Con gran predisposición procedí a presentar una mesa de debate en las “I Jornadas sobre Narcotráfico en el Estrecho”, en esta ocasión para abordar la circunstancia social del fenómeno de las drogodependencias.
Es así, la experiencia, los eventos vitales, y más allá, las propias decisiones, pueden abocarnos a una realidad no deseada como es el mundo de las adicciones.
Es el momento de pararse a reflexionar, de tomar conciencia e intentar una transformación personal. Entonces, caemos en la cuenta de que hay que iniciar un proceso de superación.
Pero al otro lado, como si de una ley natural se tratara, la sociedad tiene que ofrecer un entorno de oportunidades, debe cerrar el círculo, o de lo contrario habremos de enfrentarnos al laberinto de la desesperanza, y nada habrá cambiado.
Este planteamiento nos lleva a una de mis ideas más preclaras: el individuo determina a sociedad en que vive, sin embargo, y quizá en mayor medida, la sociedad determina al individuo. La persona tiene una acusada dimensión social.
La suma de actitudes, desafíos, y decisiones de las personas dará lugar a una sociedad semejante en estos valores. Si bien, la sociedad es el espejo donde se miran sobre todo los más jóvenes, y su influjo condiciona fuertemente la trayectoria vital, o desarrollo. Es el momento de la ejemplaridad, de los referentes culturales. Así es el referente, así es la persona; así es su ausencia, así es el vacío.
He así que surge un tercer actor capaz de darle forma al conjunto: la política, la política de Estado. El Estado es la solución que han encontrado las sociedades modernas para administrar su bienestar.
Aunque el Estado está a su vez sujeto a las leyes del mercado, conserva un poder transformador importante, y sus políticas, de ser acertadas, pueden alumbrar una sociedad positiva, segura, gratificante; y por mímesis, unos individuos responsables, solidarios, y porque no, saludables.
Por ejemplo, si el Estado incluye una asignatura de bienestar emocional en los ciclos educativos, cabe esperar que las próximas generaciones despierten una noción de cuidado de la salud mental, y ello redunde en una menor prevalencia de trastornos mentales.
Así, llegamos al vínculo supremo que ha de operar, como si de una identidad matemática se tratara. Por pura lógica, para que el individuo confíe en la sociedad, y se sienta partícipe de sus valores, el vínculo existencial es la “oportunidad”.
En un ambiente desprovisto de oportunidades, el individuo elegirá un destino diferente del que se espera, caerá en el individualismo, y de manera instintiva transitará por las afueras de la condición humana, donde todo es más fácil a la vez que desaconsejable; a merced de los peligros que acechan en los paisajes de la marginación.
Cuando media una oportunidad el individuo muestra lo mejor de la condición humana. Cuando no tiene este punto de apoyo, la respuesta corresponde a los instintos. Todo esto pensé.
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