Los plenos hace tiempo que dejaron de ser un foro constructivo de donde puedan salir acuerdos positivos y prácticos para la ciudad. Al incumplimiento de muchos de ellos, fruto de la desidia y del nulo seguimiento que se hace a esas propuestas, se añade el tono bronco que algunos se empecinan en imponer. Y esos algunos están en Vox. O mejor dicho, tienen nombre y apellidos. Carlos Verdejo y Juan Sergio Redondo basan su trabajo plenario en el menosprecio, en el insulto y en la búsqueda de la polémica porque sí. El primero suelta el discurso, el otro aplaude y achucha a pesar de ser quien debería llevar la voz cantante. Cuando se les para gritan, hacen aspavientos, se levantan, entran y salen del salón de plenos como quien lo hace de un bar. Montan el show para luego presentarse como víctimas y erigirse en únicos defensores de Ceuta. Los otros dos diputados tienen algún que otro momento de gloria, pero el protagonismo lo sigue llevando el tándem del ridículo.
Todo esto podría quedarse en lo meramente anecdótico, en la payasada que tiene su chispa, de no ser por la gravedad de muchas de las apreciaciones que efectúan. Gravedad como el azote insistente contra los que no consideran españoles, diputados a los que menosprecian por su religión, algo que extienden al resto de los ciudadanos. Son unos indecentes, unos osados que se creen con el poder de decir quién es auténtico español y quién no. Siempre sembrando dudas, siempre atacando a los mismos y siempre deslizando mentiras como hacen en ese intento constante por asociar delincuencia con determinados colectivos.
Pero lo hacen siempre con la cobardía de no ser claros, haciendo gala de esa forma encubierta de vender un producto político falso que en el fondo se sustenta en el odio y rechazo a quienes no comulgan con su forma de pensar. Los que aplauden sin saber siquiera lo que están aprobando constituyen su respaldo fácil.
Vox dice que se le malinterpreta, que se le hace una campaña de desprestigio, pero cualquiera que vea sus intervenciones, sus modos y maneras, su forma de dirigirse a los demás y las gravísimas acusaciones que llevan a cabo se puede dar cuenta de cuál es la realidad que nos rodea y el nivel de quienes llevan varios años sin avanzar, atrapados en un bucle de odio sin fin.
Una ideología rancia salió por la puerta y entró por la ventana. Pero en vez de rasgarse las vestiduras debemos preguntarnos porqué tantas personas prestan sus oídos al canto de sirenas de VOX. ¿Qué es lo que los “demócratas” esquizofrénicos y catetiles (peperos, psoistas y galapagueros) han o mejor dicho no han hecho, para que el pueblo se aleje de ellos? Acusar y denunciar el fascismo sin establecer una estrategia es como poner un esparadrapo en una pata de palo, es insultar la fiebre sin tomar aspirina, Pasado el desfogue el problema persiste y la gangrena avanza.