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Tiempos de recesión

No piense el lector incrédulo que exista el más mínimo montaje en las fotografías. Es cierto que el photoshop hace maravillas. Las imágenes son reales, recientes y hablan por sí solas. Remiendos y parches, como si de una de aquellas plúmbeas imágenes de posguerra se tratara. Los contenedores no son de Urbaser, cuidado. Tampoco sería de recibo teniendo en cuenta los buenos dineros que dicha empresa recibe por la concesión del servicio de limpieza. En Ceuta, afortunadamente, todavía no remendamos contenedores. Lo que si nos ocurre es que los queman los indeseables de turno.
La fotografía está captada en el pueblo salmantino de Vitigudino, a la que mis vínculos familiares me llevan todos los años. Es un retrato exponencial y anecdótico, si se quiere, de la difícil situación de los ayuntamientos, al hilo de la del país. No son sólo los 5.300.000 parados, los cierres de más de 300.000 empresas y multitud de comercios; de  los bancos de alimentos, los comedores benéficos o los rostros que la pobreza va dibujando en multitud de hogares. Diríase que en lugar de ‘brotes verdes’ lo que afloran son oquedades cada vez más negras y profundas capaces de engullir optimismos e ilusiones. ¿Cómo un país moderno y referente en el mundo occidental como era España ha podido llegar a esta situación por la mala gestión de los anteriores gobernantes, muchos de los cuales gustan ahora de ponerse debajo de las pancartas?
La cruda situación es la que es. Gusten o no, los sacrificios son inevitables antes que entrar en una situación a la griega, pero el plan de movilizaciones que se avecina no invita al optimismo. Con una reforma laboral en el horizonte que pretende mitigar o mejorar tan dramática situación, los sindicatos anuncian en su contra una huelga general y no precisamente, pero ni antes ni ahora, contra las abrumadoras cifras del paro – doblamos a las de Grecia -, y en unos momentos en los que menos gente hay trabajando.
La época de las vacas gordas pasó ya a la historia. Difícilmente volverá. Al menos tal y como la vivimos y disfrutamos, por encima de nuestras posibilidades. Estado, Ayuntamientos, CC. AA. y diputaciones derrocharon alegremente los dineros, un tren al que la propia ciudadanía no dudó en engancharse también con la complicidad generosa de los bancos, esos mismos que ahora niegan los créditos ante la falta de liquidez.
No escapó a tal derroche generalizado nuestra Ciudad Autónoma. Como diría Cristo, aquel que esté libre de pecado que tire la primera piedra. La suntuosa obra de la Manzana del Rebellín con sus 70 millones de euros, la proliferación de consejerías, direcciones y subdirecciones generales o cargos de confianza para una ‘autonomía’ tan minúscula como la nuestra, las múltiples subvenciones de todo tipo, algunas de dudosa y discutible rentabilidad, la alegría en el gasto…
Y como no podía ser de otra forma llegaron los recortes: Fitur, feria, carnavales, subvenciones, vehículos oficiales, sueldos de los cargos públicos… Austeridad y equidad por doquier. Nada será ya igual. Y debe ser así para poder seguir garantizando la calidad de los servicios y caer en dolorosos traumatismos como sería el desmantelamiento de puestos de trabajo públicos en una ciudad tan castigada por el paro. O la misma percepción puntual de los salarios de trabajadores y funcionarios municipales, que ya la quisieran para sí ayuntamientos vecinos como los de La Línea y Los Barrios, por ejemplo.
Y en éstas estábamos cuando tras la retirada de los sindicatos de la mesa negociadora, cierta asociación municipal traslada a dichas centrales sus reivindicaciones en oposición a recortes en asuntos no contemplados en el convenio, como la supresión de una serie de jornadas partidas o especiales, exigiendo unas drásticas medidas en la reducción del gasto público local sin las cuales no aceptarían recorte alguno en sus haberes. Exigencias algunas, por cierto, que no sólo apuntan a las alturas sino que contemplan medidas tan drásticas como la disolución de la Gerencia de Infraestructuras, RTVCE o las fundaciones. ¿Y que haríamos con su personal? ¿Despedirlos y ponerlos en la calle? Bonita manera de entender la solidaridad dentro del mismo ente.
Pintan bastos en la economía española. Bueno será que florezca la serenidad y sensatez en todos los ámbitos. En esto la flexibilidad y la colaboración de los sindicatos es importantísima. Aquí y ahora o nos salvamos todos, o todos nos hundimos. Es el ser o no ser, como la duda de Hamlet.

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