A pesar de todo lo que se ha escrito sobre la conquista de Ceuta por Portugal, aún quedan muchas incógnitas por resolver. Una de ellas es la de las fuentes que nos permitan conocer qué es lo que realmente sucedió en la ciudad el 21 de agosto de 1415.
Según Luciana Fontes no fueron los portugueses los primeros en divulgar sus hazañas en la expansión marítima, sino los extranjeros, como el italiano Luis de Cadamosto y algunos prelados del resto de Europa que se afanaban en editar los textos que hablaban de las conquistas portuguesas en defensa de la universalidad de la Iglesia. Las razones que algunos han dado a esta opacidad son que los portugueses no querían desvelar sus avances en la navegación, aunque la divulgación no fuera en muchos casos técnica; o que el portugués era más hombre de acción que de reflexión. Además, a pesar de que no se puede negar que los capitanes de las naves eran instruidos en la descripción de lo que veían en sus viajes, ninguno de sus relatos ha llegado a nosotros.
Las fuentes directas sobre la conquista son escasas. El rey Manuel I fue el primero que se dedicó a divulgar las proezas de su reino a través de cartas en 1499, aunque no se conoce la correspondencia original. Otras fuentes son esporádicas epístolas como las enviadas por Ruy Díaz, espía de la corona de Aragón cuando Juan I de Portugal preparaba su armada, para informar a su rey si se dirigía a algún punto del Mediterráneo que estuviera bajo su soberanía.
Esto nos obliga a ponernos en mano de cronistas como Gomes Eanes de Zurara, Fernão Lopes, João de Barros… o a aquellos que le han seguido como Mascarhenas o Correa da Franca. De todos ellos, el que universalmente ha sido más empleado en los textos modernos es Gomes Eanes de Zurara.
Era hijo de Johanne Eanes de Zurara, consejero de Coimbra y de Evora. Sobre la fecha de nacimiento solo sabemos que en la Crónica da Tomada de Ceuta, acabada el 25 de marzo de 1450, afirma que en esa fecha ya había pasado a la tercera edad del hombre, que según la teoría de Galeno se llama juventud y mocedad y que abarcaba desde los 25 a los 40 años. Puesto que Zurara se refiere en su texto a que aún no había completado esa tercera edad se podría decir que cuando terminó la Chronica del Rei D. Joam I de boa memória. Terceira parte em que se contam a Tomada de Ceuta, tenía 40 años, por lo que el año de su nacimiento sería 1410, es decir, cinco años antes de la conquista de la ciudad.
Hay más discrepancias sobre el lugar de nacimiento que sobre su edad. Se ha tratado de averiguar a través del toponímico de su apellido, el lugar en el que nuestro cronista vino al mundo. Así Soares de Brito considera que nació en la villa de Azurara de la diócesis de Oporto, si bien, otros, como José Carreira da Serra, consideran que nació en Azurara da Beira, en el distrito de Viseu, siendo este último lugar el más aceptado por todos.
Zurara comenzó tarde su preparación literaria, posiblemente pasada su edad pueril, es decir, después de los 14 años y, según Mateo de Pisano, llegó a la edad madura sin haberla completado, lo que no implica que cuando se solía aprender a leer y escribir en su época, él no tuviera esa lección aprendida. El mismo considera que su aprendizaje se lo debía al propio rey Alfonso V. Es sabido que en los siglos XV y XVI los mozos de la nobleza recibían educación en el palacio Real, donde le enseñaban gramática portuguesa y latín. Todo indica que, siendo mozo, fue admitido en el palacio Real para el servicio de guarda y custodia de la biblioteca real y que, llegado a oídos del rey Alfonso V su buena disposición para los estudios, le mandó enseñar como a los hijos de los nobles.
En 1451 era ya guarda-conservador de la Biblioteca real de Portugal y cuatro años más tarde, en 1454 tras la muerte de Fernão Lopes, fue nombrado guarda mayor del archivo de la Torre da Tombo, además de ostentar el título de Comendador de la Orden de Cristo. Desde 1454 hasta 1468 completó una serie de crónicas de los reyes y miembros de la nobleza, así como de gestas lusitanas. En la primera, escrita en 1450, a petición de Alfonso V (1432-1481), narra las hazañas de Juan I que Fernão Lopes había dejado inconclusa. En su tercer libro inserta la captura de Ceuta frente a sus defensores Merinides. En 1453 escribiría la Chronica do Descobrimento e Conquista da Guiné; en 1463 la Chronica do Conde D. Pedro de Menezes; y en 1468 la Chronica do Conde D. Duarte de Menezes.
Gozaba de gran erudición literaria, propia de pocos hombres de su tiempo en Portugal, siendo uno más de los literatos que se interesaron por el Renacimiento como en Italia y en España. Sus conocimientos no eran muy profundos, pero sí muy extensos, adquiridos por la convivencia con los hijos de los infantes y de los libros de la biblioteca real. Tenía grandes conocimientos de autores como Dante o Bocaccio, de la Biblia y de escritores romanos y griegos, así como de historia, cosmografía y astrología.
Lo que quizás más nos interese aquí es su formación como historiador, profesión que presentaba graves deficiencias en la época en la que nuestro cronista escribió su obra. Como ya se ha señalado escaseaban las fuentes escritas y para el caso de la Tomada de Ceuta aun más, debido a la cercanía en el tiempo. Por lo tanto su método se basaba en la fidelidad a lo clásico, con abundantes citas de tratados literarios, históricos, filosóficos y científicos, no sólo desde el griego y el latín, sino también árabes y hebreas.
Las crónicas en el siglo XV, que es cuando las escribe Zurara, eran consideradas como verdades inapelables, sin profundizar en ningún tipo de medida científica ni aparato crítico, y con ellas se buscaba no recuperar el pasado, sino mantener viva la memoria del reino, además de servir como ejemplo, en especial a los reyes, de las gestas de sus antepasados, como sucedería con don Sebastián, para quien las crónicas fueron la inspiración de su loca aventura africana. Las crónicas eran, pues, sinónimo de historia y símbolo del saber medieval. Como afirmaba el propio Zurara en las Chronica do Descobrimento e Conquista da Guiné, "la función de los escritos era garantizar a los descendientes el conocimiento de los hechos pasados y mantener en la memoria las gestas portuguesas". Y de modo general las crónicas también fueron hechas para que sirvieran de ejemplo a los gobernantes para futuras conquistas, especialmente en una vertiente moralistas, mostrándose más eficaz en esta que en otras de sus funciones.
Si bien Fernão Lopes embarcó para América para escribir la historia de los descubrimientos e conquista da India pelos portugueses, porque pensaba, al igual que Zurara, que el cronista debía ser testigo en primera persona de los acontecimientos para elevarlos a la verdad, no ocurrió precisamente eso con el autor de la Tomada de Ceuta, ya que la escribió cincuenta y nueve años después de los hechos, en los que él no estuvo presente obviamente, aunque se admite universalmente la utilización de testimonios de quienes estuvieron en Ceuta en agosto de 1415. En este sentido sería de mayor utilidad la historia de Antoine de La Salle, natural de Provenza, pero por desgracia su obra (Consolaçoes dirigidas a Catharina de Neufville, senhora de Fresne, Coimbra) publicada en 1933, es difícil de conseguir, pues el único ejemplar se encuentra, según Alberto Baeza, en la Biblioteca Nacional de Francia.
En la explicación de los hechos históricos, tanto para Zurara como para Barros y Fernão Lopes la predestinación divina tuvo un papel primordial en la expansión portuguesa, lo que garantizaba el éxito de la navegación, idea que tuvo su principal y primer valedor en el propio infante don Enrique. Algunos ejemplos del concepto profético de los hechos históricos en Zurara son altamente significativos y entre ellos destaca el que hace referencia a Fernando Álvarez Cabral, hijo del capitán Luis Álvarez Cabral, veedor del infante don Enrique. Estando al mando de una de las mayores embarcaciones de la flota que se dirigía a Ceuta, tuvo alucinaciones que hicieron pensar a los médicos si se trataba del contagio de peste que asolaba Lisboa y que incluso había acabado con la vida de la reina Felipa de Lancaster. Pues bien Zurara interpreta este hecho como la profecía de lo que luego le ocurrió a Luis Álvarez Cabral, su muerte en el cerco de Tánger en 1437 al servicio del infante don Enrique.
Otros episodios de la conquista son narrados por Zurara con tal dosis de retórica que hace que su validez como historiador de los hechos sea puesta en duda. Gómez Barceló nos cuenta como Juan Ruiz, enviado por el rey Juan I a Tarifa para informar de la victoria a su gobernador, Martín de Portocarrero, emparentado con los Meneses, afirmó lo bien guarnecido que estaba el castillo de Ceuta, “lo que tenían los moros preocupados para usar en su defensa” y que incluso antes de partir de Ceuta rumbo a Tarifa aun no se había conquistado, para inmediatamente afirmar que al alejarse vio las banderas portuguesas encima de sus torres. Tal rapidez en la toma de un castilla tan “bien defendido” y que según Zurara, mostraba tanta dificultad solo puede explicarse por el deseo de exaltar el valor de los portugueses ante dificultades bélicas enormes.
El hecho de que Zurara aborde la historia de la toma de Ceuta desde un punto de vista oficialista no debe sorprender a nadie. Según mantiene Josiah Blackmore, hay un fuerte y explícito telos en funcionamiento en la historia de Zurara acerca de la temprana conquista africana; es como si la victoria portuguesa respondiera de alguna manera a los mandatos de los cielos, o fuera incluso un cumplimiento de las escrituras (con todo el bagaje teológico que esta segunda noción conlleva).
El simbolismo que según Barletta llena las páginas de Zurara, elimina cualquier acercamiento a tesis científicas sobre conceptos materiales de la conquista de Ceuta. Es decir, Zurara trata de expresar con su obra las razones medievales, occidentales y cristianas de la conquista, y no darnos detallados informes de cómo esta se efectuó. Aunque fuera el archivero del reino y hubiera tomado sus informaciones de entrevistas personales con quienes participaron en la gesta, no deja de ser cierto que lo que persigue en su libro es definir el concepto portugués de imperialismo, que, según Barletta se basaba tanto en la razón como en la fe.
Por ejemplo, en el pasaje en el que narra la muerte de la reina Felipa de Lancaster unos días antes de la partida de la flota, Zurara enaltece los lazos naturales de vasallaje, dado que Juan I se había convertido en rey de Portugal debido, en gran medida, al apoyo directo del padre de Felipa, Juan de Gante (1340-1399). Además el simbolismo del cronista de Alfonso V es tan evidente que no solo alude en el caso de la muerte de la reina a la doctrina cristiana, sino que se acerca bastante a la exaltación del Imperio Romano, del que Portugal debe sentirse heredero. Cita, por ejemplo, palabras de Quinto Ennio (239-169 a.C.), poeta romano para quien solo se vencerá a la muerte si se siguen recitando sus poemas. De la misma forma, Portugal persistirá si se seguían recitando sus gestas, aunque sus “versos” fueran pura invención del intelecto sensible y no fórmula de realismo histórico. Para mí no cabe duda de que Zurara tenía la obligación del cronista medieval de exaltar la fama terrenal.
En otra de sus obras La crónica do Conde D. Duarte de Meneses hay otros indicios de una intencionalidad del cronista que soslaya la realidad histórica, los hechos en sí mismo, a los que considera como meros instrumentos de su cruzada. Por ejemplo, André Luis Bertoli razona que para Portugal el modelo de guerra en el norte de África era el de la guerra santa y justa, porque trataba de recuperar los territorios que alguna vez pertenecieron al cristianismo, por lo que estas guerras adquirían unas funciones religiosas y políticas al mismo tiempo.
Es pues perfectamente factible que a la hora de narrar los hechos que llevaron, en las ocasiones que lo hicieron, a los cristianos al triunfo, se trate por todos los medios de magnificar el poder cristiano y hacer que las batallas fueran lo más cruentas posibles. Por eso, otros escritores como era Antonio Días Farinha, no duda en afirmar que los valores religiosos en la gesta norteafricana, servían para que Portugal ganara privilegios y gratificaciones de la Iglesia, imponiéndose de esa manera a Castilla en el camino de la santidad por la guerra.
Tratar, por lo tanto, de descubrir en los textos de Zurara, tan literarios y simbólicos, lo que realmente ocurrió aquel día de 21 de agosto de 1415 en Ceuta, es cuanto menos inconmensurable y descender al detalle de los enfrentamientos, bajas, decapitaciones y fiereza en la lucha, es nadar en el mar de la pura especulación.
Por ejemplo, sería imposible cuantificar la mortalidad tanto de un bando como de otro porque carecemos de datos demográficos para ello. Ni tan siquiera se sabe exactamente cuántos habitantes tenía la Ceuta meriní. Para quienes somos casi obsesos de los números en la Historia, es irrelevante la exageración de los cronistas sobre la mortalidad, y solo nos vale para afirmar que hubo muertes, como por desgracia las hubo, y las hay, en todas las guerras.
Magnífico artículo de uno de los hombres más eruditos que tiene la ciudad de Ceuta