La quema indiscriminada de vehículos ha terminado por convertirse en un problema de seguridad de tal calado que ha forzado a la implicación de todas las fuerzas de seguridad. Que haya una reunión en la casa del delegado, con participación de los que mandan en las distintas áreas, tiene una única lectura: hay una preocupación por lo que está sucediendo. Dirán ustedes que un coche quemado no es para tanto. Lo es, y mucho, porque genera un temor entre los vecinos que supera a cualquier otro delito menor. Si no que se lo cuenten a los residentes del Sardinero, que ayer se despertaban con la quema de dos vehículos pensando que había ocurrido una desgracia. Esa inseguridad que se traduce en que mañana puede que el coche que se queme sea el tuyo es clave. Los datos ofrecidos por los Bomberos ratifican esta realidad: el repunte en la quema de vehículos es tal que termina siendo mayor que en ciudades, se supone más delictivas, como es el caso de Madrid.
Hace ya tiempo que se sacó a la luz la problemática de los vehículos abandonados con el consiguiente negocio del desguace y la reventa de piezas que terminan al final en una quema de la unidad en cuestión. En su día se anunciaron las medidas oportunas que, se ha visto con datos en la mano, han sido insuficientes. Ahora se nos sientan a la misma mesa quienes tienen algo que decir en materia de seguridad y se nos dibuja una hoja de ruta que se reduce en la necesaria implicación de todas las partes para terminar con un asunto preocupante. El dato es llamativo: más de 600 vehículos abandonados fueron retirados el pasado año. Una cifra que asustaría en cualquier otra ciudad, pero que en Ceuta está demostrando la existencia de un problemón que puede terminar convirtiendo la ciudad en ‘parking chatarra’. Si nos quejábamos del puerto y la peligrosidad derivada de la llegada de embarcaciones que terminan muriendo en Ceuta escupiendo problemas como el mítico Globe, el Rhone o, casi, el Katrine; analicen ahora lo que puede terminar siendo el abandono indiscriminado de vehículos robados, estropeados o trasladados desde la otra punta de la península para ser pasto de la venta de piezas que abastezcan el parque móvil marroquí en donde subsisten modelos ya olvidados.
El negocio no sólo existe sino que reporta cuantiosos beneficios a las arcas de unos cuantos a los que les da igual ser responsables de los picos de inseguridad que se suceden con la quema de vehículos. Está en juego una realidad sociodelictiva difícil de encajar.