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Los últimos de Besmayah: cuatro historias de los militares de Ceuta

Dos meses y medio. En una de las misiones más atípicas de sus vidas, tanto por la corta duración como por el contexto: el coronavirus ha precipitado una serie de acontecimientos que han obligado a cambiar el plan sobre la marcha. Unos 150 militares adscritos a la Comandancia General de Ceuta (Comgeceu) que ya forman el contingente denominado como ‘los últimos de Besmayah’.

Ellos son el coronel de Regulares 54, Alfonso Bueno; el comandante del Regimiento de Artillería Mixto (RAMIX-30), Luis Miguel Zurera; el sargento del Tercio ‘Duque de Alba’ 2º de La Legión, Juan Jesús Cuenca, y el cabo de la Unidad Logística nº23 (ULOG-23), Miguel Ángel Delgado.

Aunque allí, por el mismo orden, desempeñaron cargos específicos de la misión: Bueno, jefe del contingente de la Comgeceu en Irak; Zurera, jefe de la IV Sección Logística en la Plana Mayor del coronel; Cuenca, jefe del III pelotón de la Unidad de Protección, y Delgado, en la Sección de Abastecimiento de la Unidad Logística.

Ellos cuatro han convivido en el país asiático con la misión principal de ceder material a las tropas iraquíes formadas por los militares españoles como parte de una misión internacional. Para el coronel Alfonso Bueno, esta ha sido la primera vez que se ha puesto al frente de un contingente. “He tenido la suerte, el privilegio de mandar un personal que ha estado muy seleccionado. Debido fundamentalmente al COVID y al cambio de situación en zona de operaciones, este contingente se vio reducido a unos 150 militares”, explica en el salón moruno del acuartelamiento González-Tablas del Grupo de Regulares.

“Es un reto también: mandar legionarios, logísticos, artilleros. En otras ocasiones, vas con tu grueso de gente y es más sencillo. Yo reconozco que me lo han puesto muy fácil, han trabajado muy bien”, añade mientras le escuchan los otros miembros del contingente.

A su derecha, guardando la distancia de seguridad, el comandante Zurera, que habla de Irak como un “reto” cuya misión principal fue la de replegar el material de la base. “Intentando dejar el equipo táctico”, apunta.

De este grueso de 150 militares, destacaron los legionarios aportando unos 65 componentes. Los encargados de proteger la base: “Nuestro objetivo marcado era ofrecer protección”, precisa el sargento Cuenca. Asegurar el perímetro, vigilar desde las torres y salir al exterior para realizar reconocimientos del itinerario.

Unas labores que no se hubieran podido realizar sin la labor de la Unidad de Logística, vital para los suministros diarios en la base ‘Gran Capitán’. “Estaba en la Sección de Abastecimiento, Clase IX, en el respuesto de material, tanto de vehículos, electrónica, lo que hiciera falta”, apunta el cabo Delgado.

Un destino en el que les esperaba un sobresalto en forma de ataque con misiles: ocurrió el pasado 25 de julio, y no hubo que lamentar heridos ni víctimas, pero sí daños materiales. Un hecho que sirvió para poner en práctica lo aprendido en los meses previos. “En cuanto se oyó la primera explosión, se tocó la alarma y la gente hizo lo que tiene que hacer: tal como esté, deprisa y corriendo coger casco y chaleco y para el búnker”, relata Bueno. El único susto.

A partir de ahora, los últimos de Besmayah vuelven a su vida normal y hacen lo que la mayoría en esta época: disfrutar de unas merecidas vacaciones.

“Hemos logrado cumplir la misión que nos han dado dentro de los plazos con un personal muy ajustado”

El coronel de Regulares 54, Alfonso Bueno, continuó su trabajo nada más llegar de Irak. Labores administrativas: “Me tuve que ir a Madrid a un par de reuniones para despachar un poco con el Jefe del Estado Mayor del ET y con el Mando de Operaciones”. De allí, a Valencia a recoger a su familia para venir a nuestra ciudad y cumplir con los actos protocolarios como parte de una misión cumplida. Como la recepción por parte del presidente de la Ciudad, Juan Vivas, a quien le hicieron entrega de una réplica del Guión del contingente, “que lleva el escudo de Ceuta como habéis visto”, subraya el coronel. De su paso por Irak, destaca el buen sabor de boca que han dejado las tropas españolas en aquel país: “Los que estaban alrededor de nosotros, con los que hemos colaborado todo este tiempo, han demostrado su agradecimiento a la labor de todos los contingentes allí, y de hecho les hemos dejado una base en la que casi todo el material que se queda ha sido cedido por el Ejército español. Una cantidad bastante buena de dinero: 4 millones de euros en forma de material donado” que servirán, espera, para la estabilización de Irak.

“Intenté transmitir toda la tranquilidad a mis familiares dentro de lo que es una misión en el extranjero”

“Vuelvo enseguida”, les dijo el comandante Zurera a su mujer e hijos antes de partir. Dicho y hecho: “lo primero que hice fue darle un beso. Saludar al pequeño y a las crías y decirles que ya estaba en casa. Que ya estaba allí”, continúa. Lo primero nada más volver a la rutina fue, por su parte, recuperar el tiempo con sus hijos, “que son los que más realmente echan en falta la figura del padre”. De su primera misión en Irak destaca la “complejidad del país en todos los aspectos. El problema del COVID es otro de los aspectos que también destacaban bastante porque se iban teniendo noticias del exterior de la base del incremento de contagiados que había. No dejaba de ser preocupante para nosotros dentro de la tranquilidad que teníamos en la base”, explica. Una segunda familia, la de la base ‘Gran Capitán’, que califica como “increíble”. “Un grupo humano magnífico. Hemos tenido muy buen ambiente desde el primer día y nos hemos echado nuestras risas, también ha habido ratos malos de esfuerzo, pero la verdad es que el personal ha sido sobresaliente”, añade. Tras la vuelta a Ceuta, donde vive con su familia, el comandante tomará un descanso y disfrutará un poco más de la familia. “Si el COVID-19 lo permite”, concluye.

“Siempre nos hemos apoyado el uno al otro, hemos sido una segunda familia. Ha sido la clave del éxito”

Si algo pone en énfasis el sargento Cuenca de la misión es el personal con el que ha tenido la oportunidad de compartir la labor de protección de la base. “Yo le dije a mi familia que iba a estar bien porque la verdad que sabía que iba a estar rodeado de una calidad humana brutal, y así se ha verificado. Estar rodeado de caballeros legionarios siempre es mucho más fácil y así me he sentido arropado y capaz de realizar cualquier cosa. Es lo que le dije a ella”, en referencia a su mujer justo antes de la despedida. Una etapa en la que a él, en concreto, se le encomendó la misión de asegurar la zona tras el impacto de los cohetes en las cercanías de la base. “Todo el contingente tiene un plan de seguridad. Dentro de ese plan está el marco de la Unidad de Protección. Dentro había una sección activada que componía la seguridad del perímetro. Esta sección no podía estar en los búnkeres. Yo tenía que estar en las torres vigilando cualquier otro tipo de amenazas e informando”, relata. Un momento en el que estaba de descanso, si bien formaba parte del pelotón de reacción. “O sea que si había algo más, algún tipo de otra amenaza, yo tenía que reaccionar con el pelotón”. Un punto al que, por suerte, no se tuvo que llegar.

“La despedida, la verdad fue muy dura y no quise alargarla. Mis hijos estaban llorando en la ventana”

Lo peor de Irak, para el cabo Delgado, fue “la temperatura”. Unos días en los que se llegaban a alcanzar más de 50 grados y que provocaban que la avería más habitual, explica el cabo, fuese el sobrecalentamiento de los vehículos a los que se les rompía el aire acondicionado. “Amanece muy pronto y oscurece temprano. Cuesta adaptarse un poco”, recuerda. Como integrante de la unidad encargada de abastecer al resto de componentes de la base, explica que en su día a día “podía haber de todo. Desde reponer aceite a reparar los aires acondicionados de los vehículos, suministrar herramientas, componentes electrónicos a distintas unidades...”. Fue el único de los entrevistados que no vivió el ataque a la base ‘Gran Capitán’ in situ, ya que en ese momento se encontraba en Bagdad, la capital iraquí. “Teníamos que ir reduciendo poco a poco el personal de la base y me pilló allí. Estaba preocupado por mis compañeros. Sabía lo que ello conlleva y sentía un poquito de preocupación”, confiesa. Una etapa en la que, al igual que al comienzo, finalizó con los llantos de sus hijos al volver a verle. “Los niños empezaron a llorar, a gritar y mi mujer estaba muy emocionada”, admite. Un sentimiento, en su caso, de tranquilidad y alivio al pisar suelo español tras aterrizar el avión del contingente en el aeropuerto de Málaga.

Los amuletos: El Cristo de la Buena Muerte, el tarbush o Santa Bárbara

Consigo, siempre la compañía inseparable de objetos que les hicieron más fácil el día a día y les recordaban que, a la vuelta, tenían a alguien esperándoles. El coronel Bueno reconoce que se llevó el tarbush característico de Regulares. En el caso del comandante Zurera, la figura de Santa Bárbara que ya le acompañó en los Balcanes, además de una carta de su hija. Al igual que el cabo Delgado, a quien le escribieron sus hijos. Una cadena con el emblema de La Legión, un detente bala y un Playmobil de un suricato, “mi indicativo de guerra”, los objetos para el sargento Cuenca.

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