Si analizamos cómo fue la vida de Ceuta en las épocas, árabe, portuguesa y española, nos encontramos con que los árabes, venidos mayormente de Egipto y Siria, invadieron Ceuta hacia el año 709, varios años antes de que en 711 lo hicieran en la Península Ibérica. Apenas la hubieron tomado, la saquearon, expulsaron de ella a los cristianos que llevaban cientos de años poseyéndola, les confiscaron todos sus bienes y e hicieron desaparecer sus símbolos religiosos. Hubo por aquella época mucho trasiego bélico de tropas en la ciudad, que se convirtió en cabeza de puente de ida y vuelta de las fuerzas de Tarik y Muza que pasaban de Ceuta a España y viceversa, no sólo a luchar contra los cristianos, sino también para enfrentarse los propios árabes entre sí en los reinos y sultanatos de taifa, en los que combatían unos contra otros para hacerse con el poder, porque el territorio ibérico (Al-Ándalus) era para ellos muy codiciado. Ceuta se convirtió así en punto estratégico e importante nudo de comunicaciones marítimas en constante trasiego de tropas. Debido a tan intenso tráfico, en Ceuta todo se compraba y se vendía, como oro, especias, esclavos y objetos exóticos. Pero desaparecieron las anteriores libertades civiles occidentales, sobre todo, las religiosas, porque impusieron en toda su plenitud la religión teocrática del Islán, sin posibilidad de convivencia con otras religiones y culturas, como lo prueban los muchos excesos que se cometieron contra los cristianos, sobre cuya persecución más significativa ahí está el martirio de San Daniel y compañeros cometido cientos de año después de que la ciudad hubiera caído bajo su dominio; y también fue borrado por completo el importante foco cultural más abierto que había venido rigiendo en la época precedente durante la monarquía visigoda de la antigua Hispania.
Esa intensa actividad bélica, no sólo estuvo orientada hacia el territorio español, sino también hacia el sometimiento de los bereberes de Berbería (actual Marruecos), porque hacia mediados del siglo VIII los bereberes aun no habían sido completamente dominados por los árabes. Era entonces gobernador de toda el África berberisca Moza Ben Noseir, nombrado por el califato de Damasco con el encargo de someter a los berberiscos y convertirlos al islám, haciéndoles creer que árabes y bereberes procedían de Abrahan por Cetura y Agar. Hubo dos grandes batallas entre árabes y bereberes, una cerca de Tánger y la otra en las márgenes del Masfa. En la primera perecieron unos 25.000 sirios y egipcios; y en la segunda, murieron otros 20.000 sirios. A la vez, los berberiscos que pasaron a España se sublevaron contra los árabes, alentados por su indómita resistencia en Berbería. Más de 50 años después de que los árabes invadieran el Norte de África, aun no habían conseguido dominar a las tribus berberiscas de Marruecos, a las que arrebataron un territorio que había sido originariamente suyo y nunca antes árabe. Y, en cuanto fueron surgiendo los distintos reinos árabes de taifa en la Península, Ceuta se vio envuelta en múltiples conspiraciones, revueltas, ajustes de cuenta entre tribus e incluso varias destrucciones de la ciudad que sembraron mucho sufrimiento y crueldad entre sus habitantes, originados por los propios árabes luchando entre sí incluso en muchos casos entre pertenecientes a unas mismas familias. Así, los habitantes de la Ceuta árabe en muy raras ocasiones gozaron de paz y concordia.
Con la llegada al poder en 1121 de los almohades en el Norte de África, su líder Ibn Turmart, reaccionó violentamente contra los almorávides, a los que tacharon de blandos e iniciaron contra ellos la lucha armada, tanto por no detener en la Península Ibérica el avance de la reconquista de norte a sur de los cristianos como por no velar adecuadamente por las ideas religiosas más puras del Corán. Iniciaron una yihad, o guerra santa, no sólo contra los cristianos sino también contra los mismos musulmanes que eran tenidos por poco ortodoxos o menos radicales. Los almohades, primero se apoderaron de Marruecos, fundando Marrakesh, y el año 1146 invadieron la Península desde Ceuta haciéndose con el poder. Antes, entre los años 1130 y 1144, ya se habían adueñado de Ceuta con el propósito de utilizarla como puerto desde el que poder pasar sus ejércitos a España. Abd-el Mumin atacó y sitió Ceuta, entonces gobernada por los almorávides; y, aunque la ciudad se defendió heroicamente, al final, fue vencida por los almohades. Abd-el-Mumin la destruyó por completo como venganza por haberle opuesto tan tenaz resistencia e hizo una gran matanza, acuchilló y pasó por las armas sin compasión a un gran número de sus habitantes, y los pocos que quedaron fueron distribuidos por el Magreb. Y, no satisfecho todavía con su extrema crueldad, prohibió la reedificación y repoblación de Ceuta. Y hacia el año 1303 el reino de Fez entró en una sangrienta y desoladora guerra civil en la que también se vio implicado el rey almohade de Granada, Ibny-Aben Alajamar, quien envió una potente flota de guerra contra Ceuta al mando del walí de Málaga, Forrex, atacó violentamente la plaza y la tomó, siendo de nuevo saqueada, la mayoría de sus oponentes de su misma religión fueron asesinados y la convirtieron en ruinas, llevándose presos y cautivos a todos los habitantes ceutíes que quedaron, y destruyeron importantísimas obras de arte, entre ellas, más de 500 metros de la muralla que rodeaba el Monte Hacho. En resumen, los habitantes de Ceuta estuvieron sometidos a numerosos sufrimientos y penalidades durante la ocupación árabe.
En 1415 Ceuta fue conquistada por Portugal, y la población musulmana huyó despavorida a Marruecos; pero al poco tiempo los marroquíes pretendieron hacerse de nuevo con Ceuta a toda costa; de manera que los portugueses se vieron sometidos a numerosos y prolongados sitios, lo que hizo que la población civil lusitana tuviera que vivir encerrada, asediada y siendo objeto de numerosos ataques y prolongados sufrimientos y privaciones. La llegada de los portugueses constituyó, junto con otros relevantes hechos históricos, una irrefutable prueba de que Ceuta compartía con la península las mismas huellas, parecidas vicisitudes e idénticos avatares de un pasado común hispano que data de la época romana. Y la llegada de los portugueses también supuso para Ceuta su entrada en la modernidad y su apertura a nuevos horizontes; pudo abrirse a la civilización occidental y al mundo europeo. A Portugal le debe Ceuta sus símbolos más preciados, su bandera, y su escudo aunque con algunos matices, muchas de sus costumbres y tradiciones, y su antiguo Fuero del Baylío todavía vigente, como tengo jurídicamente demostrado, aunque el mismo haya caído en desuso. Y Ceuta debe a Portugal sus inexpugnables murallas y foso, después reforzadas por España; su marcada huella cultural; su apertura a la navegación y a los descubrimientos; pero les debe, sobre todo, su amantísima y muy venerada Virgen de África, traída por D. Enrique el Navegante, para que fuera su símbolo espiritual más preciado, a modo de baluarte de fe, consuelo y esperanza para los ceutíes, tantas veces encerrados y sitiados.
En 1640 prosperó en Portugal la sublevación del duque de Braganza y se produjo la separación de España. Pero los ceutíes eligieron libremente ser españoles. Desde entonces Ceuta ostenta por méritos propios el merecido título español de Leal, Noble y Fiel ciudad. Y luego vendría el Tratado de Paz de Lisboa de 1668, entre España y Portugal, firmado el 12-02-1668, con la intermediación del Rey de Inglaterra, y ratificado por España el 23-02-1668, por el que se puso fin a la Guerra de Restauración portuguesa, que en su artículo II, dispone: “…Y respecto de que la buena fe con que se hace este tratado de paz perpetua no permite que se piense en guerra para lo futuro, ni en querer cada una de las partes hallarse para este caso con mejor partido, se ha acordado que se restituyan al rey católico las plazas que durante la guerra le ocuparon las armas de Portugal, y a Portugal las que durante la guerra le ocuparon las armas del rey católico, con todos sus términos en la forma y manera y con los límites y fronteras que tenían antes de la guerra…Y los moradores que no quisieren quedarse podrán llevar todos sus muebles y recogerán los frutos de lo que hubieren sembrado al tiempo de la publicación de la paz. Y esta restitución de las plazas se hará en el término de dos meses, que comenzarán desde el día de su publicación. Pero declaran que en esta restitución no entra la ciudad de Ceuta, que ha de quedar en poder del rey Católico, por las razones que para ello se han tenido presente”. Las razones eran que los propios ceutíes decidieron en 1640 hacerse españoles.
España heredó así de Portugal el precioso legado de Ceuta. Y los antiguos ceutíes encontraron en España la verdadera identidad por ellos mismos querida, aunque sin perder por ello su singularidad, sus viejas tradiciones y su propia idiosincrasia. La Ceuta española continuó sitiada y asediada (más de 33 años duró el sitio de Muley Ismail); pero aquella dura y sacrificada vida de los ceutíes no hizo sino templarlos y fortalecerlos aun más en su espíritu europeo y en la firme determinación de la defensa de su españolidad. Y a ello debe hoy Ceuta su condición de ser una ciudad abierta, democrática, culta, moderna y de progreso, de estilo europeo, con mayor nivel de vida que otras ciudades limítrofes, que vive en paz y en convivencia, donde todos sus habitantes de las distintas culturas y religiones poseen su DNI de españoles y tienen los mismos derechos constitucionales, pueden expresarse libremente, pensar, sentir y rezar de distinta forma, pero en general armonía; en ella se respetan los derechos humanos, en sus estatuas y calles se recuerda lo mismo a ilustres portugueses, españoles, musulmanes, hebreos o hindúes. La Ceuta española, es puerta europea de entrada a África y, a la vez, camino de África hacia Europa; es confluencia de dos mares: Mediterráneo y Atlántico, y también encuentro de dos mundos: oriental y occidental. Ceuta es la perla mediterránea de Europa en África.