos.
Todo es pura hipocresía, lo es hasta con los muertos. No se respeta nada porque nada les importa.
Estos chicos que mueren se olvidan, hasta molesta que sus historias se cuenten, no será el primero que ha protestado porque se dé visibilidad a estas tragedias.
Solo encuentran hueco para la lástima fingida cuando hay que vender imagen, entonces sí, entonces ese minuto de silencio vale oro: el oro de un impacto mediático, el único que parecen perseguir.