Esperanza Mateos ha parido una hermosa niña al modo natural sin oxitócinas, ni cesáreas. No se cómo ha podido sacar tiempo esta profesora enamorada de Carmen Martín Gaite, para engendrar y dar a luz a algo tan hermoso como el viento sobre las jícaras.
Es complicado crear en un mundo en el que no se lee, ni se venera algo tan volátil y temporal como es un libro. Más aun cuando se compagina -o más bien se resta en amplitud vital- con la función de Directora de adolescentes, en plena etapa evolutiva de los 12 a los 18.
Lo confieso…Nunca envidié a un profesor de instituto, jamás, porque es difícil amar a una persona en formación cuando la has engendrado, formado a pasmo de mes en tu útero y aun viéndolo crecer, cuando los primeros pelillos del bigotes postulan para lo que será en el futuro, tus glándulas maternas te dicen previsoras que nadie te hará más daño que ese ser que tienes tan cerca como para que te clave puñales en el pecho a poco que se enfurezca. Si esto es así para una madre, imagínense para un profe de 30 criaturas-como poco- por clase y curso lectivo.
Y es que los adolescentes son así, más los de hoy día y ser profe de literatura y Directora a tiempo completo de muchas horas, además de madre y- encima- escritora, solo gratifica a gente como ella que ve en la educación pública mucho más que un trabajo. No sé si mi hija Helena lo vera así también, aunque es justo decir que los profes de EF- por Dios no digan gimnasia bajo ningún concepto, que se enfadan- son, sin contar a los de física, informática, tecnología y otras materias afines, los que más a su aire van del instituto.
Esperanza -en su trabajo diario- traduce la literatura a bachilleres púberes, poniéndola a comer un piñón con gente que solo quiere sacar nota para entrar en la carrera que han elegido. No es tarea fácil, por eso lo del libro pone el listón mucho más arriba a gente que no escribimos porque no nos da la vida y que cuando lo hacemos pensamos en nuestra infinita forma de torturarnos, qué quién narices va a hacer el esfuerzo de leernos. No sé qué pensaría Cernuda de su poesía pero seguro que nunca creyó que una muy madura mamá se la traduciría a su hijo nacido para las mates, la física y la tecnología porque hacer un buen examen de lengua te hace conseguir que las matemáticas discretas o MP sean tus asignaturas favoritas de la carrera.
Para Esperanza la literatura es vida, supongo que por eso ha escrito el viento sobre las jícaras para dar algo de lo mucho que le han transmitido… sus orígenes, su familia, sus vivencias y todo aquello que atesoraba en sus vísceras y que ya no podía guardar más, porque escribir es reventarte por entero para saltar al vacío- sin paracaídas- con la única ilusión- muchas veces, por desgracia, incierta- de que habrá alguien esperándote allí abajo , para con sus manos salvarte de ti mismo. Porque escribir es compartir todo lo que estaba oculto, lo que nadie sabía de ti, tu lado más oscuro o -en el caso de Esperanza- su lado más íntimo y tierno, todo aquello que siempre enseñó de otros y que ahora se personaliza en ella. No podemos más que desearle que sea muy leída, que los lectores la avalen y la mimen cómo ella se merece, pero también que siga ahí disfrutando de esa vida que es tan plena y que tanto hace por los demás porque cría semillas literarias en cuerpos púberes- y medio obnubilados- por los memes, internet y a saber qué muchas otras cosas.