Opinión

¿Toros sí o toros no?

Otra vez salta a los medios y redes sociales la vieja polémica sobre los toros, promovida ahora por el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, que quería acabar unilateralmente con la Fiesta Nacional, invocando el manido pretexto del "maltrato animal", habiendo sido esa la causa de que se ha valido para cargarse el Premio Nacional de Tauromaquia. Pero, como resulta que el toreo no sólo tiene detractores, sino también partidarios, ya se ha anunciado otro premio nuevo para sustituir al proscrito por él, mediante la creación de un nuevo galardón de Tauromaquia hasta que se reinstaure el premio nacional quitado. Y varios líderes de los dos grandes partidos, Feijóo y Page, han asistido en Las Ventas, a una corrida, con el cartel de "no hay billetes", en el Día Internacional de la Tauromaquia.
Y es que, parece, como si Cataluña estuviese "catalanizando" a España en materia de toros. El Parlamento catalán hace ya años aprobó una iniciativa legislativa para prohibir allí las corridas de toros en Cataluña, so pretexto del "maltrato a los animales". Si bien, tal reparo a las corridas, se compadece luego mal con la exaltación que los catalanes separatistas luego hacen con sus llamados "corre-bous", toros atados, a los que les prenden antorchas encendidas en su cornamenta y cabeza, haciéndoles objeto de cruentos maltratos. Eso prueba que lo que en realidad allí se persigue no es eliminar el sufrimiento de los animales, que sería muy plausible, sino acabar con todo rastro de cultura o fiesta que huelan a España. Pero, si en Cataluña conocieran bien su verdadera historia (no la que allí algunos se inventan), se pasmarían al saber que, cuando Alfonso VII se casó en 1128 Dª Berenguela, hija del Conde de Barcelona, se festejó la boda por todo lo alto; y, para mayor solemnidad, la boda se celebró a lo grande, con una excelente corrida de toros, a la que asistió el propio conde Berenguer. La afición a los toros trae causa desde hace más de 4000 años, cuando Minos, rey de Creta, hizo surgir del mar un toro, que al verlo tan bravo, bello y majestuoso, le perdonó la vida en vez de ofrecérselo en sacrificio a su dios pagano. También Poseidón, dios de los mares, rendía culto a los toros. En el siglo V a.C, en mi tierra, Extremadura, los vettones, pobladores prerromanos de cultura celta, adoraban al toro, cuya escultura zoológica se conserva expuesta en el Museo de arte romano de Mérida. Los mismos romanos se encerraban en el circo emeritense con leones, bisontes y toros, y, a quienes delinquían y eran condenados a muerte, solían conmutarle la pena de muerte por la de libertad, si se encerraban solos en la plaza con toros bravos y los dominaban. El toreo en España ha sido exaltado por numerosos intelectuales. Valle-Inclán, Sebastián Miranda y Pérez de Ayala, entre otros, escribieron en un homenaje a Juan Belmonte: «Capotes, garapullos, muletas y estoques, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y buriles; sino que los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo». A Goya y Picasso, entre otros, el toro y el toreo les sirvieron de inspiración. De la mano de José Delgado, “Pepe-Hillo” (1745-1801) y Pedro Romero (1751-1839), la lidia profesional fue dividida en tres tercios o suertes: “picar”, “banderillear” y la suprema de “matar”. Y el poeta Fernández de Moratín rimó el siguiente quinteto de arte menor: «Sobre un caballo alazano/ cubierto de galas y oro/ demanda licencia ufano/ para lancear un toro/ un caballero cristiano». Y el auténtico arte del toreo fue perfeccionado a base de ir marcando los distintos estilos. Y, en Ceuta, que siempre se ha caracterizado por ser más española y más patriótica que los propios peninsulares, la última ocasión que en ella se celebró una corrida fue el 6-05-1995, habiendo entonces actuado los afamados espadas Rafael Camino, Jesulín de Ubrique y Cristo González. El primero, hizo las delicias de la concurrencia, especialmente de las féminas, dentro y fuera de la plaza portátil instalada en los bajos de la Marina; aunque también es cierto que ya entonces hubo en Ceuta dos formaciones políticas que se opusieron al “maltrato animal”. Posteriormente, se celebraron en territorio ceutí algunos festejos menores en 1997 y 1998, sin que, desde entonces, la puerta grande se haya vuelto a abrir allí para toreros. Recuerdo que, hace unos años, también en Ceuta, surgió la polémica sobre la celebración de una corrida goyesca para conmemorar el Centenario de la creación de La Legión en 2020, que, de haber llevado a cabo tal evento taurino, habría vuelto a tener lugar después de 27 años. Pero no pudo aquel año celebrarse por causa de la pandemia. De haberse festejado, la ciudad habría recuperado su tradición taurina que trae causa de 1896. También fueron frecuentes las corridas en el antiguo Protectorado en Marruecos en la década de los cincuenta (ocho espectáculos en 1950, doce en 1951 y catorce en 1952, cesando en 1955. También en Casablanca se remozaron las Arènes, la nueva plaza de toros inaugurada el 8-03-1953, con una corrida de Domingo Ortega. Aquella plaza resistió, en pleno Boulevard de Anfa, hasta 1969. El periódico Tánger deportivo del 15-05-1954, se quejaba en primera página: "No estamos dispuestos a consentir que se cierren las puertas de nuestra plaza. ¡Queremos toros!". Existieron otras plazas en el Alhucemas español, inaugurada en 1951, y también se creó la Escuela Taurina en Tánger. Cuenta Alfonso Cossío que, en Casablanca, existía ya en 1913 una plaza de madera en la que se daban espectáculos taurinos. Según el Eco Taurino, ese año existía en Tánger un “Circo taurino” en el camino de Yamaa el Mokra. También, el mismo autor informaba que en los años veinte Casablanca contó con un nuevo coso, hacia 1921, con capacidad para 12.000 espectadores. Pero el momento dorado de la tauromaquia en el Protectorado, tuvo lugar en los años cincuenta, en que se construyeron dos grandes cosos, en Tánger y Casablanca, la primera piedra se puso el 24-02-1949, siendo inaugurada el 27-08-1950, con una corrida de 7 toros de la ganadería de Juan Belmonte, uno rejoneado por Ángel Peralta y seis de Fermín Bohórquez toreados a pie por Agustín Parra (“Parrita”), José María Martorell y Manuel Calero, (“Calerito”). Allí, se celebraron hasta: ocho corridas en 1950, doce en 1951 y catorce en 1952. Pues, con mi más absoluto respeto y consideración hacia las distintas posturas y creencias en materia de corridas de toros, ya se sean partidarios o detractores de su celebración, pienso que, lo que no se puede ni se debería hacer, es tomar al toro bravo como una cuestión meramente ideológica. Por encima de las ideologías, lo que debe imperar es la norma; y, desde el año 2005 el toreo figura oficialmente declarado, que, “constituye un Patrimonio Artístico de los pueblos de España”. Más la Fiesta Nacional, a nadie se debe prohibir, sino que, en uso del legítimo derecho de todos a la libertad; quien no quiera verlos, hará bien en no asistir a las corridas, si no lo desea; pero, para quienes quieran verlas, igual de legítimo es que no por ello se les demonice. En Mérida (Badajoz), me consta que se tiene en toda su comarca una gran afición a los toros. El año 1460 (hace 564 años) ya se creó allí la cofradía de San Gregorio Ostiense, patrón protector contra las plagas de langosta. En los siglos XVI y XVII, también sería aquella plaza escenario de espectáculos de cañas, mascaradas, fuegos de artificio y corridas de toros a caballo y a pie. Y, aunque siguieron celebrándose festejos en la plaza mayor hasta 1789, las caveas, o circos del Teatro Romano, conocido popularmente como «Las Siete Sillas», fue escenario de frecuentes festejos taurinos. Allí, existió una efímera plaza de toros de madera en 1883, en el conocido como Corralón de los Pacheco. No fue hasta 1902 cuando, al rebufo del esplendor industrial y comercial que el ferrocarril estaba aportando a Mérida una parte de la sociedad emeritense quiso construir un coso taurino de fábrica de las denominadas «monumentales». Se ubicó en el sitio más alto, para que fuera bien visible. Ese mismo año, el 30-12-1902, se constituyó en Mérida la Sociedad Taurina Extremeña, cediendo los terrenos, entonces arrendados para sembrar cebada, don Fidel Macías. Y no sería hasta 1914 cuando fue allí terminada la primera planta del edificio, El cartel de la primera corrida, fue el siguiente: Tomás Alarcón «Mazzantinito», el magistral torero azteca Rodolfo Gaona y Francisco Posada, que se significó por su valentía y acierto con la espada. En la reseña de su inauguración en la revista taurina Sol y Sombra, firmada por M. Asins, describe la plaza como «capaz para 12.000 almas, está dotada de corrales, cuadras, hermosos chiqueros, una preciosa capilla y una enfermería montada con arreglo a los últimos adelantos de la cirugía». En el Protectorado Español, el periódico "Tánger deportivo" del 15-05-1954 se quejaba en primera página: "No estamos dispuestos a consentir se cierren las puertas de nuestra plaza. ¡Queremos toros!". Hubo frecuentes las corridas en los primeros años (ocho espectáculos en 1950, doce en 1951 y catorce en 1952). de beneficencia. Las cualidades que los entendidos del toreo más aprecian son las de saber “parar”, “templar” y “mandar”. En la época clásica destacaron como buenos toreros Lagartijo, Frascuelo, Mazzantini, Guerrita, Caraancha, Fuentes y Bombita. Manolete (1917-1947), que fue figura señera y de gran pundonor profesional, que introdujo el toreo de perfil aumentando la emoción y la belleza a base de unir técnica y estética. El toreo moderno se inició con Joselito y Belmonte, que trajo la reducción del tamaño, la fuerza y la edad de los toros. El toreo, en fin, ha sido siempre un auténtico arte nacional, tanto en belleza, lucimiento, destreza y peligro por igual para toro y torero.

"El toreo en España ha sido exaltado por numerosos intelectuales. Valle-Inclán, Sebastián Miranda y Pérez de Ayala, entre otros, escribieron en un homenaje a Juan Belmonte: “Capotes, garapullos, muletas y estoques, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y buriles; sino que los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo"

Valle-Inclán, Sebastián Miranda, Pérez de Ayala, entre otros, escribieron en un homenaje a Juan Belmonte: “Capotes, garapullos, muletas y estoques, no son instrumentos de más baja jerarquía estética que plumas, pinceles y buriles; antes los aventajan, porque el género de belleza que crean es sublime por momentáneo”. Toros y toreros sirvieron de inspiración a Goya, Picasso y Manet, entre otros. El poeta Fernández de Moratín rimó el siguiente quinteto de arte menor: “Sobre un caballo alazano/ cubierto de galas y oro/ demanda licencia ufano/ para lancear un toro/ un caballero cristiano”. Fray Luis de León, escribió: “Las corridas de toros están en la sangre del pueblo español, y no podrían ser suprimidas sin enfrentarlo en una seria reacción”. Carlomagno, Alfonso X El Sabio y el Cid Campeador fueron grandes aficionados a los toros. Carlos I de Inglaterra y su ministro Lors Buckuigan participaron en corridas, y tan a gusto se sintieron que repitieron en su país invitando a los embajadores de Francia y España. Carlos I lanceó un toro bravo para celebrar el nacimiento de su hijo Felipe II. Ortega y Gasset, dijo: “Es impensable estudiar la historia de España sin las corridas de toros”. Unamuno fue un gran aficionado a los toros. Federico García Lorca escribió: “El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España...Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”. Y Tierno Galván aseveró: “Los toros son el acontecimiento que más ha educado social y hasta políticamente al pueblo español”. En conclusión, creo, respetuosamente, que tanto en la Península como en las plazas de soberanía la Fiesta de los Toros ha gozado siempre de excelente salud celebrativa, de dilatado arraigo y de genuina tradición española. La tauromaquia, hay que entenderla y tenerla como cultura nacional del pueblo español que, ahora, no se puede hacer desaparecer de un plumazo. La cultura y las tradiciones de la genuina sociedad, forman parte de sus raíces más profundas, y deben ser promovidas, mantenidas y respetadas, pero nunca convertirlas de la noche a la mañana en ideología ni prohibirla unilateralmente por una sola persona, por el solo hecho de que ésta sea de contraria a la celebración de las corridas.

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