La madrugada del 17 de mayo de 2021 comenzaba a escribirse en Ceuta lo que fue una de las crisis más duras sufridas históricamente en esta tierra. Las entradas sin control de marroquíes durante prácticamente dos días con sus respectivas noches nos llevó a un punto crítico. Primero fue Benzú después llegó la explosión del Tarajal. Hombres, mujeres, niños, bebés... Aquello fue un pulso que requería de una respuesta unánime, alejada de las voces tremendistas, que las hubo, muchas y peligrosas.
Aquellos días sirvieron para que algunos ofrecieran su mejor cara mientras que otros buscaban en la mentira el yacimiento perfecto para extender sus bulos. En aquella crisis de mayo dijeron que estaban violando en manada a las chicas, que habían ocupado colegios o que los guardias civiles comían básicamente una lata de atún mientras hacían servicio. Se dijeron demasiadas burradas a las que muchos daban veracidad sin contrastar, buscando únicamente la colaboración perfecta en la extensión del mensaje del odio.
Fechas como estas hay que recordarlas. Es bueno, resulta positivo. Hay que mirar hacia atrás y ver qué tipo de gestión se hizo, quiénes estuvieron unidos para trabajar, resolver una crisis a todos los niveles y reaccionar; también para ver quiénes se dedicaron a generar conflictos alentando prácticamente al Ejército a tomar el poder. Si hubieran podido hacerlo nos habrían llevado a un conflicto de tal extremo que hoy todavía lo estaríamos sufriendo.
Lo que pasó aquel 17 de mayo debe permanecer en nuestras mentes, en nuestras conciencias y recuerdos. Es sano porque la historia es la mayor sabia y de ella debemos aprender a comprobar quiénes estuvieron a la altura en la gestión del mayor pulso a nuestra ciudad y al resto de España y quienes solo acudieron como gallinas de corral siguiendo a su gallo para protestar, criticar, entorpecer, calentar y empeorar una situación que superaba ese mero afán de mirarse al ombligo que tienen muchos olvidando la dimensión internacional de lo que estábamos viviendo.