Las tumbas nunca son tranquilas cuando no tienen nombre o el pasto y las margaritas campan a su aire sobre ellas. No son las tumbas cunetas, ni las cunetas tumbas más que para aquellos que profanaron la carne y la tierra.
No está mal poner las ies sobre los puntos, ni escarbar en la memoria para sacar tuétano. No está mal para saber, conocer y no repetir blasfemias en este país de traca que solo quiere mugir bien fuerte cuando nos mean en nuestra puerta.
El yoismo y el cabrearse por tonterías están a la última, así como el ofenderse, el mirar mal, el desprecio y la bobería. Siempre me pareció justo y necesario revisar nuestros bajos y limpiarlos de fango. Si me dicen que todos deberían hacerlo, les contestaré que desde luego, salvo que algunos se llevaron limpiando con navaja cerca de cuarenta años y otros escarbando la tierra para salir de donde los habían sepultado.
Llevamos demasiado andado para que ahora nos asuste un traspié que sí podría darse ocultando hechos, tapando memorias, o yendo a los tribunales para hacerse con una razón que se demuestra muy fácilmente con registros históricos.
Dicho esto les contaré que se instruye una macrocausa en los Juzgados de Cádiz contra un catedrático de la UA que publicó una información sobre el instructor del juicio que sentenció a Miguel Hernández. La insta un familiar de dicho instructor del régimen franquista que no quiere que se sepa su nombre, ni que se siga aludiendo a él.
Esto tan básico, sea -o no- legal, respetable o simplemente judiciable, ha llevado a una demanda colectiva por valor de ONCE millones de euros en un batiburrillo de siglas que van desde periódicos de primera plana, hasta organizaciones políticas y sindicatos que han estado relacionados con dicha publicación. Ya les digo que como llegue a verse en escena judicial va a dejar chico al juicio de María José campanario y su madre. No sé si les sorprende que se haga en Cádiz. A mí sí , porque salvo Carnavales, Turismo y los viajes de “El Cano” estamos apalabrados a comernos los mocos, en una ciudad antigua, endogámica y pueblerina. Pero es que el demandante, hijo del instructor nombrado sin siglas, hecho que inspira la demanda, es un profesor jubilado jerezano. De ahí la ubicación judiciaria. Por lo pronto- este hecho- algo de vida dará a la ciudad que no todo va a ser crucerismo y guiris con chanclas, desmembrando piedras milenarias y empresarios locales que sobreviven a mareas a sotavento.
Mientras, los que piensan que las tumbas nunca deberían ser abiertas y que la memoria estaría mejor alojada en una residencia de Alzheimer, son los mismos que quieren deshacer lo que estuvo hecho porque ahora les escuece y una vez muerto el perro creen que se acabó la rabia, metiendo a la judicatura en la ecuación y reviviendo y- lo que es mucho peor- haciendo público lo que solo unos intelectuales universitarios sabían.
Muchas veces nosotros cavamos nuestra propia tumba. Nos enfrentamos a nuestros demonios y perdemos por goleada. La vida es dura y las guerras más, liberando lo peor de nosotros, aquello que nunca nos atreveríamos a soñar ni en nuestras peores pesadillas.
Las tumbas nunca son tranquilas. El pasto sí. Las margaritas que comen de los muertos, también. El muerto, nunca. Ese no descansa hasta que no ve con la cuenca de los ojos vacía, el brillo de las estrellas.