Las circunstancias, las casualidades, los amigos, los conocidos, los lugares cotidianos, el desayuno de un día, el café urgente tomado de prisa para no llegar tarde.
Así, en estos contextos, en situaciones imprevisibles, conocemos a personas por azarosas casualidades y causalidades.
Pepi se sentó en La Riquísima de la plaza Azcárate, yo estaba con Pedro Toro, mi amigo y Compañero de vida. Pepi y Pedro habían trabajado juntos en la Gerón. Comenzaron a charlar de sus cosas con una complicidad y un lenguaje fresco, sin florituras, directo, como si los gestos, las risas y las penas, hicieran del presente y el pasado ingredientes de una coctelera.
Hablaban como si en el bar solo estuvieran los dos y, aprovechando un descanso en el curro, planificaran las mañanas de la Residencia Gerón en la que se habían dejado la piel: pañales, duchas, limpieza, dar de comer, estimular a los ancianos con el arte de tocar todos los palos, bailar jotas, limpiar culos, contar chistes o compartir unas risas con los residentes.
Yo los miraba, leía sus labios rápidos y ágiles... tenía la sensación de ser un espectador en primera fila mientras asistes al teatro: ellos estaban centrados en lo suyo y parecía que su empatía les hacía aislarse de todo.
Me imaginé estar conversando con una actriz que me daba una entrevista de esas en las que no tienes preparadas las preguntas.
Pepi empezó a interpretar su personaje haciendo de ella misma.
-Comencé a trabajar a los 17 años, a los 21 tuve mi primer hijo y a los 25 nació mi niña.
Me contaba, haciendo memoria y visualizando su relato, que había pasado por muchos empleos: 14 años trabajando en una hamburguesería, en la fábrica de borrás, residencia en la Geron, Nazaret y actualmente en Capacita.
"Pepi volvería a Madrid, una ciudad fantástica e inabarcable; allí sigue conservando algunas amigas"
Pepi desborda alegría, tal vez para esconder sus penas, desacelera la rapidez de la charla y recuerda su experiencia con los ancianos: dependen de nosotros e intentamos hacerlos que se sientan seres humanos con dignidad animándolos a cada momento.
-Yo era limpiadora en la Gerón y Nazaret pero ellos eran parte de mi familia. Son mis abuelos, no los ancianos de un geriátrico.
-Me hubiera gustado viajar ayudando, hacerme voluntaria de las causas olvidadas, darlo todo para encontrar la satisfacción plena.
Pepi da un sorbo de café, toma aire continúa respondiendo a mis preguntas de periodista callejero: “Era una niña de 5 años y me levantaba a las 6 de la mañana para estar con mi abuela, tenía un kiosco en Bermudo Soriano, le vendía los paquetes de lotería en zurrón. Pedíamos pan duro para venderlo a 100 pesetas en la plaza de Hadú”.
Pepi volvería a Madrid, una ciudad fantástica e inabarcable; allí sigue conservando algunas amigas.
Emocionada y entrecortada me habla de Pedro: Pedro como amigo, confidente, cómplice, haciendo planes para salir de la cárcel de la realidad y buscar la libertad aunque estés encadenado a la rutina que se repite una y mil veces. Pedro es mi hermano, da amor, paz cariño, amistad... todo lo que tiene y lo que no tiene.
Pepi, mueve la cuchara y el café con leche, parece un torbellino de brazos que acarician una y otra vez.
"Lo mejor de mi vida son mis hijos y mi miedo constante es que les pueda pasar algo; para ello carezco de estrategias, no quiero pensar sobre ello. Soy madre, somos madres, las madres somos las raíces de los árboles que plantamos.
Trabajar con ancianos, enfermos, personas vulnerables, solas, aisladas en la isla que habitan requiere de toneladas de empatía”.
"Todos mis necesitamos: auxiliares, limpiadoras, cocineras. Cuando la vida da vueltas comprendes que formas parte de una cadena y tu eslabón es fundamental para los demás eslabones.
Y así, mientras Pedro se va preparando para duchar a un paciente y Pepi se dispone a echar 4 horas limpiando la casa de una señora gruñona y exigente, nos despedimos hasta que otro café nos permita volver a encontrarnos.