Y pasó el día oficial en el que, de una u otra manera, se ensalza el papel de la mujer trabajadora. Pasó la jornada en la que se concentraron todos los premios, comunicados, mensajes, manifiestos, vídeos… todos ellos para poner el foco en la mujer. Ahora la clave está en el hoy, en el mañana, en los días que quedan por delante hasta volver a ese 8M de 2025, en qué pasará, en qué posición queda la mujer, en si todo cambia porque ya no es 8 ni en semanas será marzo.
A mí nunca me han gustado ‘los días D’, creo de hecho que hacen flaco favor a la causa que se defiende. Desde el momento en el que se marca en el calendario una especie de locura colectiva por celebrarlos se corre el riesgo de perder el norte, de no saber a ciencia cierta de qué estamos hablando.
Reportajes enlatados, entrevistas, alusiones… y todo ello a toda prisa apurando las 24 horas de una jornada con M de mujer, ¿hasta cuándo?
Que la carrera por subirse a la moda no le estropee la jornada, pensarán. Hoy, ya si eso, volveremos a la normalidad.
Las diferencias siguen existiendo, la adjudicación de roles también. Se sigue preguntando y cuestionando a compañeras sobre el hecho de ser madres, se marcan diferencias entre unas y otras por cuestiones que no deberían ser valoradas a estas alturas de la vida, se sigue causando indefensión en muchos ámbitos que afectan directamente a la mujer en el momento en que se cuestiona modos de vida que parecieran propios de hombres.
Esto sigue pasando y el 8M ni siquiera hace sombra a lo que ocurre. Las banderas, las marcas, los mensajes, los roles e incluso la imagen… todo esto sigue marcando una jornada que se disfraza de reivindicativa cuando ha terminado siendo una forma de rellenar el día porque sí, porque hay que cumplir con la papeleta, no porque realmente se considere, se sepa y se conciencia los valores que deberían estar ya extendidos y asumidos en nuestra sociedad.