Este verano decidí venirme a mi pueblo y pasar todo el tiempo con mi madre. Los ancianos me producen una ternura indescriptible y todavía más si son tus padres.
Paso todo el día con ella; la observo cuando duerme en su sillón, escucho su silencio en sus visitas a mi habitación en el andar imperceptible de sus pasos. Algunas mañanas me recuesto en su regazo y hablamos de la vida, de los miedos, de los recuerdos de personas que se marcharon y de nuestras infancias que, entre una y otra, se llevan 60 años.
Me levanto temprano para meterme en los fogones y sorprenderla con un plato, aunque me lo invente, aunque no aparezca en los libros de recetas de Karlos Arguiñano o en el programa de Master chef.
Es curioso que ella, mi madre, tenga ganas de pasear, desayunar fuera de casa, ver las luces de las fiestas y recorrer los rincones que el tiempo se llevó con todas las reformas de la ciudad. Nunca le ha gustado salir, y menos en fiestas.
He aprendido a llevar la silla de ruedas y, aunque parezca sencillo, tiene su técnica y su destreza: cuestas, baches, suelos irregulares, subida y bajada, coches mal aparcados, aceras estrechas o semáforos que se ponen en rojo en un periquete.
Doña Pepa, que así se llama mi madre, me recuerda la película “Paseando a Miss Daisy” pero con diferencia de coches.
Hará cuestión de tres días, un bache en una acera hizo que la silla se inclinara para un lado. Forcé la mano buscando el equilibrio a la desesperada mientras que tres viandantes me ayudaron a enderezar el entuerto.”Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos/es una frase de “Un tranvía llamado deseo”, otra película inolvidable.
Ya, pasadas dos horas , la muñeca comenzó a hincharse y a sufrir un dolor preocupante. Decidí llamar a amigos relacionados con la sanidad: enfermeros, fisioterapeuta, auxiliar de clínica, médico, celador, y, a la desesperada, a la sabia de ronda, famosa en Andalucía por hacer hablar a los muertos, andar a un cojo o devolverle la vista a un ciego.
La retahíla de consejos los expongo a continuación; como decía mi abuelo: “un médico te cura, dos te matan”.
Agua caliente con sal y venda, venda apretada, venda floja, ponte crema Fastum, como el Voltarén no hay nada, pon la mano en alto, la mano siempre para bajo, hazte masajes con la mano arriba, haz ejercicio con una pelota elástica y nueve los dedos, baña la mano en sal, aplícate una infusión de manzanilla en el brazo. Creo que la que más me convenció fue la sabia de Ronda: “Con la mano mala te santiguas 20 veces seguidas muy rápido y durante una semana”.
Y así, le faltó poco a mi mano para salir volando. Llegué a pensar que hubiera sido mejor la rotura del brazo, una radiografía y escayola al canto.
Si me llega a pasar lo de la silla en Ceuta yo me hubiera resbalado y mi madre habría salido escopetada a 100 kilómetros por hora. Y es que las calles de Ceuta tienen sus pelendengues.