2010 ha comenzado trágico, y como tal avanza. Horrendos terremotos en Haití y Chile, graves inundaciones... Mientras, la rumorología se deja caer con el anuncio de un cataclismo de aquí a tres años, cuya posibilidad o desmentido, añade, podrían ocultar los gobiernos para evitar alarmismos.
Ya más científicamente, como recogíamos el viernes, un catedrático de la Complutense alerta de que Ceuta está dentro de la zona de riesgo de tsunamis y terremotos de fuerza 6, que, de producirse, podría ocasionar el derrumbe de construcciones antiguas o de infraviviendas. Pienso en el Príncipe, por ejemplo, y ahí sí que me echo a temblar.
‘Brujas’ y ‘brujos’ deben sentirse a sus anchas. Los tenemos aquí y no les falta clientela. En especial cierto nigromántico tangerino, al que suele visitar de tarde en tarde un matrimonio amigo, muy aficionado a desfilar por las ‘consultas’ de estos adivinos.
A propósito de seísmos, miren por donde se cumplen cincuenta años del terremoto que destruyó por completo Agadir, dejando 12.000 muertos. Sólo permaneció en pie la Kasbah, aunque seriamente dañada. En Marruecos se recuerda ahora la dramática tragedia que antecedió a la del 2004, la de Alhucemas, con sus 268 víctimas.
Hassan II se volcó con Agadir. Sobre sus ruinas ordenó levantar la moderna y occidentalizada ciudad actual. Una auténtica joya turística, lo que no impide que permanezca viva en bastantes mentes la pavorosa tragedia de 1960, en la que parecen inspirarse adivinos, como ese tangerino del que les hablo, alertando sobre posibles nuevas tragedias en esta zona geográfica.
Claro que para inquietud, la que aseguraron padecer bastantes ceutíes cuando, entremezclada con las informaciones sobre aquellos sucesos de Agadir, el diario ‘ABC’ en su edición del domingo 6 de marzo de 1960, haciéndose eco de una profecía árabe, titulaba en su página 64: “Tetuán desaparecerá dentro de tres meses y junto a ella, Larache, Alcazarquivir y Ceuta”. Y añadía en el subtítulo: “Lo terrible es que se predice para antes de terminar el año 1379 de la Hégira la desaparición de Agadir”. La información provenía del corresponsal del diario en Tetuán, que recogía el manifiesto de un guarda nocturno de la fábrica de azúcar, quien así decía haberlo leído en un libro de profecías árabes.
El alcalde se dirigió al director del rotativo, haciéndole ver lo improcedente del caso, “cuando los espíritus están tan profundamente impresionados con el dolor ajeno.” Menos mal que en todo esto terció José María Bonelli, ingeniero, geógrafo y jefe del Servicio Sismológico Nacional, quien, rotundo, decía a EFE: “Si me fuera posible yo me iría a vivir a Ceuta de por vida.”
La efeméride de Agadir nos lleva también a recordar a nuestro Gobernador General de entonces, Galera, quien se acercó en tres ocasiones a Tetuán para expresar sus sentimientos por la catástrofe a su homónimo de la provincia, al que entregó diversos cheques con destino a los damnificados y le ofreció cuantos equipos quirúrgicos y material sanitario necesitasen.
Donaciones que cruzaron el Tarajal, más un camión procedente del Bilbao con 1.800 picos y otras tantas palas ‘Bellota’, junto con un millar de mascarillas. ¿Hubiera pasado también hoy cualquier ayuda humanitaria por la frontera?
Perdón por mi escepticismo, pero no lo creo y a las pruebas me remito. Recuérdese el desplante que las autoridades marroquíes hicieron a los bomberos melillenses cuando el terremoto de Alhucemas y, posteriormente, al ser rechazados de nuevo en Beni Enzar los vehículos y efectivos humanos que se disponían a auxiliar en las labores de extinción del gran incendio de Nador.
Más recientemente, recuérdese lo que sucedió con los 72 vehículos todoterreno que donó el ministerio del Interior para las fuerzas de seguridad del vecino país cuando, tras ser desembarcados en Ceuta, tuvieron que retornar a Algeciras para entrar por Tánger, al no autorizarse su paso por Bab Sebta.
Marruecos, país vecino y amigo, sí, sí. Lo que es con Ceuta y Melilla sería antes, como en aquel 1960. Y no precisamente por nuestra culpa. Es lo que hay.