Allá por los años veinte, el patriarca de la familia Rodríguez León, José, que había llegado a nuestra ciudad procedente, como tantos otros marineros de Cabo Gata (Almería), montó en Miramar una pequeña tasca en la que su familia hacía prácticamente la vida.
Dedicados desde su llegada a la pesca y al salazón, en cuya actividad supieron abrirse mercado, al cabo de los años, un temporal hizo zozobrar a uno de sus últimos barcos, el ‘Nueve Hermanos’ que, una vez rescatado y remozado, pusieron en venta. Con ese dinero, “cinco mil duros”, José compró la cantina de la estación de ferrocarril donde, a su vera, ya tenía la vivienda que los vecinos bautizaron como la casa de José el de Anica.
Unas tres décadas después, Juan, el hijo de José, compró el local de la antigua estación de Miramar en la que surgieron ‘Los Pulpos’ y donde trabajaba toda la familia. El lomo de bonito a la plancha o en escabeche, el pez limón, las patatas con raya, las paellas marineras y no digamos ya los pulpos a la mahonesa, al ajillo o a la salsa canaria. Solo son algunos ejemplos de la exquisita cocina con la que los Rodríguez nos vinieron deleitando a los ceutíes a lo largo de sus tres generaciones, hasta que el fantasma de una expropiación forzosa movió a Juan Rodríguez a trasladar el negocio a Benítez, al local en que con anterioridad había estado el bar restaurante Bahía.

Finalizada construcción de la nueva barriada de Miramar, la familia Rodríguez volvió a abrir las puertas de su estación, dedicándola ahora solamente a sus prestigiosos helados artesanales que también sirvieron después en Benítez. Todo ello hará casi un cuarto de siglo que es historia, pero en el recuerdo de muchos ceutíes sigue latente la evocación de ‘Los Pulpos’ al pasar delante de la vieja edificación de la estación del ferrocarril, donde la línea hacia Tetuán tenía su primera parada.
"El edificio, catalogado con un nivel 2 de protección según el PGU de 1992, pudo perderse cuando se proyectó la nueva barriada de Miramar en el lugar"
El edificio, catalogado con un nivel 2 de protección según el PGU de 1992, pudo perderse cuando se proyectó la nueva barriada de Miramar en el lugar. Así me lo contó en vida Juan Rodríguez León. Tres millones de pesetas le ofrecieron para expropiarlo a lo que él, criado y vecino del barrio y gran amante de su estación, a la que había restaurado dos veces, se negó en redondo.

Juan salvó también la campana con su inscripción de 1840 y algunos elementos de vía que un hijo suyo recogió para exhibirlos en su establecimiento.
La estación de Miramar nació como una parada estratégica en la línea por la actividad industrial y pesquera que se desarrollaba en el lugar y su proximidad al Hospital Militar con la evacuación de heridos procedentes de la larga campaña de Marruecos, además del núcleo de población que fue surgiendo en la zona.

Miramar dio su nombre también a una de las locomotoras de nuestro desaparecido ferrocarril, la que ven en la fotografía con sus inscripciones identificativas. Tal denominación se debió a que todas esas máquinas fueron bautizadas con los nombres de las estaciones por las que discurrían, de ahí que la que tenemos en restauración en la estación de nuestra ciudad, la C-1 se le nominara ‘Ceuta’.
"Todos los convoyes tenían parada obligatoria en aquel andén, de modo que la tasca se veía abarrotada de viajeros a la llegada de cada expedición"
Todos los convoyes tenían parada obligatoria en aquel andén, de modo que la tasca se veía abarrotada de viajeros a la llegada de cada expedición. “Me acuerdo que se juntaba tanta gente de golpe, que muchos se iban sin pagar, especialmente los legionarios, para no perder el tren cuando lanzaba la pitada”, me contaba Juan Rodríguez.
Un sobrino de Rodríguez, Manuel, vecino suyo y profesor que fue de ‘San Agustín’, me refería también como los sábados y domingos, días en los que antaño eran los que la gente se bañaba en sus hogares, las familias del lugar acudían al apeadero cuando visualizaban el humo del tren a su paso por Restinga, para hacerse, a su llegada, con el agua caliente de las calderas de la locomotora con el fin de aprovecharla para tales menesteres higiénicos.
"Miramar dio su nombre también a una de las locomotoras de nuestro desaparecido ferrocarril, la que ven en la fotografía con sus inscripciones identificativas"
Valga la anécdota simpática también de aquel maquinista que, durante los dos minutos de parada que el ferrocarril hacía en Miramar, los aprovechaba para lanzar un tornillo al patio de la casa de su novia con un mensaje amoroso, advirtiéndole de su paso por el lugar.

“Menos mal que te casaste pronto con la niña porque si no, dejas a la locomotora sin tornillos”, llegó a decirle su suegro.
Así me lo contaba también el recordado Juan Rodríguez León.
'General Orgaz' un minúsculo barrio en el recuerdo

De aquel Miramar de antaño, pueblerino y entrañablemente familiar, el edificio de lo que fue su estación es uno de los pocos símbolos que aún permanecen en pie. De ahí su valor sentimental para quienes lo conocimos y muy especialmente para los que, de las más diversas formas, vieron discurrir su existencia por el lugar.
En sus orígenes, el minúsculo núcleo poblacional fue bautizado como ‘General Orgaz’, en honor al Alto Comisario de España en Marruecos y gobernador general de Ceuta y Melilla entre los años 1941 y 1945, Luis Orgaz Yoldi.
Por entonces se inauguraron las ya desaparecidas escuelas a las que también se les bautizó como Orgaz, en las que impartieron una larga y provechosa docencia Francisco Arca, Clotilde, Julia, Ismael o Rojas a los que me citan con cariño algunos de los que fueron sus alumnos.
Cerca de allí se levantaron con posterioridad las microescuelas a las que como en otros lugares de la ciudad fue preciso recurrir ante la creciente población infantil de entonces
Más arriba de la estación estaba “el cuadro”, como así lo bautizaron sus vecinos, una coqueta placita completamente rectangular y familiar como pocas, con sus casas de una planta. Plaza que, en parte, uno quiere ahora recrear en su imaginación con esa otra actual ubicada en un trozo de suelo que, a la espalda de la estación, dejó libre una de los bloques que transformaron esa barriada de Miramar.
Cómo no recordar también lo que fue ‘España Vinícola’ con su típica planta de rasgos arabescos, que después se convirtió en la bodega de Don Juan, quien además de vender a granel sus acreditados caldos ofrecía toda clase de artículos de alimentación no sólo a los vecinos del barrio sino a otros muchos que acudían al rústico establecimiento con sus vehículos.
Queden ahí estas imágenes que, como los retratos antiguos, poseen una tercera dimensión, el del valor añadido del tiempo transcurrido y, sobre todo, de su pérdida. La representación alegre de algo que no existe y la prueba evidente de que somos efímeros.
Muchos recuerdos. Yo fui al citado colegio en parvularios; también eran frecuentes las visitas de mis padres a España Vinícola; y, por supuesto, la obligada visita a los pulpos, donde durante una época trabajó un amigo.