Opinión

Tardofranquismo, por Septem Nostra

“Sin embargo, las muy afamadas expresiones ‘miembros y miembras’ del último gobierno socialista no desembocó en una igualdad salarial tan justa como deseada”

A pesar de que conozco las limitaciones del sistema democrático y padezco constantemente las imposiciones del estado nación en el que tenemos la suerte de vivir, no puedo evitar revelarme interiormente en contra de tanto gesto y símbolo hueco que impresiona negativamente y sirve de poco a la hora de comprender la forma de ser de nuestros conciudadanos. Una nueva oleada de conservadurismo recorre el país que nos está dejando una pléyade de collares y pulseras de la banderita española, amén de muchos balcones engalanados con la enseña nacional durante todo el año.
Claro que cuando uno se pregunta si esto afecta solamente a los conservadores y tradicionalistas se puede llevar un buen chasco, puesto que esto de las decoraciones patrias puede bien ser solo ocurrencia de simples exhibicionistas o de imitadores sin criterio que hacen lo que ven o que incluso reaccionan ante los excesos de otras formas de nacionalismo exacerbado. En nuestra marinera ciudad no se han visto nunca tantos perritos con banderitas españolas como en estos tiempos aciagos de nacionalistas de opereta. Pero esto son solo modas del momento, y como tal terminarán por pasar para abrir las puertas a una nueva simpleza cautivadora de mentes alejadas de la complejidad de pensamiento.
Si nos detenemos a observar con más atención, podremos escudriñar un paisaje social sorprendente por extemporáneo que no puede sino explicar el reciente pasado sin libertades por el que ha transitado nuestra querida España. En mi balcón la única bandera que cuelga hoy, que es el día internacional de la mujer, es un delantal que, según mi compañera, está simbolizando su apoyo a muchas de las justas reivindicaciones femeninas. Sin embargo, un momento de reflexión al respecto me hace pensar con algo de perspectiva y, desde esta posición, no encuentro indicios que me hagan albergar muchas esperanzas sobre la solución del conflicto de género en España. La primera de las razones es que no hay muchas personas que estén convencidas de la importancia de ser equitativos y esto se debe en gran medida al modelamiento y asunción de las injusticias, arbitrariedades y desigualdades llamativas que nos rodean en la actualidad. Hay que tener en cuenta que nos movemos en un corpus social heredero en gran medida de la dictadura y por ello podemos ver la larga lista de prebendados de los partidos políticos que danzan alrededor de los puestecitos del ayuntamiento como si del juego de las sillas se tratara.
Es muy difícil que los cargos políticos dejen de serlo y siempre van cambiando de puestos en un carrusel sin fin que nos asquea sobremanera, pues somos los contribuyentes los que tenemos que sufragar todos los gastos que originan sus señorías. Después del tiempo transcurrido en nuestra reciente democracia, que ya iguala al periodo dictatorial franquista, no parece que las mentalidades hayan cambiado demasiado. Uno se pregunta que han estado haciendo las mujeres socialistas en relación a este infame asunto de la desigualdad salarial; se podría pensar que perdiendo el tiempo y enredando con el lenguaje y provocando a los más retrógrados y misóginos. Sin embargo, las muy afamadas expresiones “miembros y miembras” del último gobierno socialista no desembocó en una igualdad salarial tan justa como deseada.
Podrían haber sacado adelante una ley que endureciera las penas a los empresarios discriminadores y otras medidas que hubieran iniciado el camino para terminar con esta injusticia salarial en la que se encuentra sumido el país en estos tristes momentos de su historia reciente. Solo les bastaba negarse a acatar la disciplina de partido durante las votaciones parlamentarias para presionar al entonces presidente del gobierno, pero las mujeres de la bancada progresista son tan mansas y previsibles como el resto de la sociedad. Tener un país donde muchos empresarios pagan menos a las mujeres y dónde no se legisla para disminuir esas diferencias es convivir con pobres de espíritu con clara tendencia a la inmoralidad.
Nuestra España franquista era cateta, ignorante, fanática, misógina y reaccionaria. Y es por esto que el tardofranquismo está pleno de seguidores que, no militando en el bando derechoso, son finalmente los tontos útiles que perpetúan el largo legado autoritario con tanto acto fervoroso político-religioso, militarista o discriminatorio hacia la mujer. Pero si hay otro gesto que va en la línea con lo que estoy describiendo es ese éxtasis de los políticos profesionales hacia todo lo que está relacionado con la carrera militar o los cuerpos de seguridad del estado.
Estos excesos constantes y las alabanzas huecas ante los medios de comunicación contrastan posteriormente con la moderación salarial típica que exhiben los militares y policías en ejercicio. Indiscutiblemente los colectivos mencionados merecen nuestro respeto y consideración al igual que otras muchas ocupaciones profesionales que persiguen el progreso y bienestar social sin que esto justifique una estúpida sublimación por parte de quienes nos representan a todos. En realidad, un exceso de policía es contraproducente, molesto y procura una presión inapropiada en las sociedades que las perturba, provocando efectos contradictorios. Uno se pregunta porqué soportamos tantos controles de policía en nuestro tránsito a la península. Pasamos dos controles de la Guardia Civil (Ceuta y Algeciras) y puede que más tarde suframos por la carretera eso que han venido a llamar controles aleatorios de la guardia civil. Los que tenemos o hemos tenido policías en la familia sabemos algo de como trabajan en sus investigaciones y esto de los controles aleatorios sirve para recaudar dinero a las arcas del estado o bien para amedrentar ciudadanos o justificar unas plantillas profesionales exageradas en determinados destinos.
Entonces, con la famosa excusa de la seguridad y nuestro propio bienestar, puesto que ellos buscan a “los malos” (esto ya me lo ha indicado más de un policía con bastante ingenuidad) nos dicen que nosotros “los buenos” debemos estar tranquilos ante los molestos controles que sufrimos. La policía debe hacer su trabajo rutinario sin molestar al ciudadano al menos que la situación sea excepcional, como por ejemplo los sistemas de seguridad que se activan antes o después de un gran evento de masas u otras circunstancias de calado. Si la rutina de la policía es pararte en la carretera y preguntarte si llevas drogas o apuntarte con un arma e invitarte a que salgas despacio del vehículo dejando las llaves en el salpicadero o si al llegar a coger el barco de Canarias en Cádiz y ver que provienes de Ceuta te meten en un cuartito y te preguntan si tu mujer se droga y lindezas así, algo falla en el sistema y podríamos incluso decir que hay situaciones que se parecen mucho a la novela de Orwell.
En fin, la política está para cambiar la realidad y en el caso de nuestra ciudad evitar que nos sintamos ciudadanos de segunda o tercera categoría custodiados en una especie de penal del que podemos salir con libertar restringida siempre y cuando nos sometamos a los carceleros uniformados que nos custodian. Por esto y por muchas otras cuestiones más trascendentales, necesitamos renovación política en España y también en la marinera ciudad, con nuevos impulsos que cambien algunas de nuestras más tristes y tétricas realidades y nos ayuden a poner una distancia cada vez mayor con los residuos del franquismo.

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